En un ejercicio de simplificación, podríamos decir que ser actor y tener vergüenza es una correlación tan inconcebible como haber nacido en Barcelona y ser del Real Madrid. Pero excepciones que confirman las reglas las hay a millones y, así como merengues catalanes se cuentan en buen número, la de actor es una profesión, no una manera de ser, y detrás de cada uno se esconde un universo personal. El de nuestro protagonista está lleno de claroscuros con los que convive a diario y de una timidez que se configura como marca de la casa para un hombre noble y humilde. De camino al rincón de nuestro diálogo, paseando por la calle, una mujer de mediana edad le para: «¿Es usted… Aquilino?». Él, rebautizado con el nombre de su personaje televisivo, confirma. Ella admira. Él se sonroja. Y sellan el fugaz encuentro con una fotografía para el recuerdo. La cámara le quiere, pero él la rehúye, como en un tira y afloja emocional. Dice que tiene, un poco, alma de ermitaño. En apenas un mes se cumplirán 16 años desde que llegó a España con una mochila aligerada de miedos a los que se han ido sumando quizá otros. Vive el presente con una actitud agradecida y mira al mañana con esperanza, dando lo mejor de sí en el papel que le ha tocado interpretar en la gran obra de su vida.
Fotografía: Juan F. López
Cuando uno es pequeño inventa mundos imaginarios, sueña con ser quien no es. Pero tú hiciste de esa manera de soñar tu vida. Fuiste un niño con una sensibilidad especial. A los 9 años le dijiste a tu padre que querías ser actor, aunque lo que realmente deseabas era ser bailarín. ¿No te atreviste a plantearle la otra opción por cómo pudiera reaccionar?
Sí, no fue tanto por no atreverme, sino porque me pareció una figura que, en el último momento, me configuró o me marcó más. Yo quería ser bailarín, me encantaba por lo poco que había visto. Yo pertenecía a una familia en la que no teníamos ni siquiera televisión. Entonces, yo lo que había visto había sido en el colegio a compañeras que hacían danza y poco más. Lo de ser actor me vino más por el cine. Ir todos los miércoles y domingos al cine me había vinculado con ese mundo, pero en mi familia no había ningún artista más que alguno con la música en la orquesta del pueblo (risas). No tenía nada que ver. Y a los nueve años le dije a mi padre, camionero él, que quería que estudiara una carrera para que me ganara la vida, le dije que quería ser actor. Y él me dijo que bueno, que lo iba a tener que pensar mucho, que me iba a meter una patada en el culo si no ganaba dinero, si elegía algo que no me hiciera… Después fue mi fan número uno. Guardaba recortes de las obras que iban a mi pueblo.
Y empezaste a estudiar teatro casi a escondidas, con la complicidad de algunos familiares.
Sí, a escondidas, visto desde hoy, por una estupidez. Pero no me animaba, claro. Después de haberme dicho eso mi padre yo me iba al pueblo de mis abuelos, a 100 kilómetros. Mi tía me había dicho que allí estaba dando clases de teatro un profesor que bajaba de Buenos Aires. Entonces yo marchaba los fines de semana, hacía mis clases y a mis padres les decía que iba a visitar a mis abuelos. Y ahí empecé mi relación con este mundo. A los 2 meses o 3 ya se destapó la verdad porque mi madre me dijo: «¿No le tienes que contar algo a tu padre?». (Risas)
Tu familia ha sido un pilar muy importante en tu vida a la hora de forjar tu personalidad y conseguir tus retos.
Mucho, mucho.
¿Qué recuerdos guardas de tus seres queridos de entonces y de ahora? ¿Eres un hombre familiar?
Yo, en realidad, tengo un sentido de familia. Por mi núcleo, estoy vinculado a toda mi familia y… Pero nunca fuimos de esas familias cerradas que se juntan. Por parte de mi madre sí, eran más de festejar los 90 años del abuelo todos juntos. La de mi padre era más… Estaba más segregada, aunque todos se veían, era más formal. Entonces, sí, mi familia tuvo mucho peso. Mis padres quizá otras cosas materiales no pudieron danos por las circunstancias, eran obreros, pero sí nos dieron la libertad de elegir lo que quisiéramos ser, incluso con lo difícil que les fuera a ellos aceptar lo que nosotros eligiéramos ser. Pero nos dieron esa libertad y así nos criaron y así vivimos cada uno de los tres hermanos. Nos propusieron la vida y que la hiciéramos a nuestra manera, apoyando. Y siempre estuvieron conmigo, siempre, siempre… A su manera, en lo que pudieron y también en la medida en que uno se lo permitió, porque muchas veces no se enteraron de cosas que nos pasaron, pero porque nosotros no lo comunicamos.
Un apoyo muy necesario. ¡Qué dura es la vida del actor! Por la experiencia de amigos sé de las dificultades pero, en todos los casos, la conclusión es siempre la misma. Cuando la interpretación te ha tocado el corazón no la puedes dejar tan fácilmente.
Yo creo que es un oficio precioso. Cuando entramos en el terreno de lo profesional se mezclan otros intereses y entonces empieza a ser más dificultoso. Yo siempre me he sentido una persona exitosa en lo que respecta a mi trabajo, incluso antes de que a los 38 años me llegará la oportunidad de tener una continuidad de trabajo que me asegurara el poder vivir. Pero, yo siempre me he sentido exitoso porque para mí el hacer teatro o una película con amigos ya era haber logrado lo que uno quería, ¿no? Y el éxito para mí es eso. Luego está la fama o el reconocimiento, que son otros terrenos. El éxito es poder hacer lo que uno quiere y poder mantenerlo. Hasta ya muy grande yo trabajaba de otra cosa para poder pagar mi alquiler, o el agua, o la luz, pero nunca dejé de hacer teatro, ni televisión, ni cine.
Los comienzos son los más difíciles, como en toda profesión. Tú empezaste a hacer teatro aficionado con 15 años. Después vendría todo lo demás.
Sí. Yo hice una formación académica y, paralelamente, una formación de hecho, de facto. Formaba parte de una compañía al mismo tiempo que me estaba formando como actor en la escuela. Es la posibilidad que uno tiene en Argentina, donde hay un desarrollo de la pedagogía que se dio mucho más grande y después vino para aquí. Pero allí la experiencia del día a día también te va formando, ¿no? Entonces, los actores, mientras hacemos nuestro recorrido académico vamos formando parte de compañías. [En un descuido se le escurre la taza que tiene en las manos vertiendo el café sobre la mesa]. ¡Ay! Mis manos que se mueven, perdón. Bueno, he tirado el café… Soy así, lo siento.
¿Recuerdas cuál fue tu primer casting y cómo lo viviste?
¡Uy! Sí, pero… Mi primer casting así para un trabajo más profesional, la primera prueba que yo hice, fue para entrar en la Comedia de la Provincia de Buenos Aires. Sí me acuerdo, con muchísimos nervios. Era para formar parte de los elencos de la comedia. Pero también era muy agradable porque era teatro. Mi primer casting frente a una cámara fue un horror. Me quedé con el trabajo, fue para hacer una publicidad, me quedé con el trabajo y el trabajo fue lo más tortuoso que me pasó en la vida.
¿Por qué? ¿En qué sentido?
No sé, me afectó algo que ocurrió. Yo llegué a un lugar… En publicidad hay mucho dinero, se invierte mucho dinero. Llegue al lugar donde había una mesa de desayuno inmensa con millones de cosas y, de pronto, viene el director que nos va a dirigir y a mí me dice: «Bueno, tu personaje, no te preocupes, es el hombre más feliz del mundo». Porque tenía que ser feliz. Y a mí me entró una llantina y una llantina y una llantina que estuve diez horas llorando, ¡diez horas! Cortaban, me secaba y… Pero la prueba no, la prueba fue como: «Bueno, yo vengo aquí. Si tú me vas a evaluar es tu problema, yo te doy lo mejor que tengo». Eso no lo viví mal. El problema es cuando empiezas a poner en el poder del otro la decisión sobre tu trabajo, que es lo que te da el medio profesional o el mercado, te obliga a eso, a estar pendiente de la decisión de otro. Pero una prueba en teatro es bueno. Yo voy y hago lo mejor que puedo esto y después ya verán los demás, ¿no? Igual, a mí las pruebas me dan mucho miedo, creo que es el peor momento para un actor.
Soy un cagón. Estoy muy relajado hasta que dicen «¡Acción!». Entonces se me cierran las tripas, se me seca la boca, las palabras se me aturrullan… Pero, la misma adrenalina que produce ese estado de caída al vacío… ¡Es maravillosa!
Comentabas una sensación parecida cuando nos hemos encontrado y has visto al fotógrafo. Te genera algo de nervios. Pero quizá eso es bueno, porque significa que no le has perdido el respeto a la cámara, no vas de sobrado pese a tu experiencia.
No, no, no. Bueno, quizá haya actores que eso les da seguridad, eh. Y no es que vayan de sobrados sino porque… Yo no, yo soy un cagón. Yo estoy muy relajado hasta que dicen «¡Acción!». Dicen acción y a mí se me cierran las tripas, se me seca la boca, las palabras se me aturrullan… Pero, esa misma adrenalina que produce ese estado de caída al vacío… Puffffff… ¡Es maravillosa! Y el teatro, sobre todo, te da eso. La televisión o el cine tienen como una red que te está protegiendo: «¡Corten!» y volvemos a empezar. Pero el teatro es caída libre, sin red, tienes que entrar en el agua.
En el 93 es tu debut en el cine con Un muro de silencio. Tenías 30 y pocos por aquella época…
Sí, muy poquitos, 32.
Es tu entrada en el cine, en el que seguirás profundizando. Y en 1999 haces la maleta y te vienes para España buscando ampliar el alcance de tu sueño. Haces el viaje en el sentido inverso al de Cristóbal Colón hace 507 años y llegas un 12 de octubre a tu particular expedición a la conquista de las españas.
Sí, fue elegido a propósito (risas). Yo sabía que me iba venir, venía por cuestiones personales y dije: «Ya que voy seis meses voy a probar». Y elegí esa fecha para venir, para llegar el 12 de octubre aquí.
Y aquí pronto crece tu popularidad tras tu papel en Lucía y el Sexo, con Julio Medem. Es una película que, para bien o para mal, no deja indiferente a quien la ve. O la critican o la alaban. Medem recurre a un simbolismo que a mí me hacía pensar, muchos años atrás, en los tiempos de Buñuel y Dalí. Para unos un Medem pasado de rosca, para otros la mejor factura de su carrera. ¿Cómo definirías tú la película?
Para mí, en lo personal, fue maravilloso, pero no por lo que me provocó en mi carrera sino por porque a mí me parece que la película es un relato muy inteligente, muy personal, que respondía a intereses creativos de Julio como necesidad de buscar una luz después de haber hecho Los amantes. Y me parece que es una experiencia lícita para un creador. Luego estarán las opiniones que digan «a mí me ha provocado esto o lo otro» o «yo esperaba otra cosa de este director», ¿no? Pero él me ofrece un relato fascinante y, en lo personal, yo jugaba con un personaje que es precioso, porque es el personaje de fábula de toda la película; podría ser una invención de cada uno de los otros, podría no tener existencia Carlos Antonio. Ese temblequeo que hay al final podría ser Carlos navegando debajo de esa isla que no está unida a la tierra. Me parece que es un relato lleno de ventajas como dice la misma película, donde uno puede recrear, queda una posibilidad de salir de la oscuridad muchas veces. Pero sí, también es un relato oscuro, claro que lo es, la vida misma es oscura, ¿no? Mi vida no es solo esta sonrisa que estoy poniendo para la cámara, para las fotos, para que vean que el actor es simpático. No, mi vida también está llena de oscuridades, y de ahí puedo construir los personajes que construyo.
¿Fue fácil rodar con él? ¿Y con tus compañeros? Imagino que a la mayoría les estabas conociendo por primera vez.
Aquella era mi segunda película aquí en España. La primera fue Sagitario, de Vicente Molina Foix, con Ángela Molina, Eusebio Poncela, Héctor Alterio, Julieta Serrano, Mónica Randall… Pero a estos actores no los conocía, era la primera vez que trabajaba con ellos. Recuerdo el rodaje con mucho placer. Yo lo viví de una forma muy mágica. Fue descubrir un mundo, que era el mundo de Julio, un tío que nos conocía a todos y sabía por dónde tenía que hablarnos a cada uno. A mí me contaba el cuentito cada vez e incluso, bueno, cuando había cosas que no estaban resueltas todavía él insistía. Y una de las cosas que más me gustó del trabajo con Julio fue que él hacía muchas tomas. En cada una te pedía una cosa diferente, incluso, a veces, lo opuesto. En algún lugar él me hacía entender que el actor, en las repeticiones, si busca quizás otra cosa, lo que ya encontró antes va a permanecer, hay un remanente que queda ahí ¿no? Y, entonces, llena al personaje de complejidad y de peso. Para mí la experiencia fue maravillosa, estar en esa isla que era ideal. Fue una entrada con mucho placer al mundo del cine español.
Creo que Medem te escogió para aquella película después de haberte visto en Las aventuras de Dios.
Sí, la película de Subiela, en la que hago el personaje de Cristo.
Se podía definir también como otro homenaje al surrealismo o al dadaísmo.
Bueno, Subiela es un surrealista.
Si hay Dios o no… ¡Qué sé yo! Es posible. Yo no le rezo todo el día pero le doy las gracias muchas veces, a Alá, a Dios, a Mahoma… ¡A todos!
Estas son películas quizá para un público minoritario, pero es un lujo no renunciar a ello, ¿no? Me refiero a que haya productores que apuesten por el cine más allá del rédito comercial.
Sí, yo creo que es fundamental que los autores siguen haciendo su cine y reinventando cosas porque son los que van a llenar de imágenes el otro cine comercial que si no es banal. Ya vemos lo que está haciendo el cine comercial, ¿no? Hoy es mucho más interesante ver una serie de televisión, a veces, que cierto cine americano que nos llega.
Y cierto cine español que se está americanizando un poco.
Bueno, el problema es que nos han ganado el mercado y no se lo sabemos competir, no le sabemos quitar cuota. Pero tiene que haber de todo, claro.
Decíamos que en esa cinta interpretabas el papel de Jesucristo. Esto me da pie para entrar en un terreno más íntimo, el de las creencias. Te lo planteo de manera abierta: ¿En qué crees?
Yo tengo que resolver esta vida, después me encargaré de otra si es que llega. Yo creo en el hombre, en la acción del hombre. Me preocupa la situación en la que vivimos. También pertenezco, un poco, a esa clase que le preocupa todo pero que termina sin hacer nada, ¿no?, o quedándose a esperar a ver qué hace el de al lado por ver si lo acompaño. Estamos un poco así. Pero yo creo en la fuerza del ser humano y en que se puede construir un mundo diferente. Y si hay Dios o no… ¡Qué sé yo! Es posible. Yo no le rezo todo el día pero le doy las gracias muchas veces, a Alá, a Dios, a Mahoma… ¡A todos! Porque, yo qué sé si no están ahí reunidos, diciendo mientras se toman un café entre ellos: «Mira estos otros estúpidos se pelean por nosotros sin saber que somos lo mismo en algún punto».
Antes, analizando los comienzos, nos quedó pendiente hablar de tu carrera truncada de periodista. Empezaste los estudios quizá por ofrecer a tu padre una alternativa a ser actor, pero ya tenías más que claro tu lugar. En pantalla te hemos visto desenvolverte bien en una redacción, me estoy acordando ahora de la serie Motivos Personales. Probablemente, hubieras podido triunfar en ese mundo. Al menos, con esa voz seguro que en la radio hubieras tenido un hueco.
Yo no sé si podría, porque soy muy tímido para ser periodista. Creo que el Periodismo está muy bien sin mí (risas). Yo no sé si hubiera dado las mismas cosas que puedo llegar a dar en un escenario. Esto no quiere decir que sea nada maravilloso lo que yo doy en un escenario, pero yo me siento mucho más cómodo transitando otras historias, me escondo quizá detrás de otras historias.
Vamos a abordar un tema hasta cierto punto subjetivo, el de la belleza. A ti se te ha considerado repetidamente, no sé si incluso se te ha encasillado, como prototipo de hombre guapo.
Gracias (con tono irónico).
¿A qué te lleva pensar en términos de belleza?
La belleza es fundamental en la vida del hombre, en la creación, en el arte. Después está lo que cada uno tiene como medio de belleza, o si lo opuesto a la belleza nos genera un hecho bello. Yo, en mi belleza particular, en realidad, sinceramente no pienso. Si yo me veo, la mayoría de las veces no me agrado, sinceramente. Por ejemplo, tu fotógrafo me hace fotos y me manda para que yo elija y le digo: «No, elige tú, porque yo soy un desastre». Empiezo a ver defectos que por ahí no lo son, o sé lo que estaba pensando y entonces me lo veo en la cara. No soy bueno para determinar. Pero la belleza es fundamental, es fundamental como contraste de lo que vivimos. Aunque el valor belleza lo pone cada uno. Las épocas nos han mostrado los valores de moda en la belleza que cambian todo el tiempo.
La belleza es fundamental, pero no pienso la mía en particular. Si yo me veo, la mayoría de las veces no me agrado.
Volviendo al teatro, aunque para el gran público sea tu faceta menos conocida, percibo que, como les pasa a muchos actores, es la que marca tu eje vertebrador en la interpretación, quizá porque fue la primera que experimentaste, quizá por el público.
Sí, es donde más cómodo me siento porque es lo que más he hecho, donde yo empecé, yo me formé ahí. Es lo que más he hecho a lo largo de mi carrera. Por ahí, aquí en España he hecho más cine o televisión que teatro, pero en mi carrera, en general, he hecho mucho más teatro. Por eso es donde me siento más cómodo, porque soy un actor tímido. Yo tengo que entrar en confianza para trabajar, para soltarme. El teatro te da todo ese tiempo de ensayo, te permite generar una confianza y llegar mucho más armado. Los otros medios (hace pitos con los dedos de forma acelerada) son mucho más rápidos y, entonces, yo me empiezo a sentir cómodo al mes de estar grabando, cuando ya tienes el personaje. En esto a mí el teatro me ampara. Luego desarrollas y creces y todo lo demás, pero los ensayos me permiten llegar más suelto.
¿Crees que es una sensación que compartes con la mayoría de tus compañeros? ¿Los más jóvenes lo sienten así?
Hay gente joven interesada el teatro desde un lugar concreto, buscando el éxito no porque sea consciente de él en la búsqueda. Muchas veces se busca ser actor, se hace un recorrido, no por el mero hecho de ser actor sino por un resultado que va más allá, que es el ser conocido. Y, bueno, si el reconocimiento te llega por tu trabajo me parece fantástico, pero que esa sea la elección de tu camino puede que te lleve a muchos sinsabores, porque este camino es muy duro y hay que saber que a veces estás aquí arriba y otras veces, a los seis meses, se olvidaron todos de ti porque dejaste de salir en la serie y aparecieron otros actores en el mercado. Uno tiene que acostumbrarse a que eso va a ser así. Si eso está claro, el éxito es en el momento, es el vivir, bueno, hacer lo que uno quiere como te decía hoy. Y lo demás es el reconocimiento que se agradece en la gente.
Del otro lado, el del público, también las nuevas generaciones han perdido, un poco, la costumbre o el gusto teatral. O es quizá una cuestión de economía. En el cine vemos, por ejemplo, que cuando se celebran promociones especiales con entradas a tres euros las colas a las puertas de las salas son infinitas. ¿Es necesario replantear el modelo?
Yo creo que es fundamental. El gran problema que existe aquí es la falta de apoyo en la cultura desde el Estado, no solo por el 21%. Hay compañías que han tenido que cerrar porque los ayuntamientos no les pagan, ya no compran funciones, no hay subvenciones (que, bueno, eso podría ser discutible). No hay posibilidades y, entonces, en el caso del teatro, las compañías se repliegan. Y en el cine es lo mismo, las salas tienen que hacerse cargo de un 21% más y el público no tiene para ir a pagar 7 o diez euros por una entrada. Claro, esto demuestra que si bajamos el precio aumenta la demanda, pero el dueño de la sala no puede bajar las entradas si tiene que pagar lo que tiene que pagar, si el mercado está absorbido por los grandes intereses del capital del mercado estadounidense. Las pocas salas de exhibición que quedan para el resto tienen que entrar en ese juego.
¿Sobrevivirá el cine tal y como lo conocemos hoy en día? ¿Crees que dentro de 15 años podremos seguir quedando con nuestros amigos en las puertas de un sala para ver algún estreno? Cada vez son menos los productores arriesgados, las salas para proyectar y los espectadores para llenar esas salas.
Seguramente habrá una transformación pero hay espacios que se seguirán manteniendo, porque por un lado se cierran salas pero por otro lado se van abriendo en los barrios pequeños otras donde se exhiben proyectos que, por ahí, no llegan al mercado, aquí, a la zona de Gran Vía.
Ahora triunfas en Amar, que acaba de arrancar su cuarta temporada. Doctor Mateo también fue un bombazo y no podemos olvidar otra de las creaciones más conocidas, con críticas también hacia ambos lados pero rotundo éxito de audiencia, como Ana y los siete. Las series de televisión son las que más popularidad os dan porque os acercan a un público más amplio, que no siempre es el mismo que el del cine o el teatro. Durante años la televisión ha sido considerada la hermana pequeña en la interpretación. ¿Cómo te sientes tú en este mundo?
Yo, con la televisión, agradecido. Me ha dado personajes muy bonitos y me ha dado de comer. Creo que la televisión no es la hermana pequeña. De hecho, hoy por hoy, hay series que plantean cosas mucho más interesantes que muchas películas. Creo que el trabajo en televisión puede ser muy rico. El problema es que, a veces, se exige una gestualidad demasiado naturalista que cualquier forma de hablar se está… Se corrompen la forma de hablar o decir. Pero, bueno, es un medio que tiene un lenguaje determinado, que puede ser mejorable o, si tuviera otra mirada estética, por ahí se podrían hacer otras cosas, pero bueno, hay un mercado que está pidiendo esto y se responde a lo que se cree que el público quiere —muchas veces no es lo que el público quiere, pero bueno es lo que se le da—. Y es lo que responde a los intereses que manejan la televisión hoy, eso es así.
La televisión no es la hermana pequeña de la interpretación. De hecho, hoy por hoy, hay series que plantean cosas mucho más interesantes que muchas películas.
Has tenido la suerte de consagrarte a esta profesión en la que puedes hacer tuyas tantas vidas ajenas. Imagino que de todos aprendes, pero qué personaje te ha marcado más.
¡Ufff! Por diferentes circunstancias te marcan algunos personajes, pero yo qué sé… El personaje de Castelli en La revolución es un sueño eterno, en Buenos Aires, que lo hacíamos en un espacio que no era mucho más grande que esto, un conventillo. Y eso de pronto fue, cinco años después, lo que me dio un trabajo en España porque alguien había visto ese trabajo en Argentina. Entonces, ese personaje me marcó en mi carrera profesional. A nivel humano me marcan todos, porque los personajes que yo hago en escena soy yo, aunque muchas veces no hagas las atrocidades que hacen ciertos personajes, pero busco en mí y busco en esas cosas que hablaba hoy de las oscuridades que cada uno tenemos. Y te animas a enfrentarte a un monstruo que, por ahí, como ser social no lo dejas salir pero que está en ti. Y, en ese caso, qué sé yo, Mercado libre me ha marcado, el personaje de Lucía y el sexo a mí me ha marcado mucho, Tom el de la serie de Doctor Mateo… Fueron personajes que a mí me marcaron por un montón de cosas que planteaba el juego de ese ser, como vínculos humanos, defensa de ciertos contenidos filosóficos… Me han enseñado los personajes muchísimo.
Con cada proyecto te descubres más a ti mismo. Me reafirmo en que vuestra profesión es un privilegio, porque en una sociedad del consumo rápido y la superficialidad, pocos son los que pueden hacer ese ejercicio de interioridad y encima cobrar por ello. Vivimos en una sociedad que ha desterrado el silencio.
Bueno, en la actuación a veces también se ha desterrado el silencio. Cuesta hacer pausas o escuchar textos un poco más pausados. También es un oficio muy enajenante. Decía un terapeuta mío: «Bueno, por un lado es interesante porque te ayuda a investigar y a conocer otras conductas en contraposición a la tuya pero, por otro lado, también es justamente desestructurante, porque tienes que romper tu estructura para entrar dentro de una estructura diferente de pensamiento y acción como puede ser cualquiera de los personajes». Y eso está en ti también, o eres tú también, de alguna manera. Entonces, bueno, puede también ser desequilibrante, puede haber gente que se confunda. Hay mucha gente que confunde el personaje consigo mismo y entonces, ahí, puede llegar el desequilibrio pero, si no, es toda una experiencia yo creo que en algunos puntos purificadora, limpiadora. Con el personaje de Mercado libre, que era un terrible hijo de puta, yo salía de cada función como lleno de vida, porque, claro, sacabas toda la mierda para afuera.
Entonces, o te encuentras a ti mismo o te vuelves loco.
Sí, no sé si te encuentras a ti mismo, te conoces, te vas conociendo. Uno se terminará de conocer el día de la muerte.
Has dicho por ahí que llegaste a España con una mochila cargada de miedos. ¿Cuáles has sacado de ese petate y qué otros has instalado?
Yo no llegué aquí con la mochila llena de miedos. Tenía una mochila llena de miedos antes de venirme a España, trabajé mucho para quitarme algunos miedos, algunos se fueron, otros se adormecieron y volvieron a aparecer más tarde, pero lo que no quería era venir con el estado del Daniel de aquel momento, que era mucho más apocado y tímido. Si venía quería venir convencido de que mi recorrido tenía que ser en un sentido concreto, eso estaba claro.
Ya hemos hablado de algunos rincones oscuros del oficio, la dureza de abrirse paso. ¿Hay tanta competitividad como creemos percibir desde fuera?
Yo, sinceramente, no he tenido casos de competencia con compañeros. Por ahí, he malinterpretado cosas por desconocer la personalidad del otro, pero nunca he tenido problemas de competencia. Es muy competitivo el medio, porque claro yo voy con amigos y compañeros, con los que me llevo muy bien, a por el mismo personaje. Hay una competencia desde ahí. Luego, sí, como en todos los medios, habrá gente mala y buena; y en algunos casos nosotros seremos buenos y en otros casos, queriendo o sin querer, meteremos la pata y haremos daño, ¿no?
Como en tantas facetas de la vida.
Sí, yo creo que como en cualquier otra. Claro que esta tiene el ingrediente de que te da un lugar, una visibilidad frente a la gente, que puede generar algunas situaciones un poco más… Pero no, yo no he vivido situaciones de competitividad.
Uno debe aprender de la crítica. La mirada del otro, salvo que sea muy evidente que está cargada de mala leche, es una mirada a tener en cuenta.
Otro de los yugos al que estáis sometidos los actores en cada trabajo es al de la crítica. ¿Cómo las encajas?
Yo siempre leo la crítica sabiendo que es la opinión de alguien y que es lo que vio alguien y lo que su sensibilidad le generó al pararse frente a mi trabajo. También digo que no he tenido críticas malas como para decir: «¡Ay!». Por ahí, bueno, en una crítica han pasado por encima, pero nada más. Al contrario, muchas han sido muy buenas críticas. Pero la crítica hay que tomarla como eso. Creo que uno debe aprender de la crítica. La mirada del otro, salvo que sea muy evidente que está cargada de mala leche, es una mirada a tener en cuenta. Por lo tanto, a mí me gusta en todo caso leer y hacerme carne de lo que dicen para ver si en mi trabajo yo puedo incorporar eso que me piden, sabes, sin perder ni desconocer lo que… Qué es lo que pasa con un director. Con un director tú haces un ensayo y, de pronto, cuando has terminado, te dice: «Mira, en tal momento no me gustaría que hicieras esto sino que búscate el camino para llegar a esta situación». Esto mismo pasa con una crítica: «Ah, mira, sí, tiene razón. En este momento yo podría… o esto que él no ve yo dónde lo podría colocar». Yo creo que siempre tienen que servir, salvo que tenga mala leche o que uno no quiera saberlo.
Ahora tu corazón se divide entre tu Argentina natal y la España que te ha adoptado. ¿Cómo ves la situación, social y política, en uno y otro lado?
Yo, piensa que me vine hace 15 años, dos años antes del corralito, en una situación donde el neoliberalismo de Menem había hecho desastres con Argentina. En estos 15 años he visto como Argentina ha cambiado para bien. Cuando hablo de Argentina hablo de la gente, del pueblo de Argentina. Hay muchas dificultades. Son sociedades donde las diferencias económicas son muy grandes, donde hay mecanismos de la política que ya son como parte de nuestra idiosincrasia que son difíciles de erradicar. Falta muchísimo trabajo con respecto a la pobreza pero yo creo que la situación es propicia y hay que profundizarla. Ahora es el momento de trabajar para que todo empiece a mejorar para la gente, para estar mejor. Y en España yo veo una situación esperanzadora, porque creo que hay mucho movimiento. No por ahí el movimiento que uno quisiera del todo, hay resistencias en algunos sectores de la sociedad a dar cambios o provocar ciertos cambios, mucho miedo a que nos equivoquemos desde otro lugar cuando, bueno, si nos equivocamos nos equivocamos. Se han equivocado todos estos que nos dicen que saben tanto, nos podemos equivocar por otro lado, ¿no? Pero yo creo que esa es una situación muy rica, el que ahora el espectro político se haya abierto. Hay mucha participación y eso es lo más rico en una sociedad, que la gente se implique en la construcción política del día a día, vote a quien vote. Yo tengo mis intereses particulares pero, que vote a quien vote, que se implique, que haga de la actividad ciudadana un hecho político real.
¿Ves diferencia ente la gente de aquí y de allí a pie de calle?
Yo creo que aquí todo el estado de bienestar ha hecho que estemos como más pausados, un poco más acomodados, y que la respuestas tengan un contenido fuerte pero, a veces, se vayan diluyendo en el tiempo o sean como explosiones. En los pueblos latinoamericanos son como de contrastes mucho más fuertes, como su propia naturaleza. La naturaleza europea está más trabajada por el hombre, la naturaleza latinoamericana es mucho más violenta, más contrastada, de colores furiosos… Y eso está en la naturaleza del ser humano también. Por lo tanto, es otra la efervescencia política. Yo lo que veo en Argentina es realmente movimiento, mientras que aquí, en España, todavía hay un pulso político.
Veo en Argentina realmente movimiento mientras que aquí, en España, todavía hay un pulso político.
La música está muy unida al cine y al resto de las artes escénicas. Si tuvieras que buscar una canción para la banda sonora de la película de tu vida cuál escogerías.
Bueno, yo soy mucho de folclore latinoamericano. Yo creo que la canción de mi vida es Gracias a la vida de Violeta Parra. Pero, bueno, en eso no soy original, es la canción del siglo pasado en lengua castellana. Me parece que nos expresa en lo que somos a los latinoamericanos. Esa sería por ahí mi canción.
¿Qué tipo de música escuchas en tu día a día?
Ah, no, lo que encuentro. No busco a nadie en especial ni estoy al día de lo que ocurre en el panorama musical, yo lo que me va sorprendiendo en los lugares. Y no hablo de la radio. De pronto estoy en casa de un amigo, empiezan a poner música y ahí descubro algo. Pero no, soy bastante poco sibarita en cualquiera de los sentidos, sí más bien un ermitaño. Yo si fuera por mí estaría encerrado en mi casa.
Soy bastante poco sibarita en cualquiera de los sentidos, sí más bien un ermitaño.
Había leído por ahí que eres futbolero, pero no encontré de qué equipo.
Sí, me gusta mucho el fútbol. En Argentina de River, por tradición familiar, más que nada. Aquí cuando llegue me gustaba mucho el Valencia y en los últimos tiempos me empezó a gustar mucho el Barcelona.
No, no, no, no. Me pareció que era un equipo que tenía grandes figuras pero que sabían jugar en equipo, que en realidad el motor fundamental era el equipo, todos. Esto que está pasando ahora con el Atlético de Madrid, se está viendo una cosa ahí de todos, que es lo que más me gusta en el fútbol. Las grandes figuras son grandes y son muy buenos, pero hay un equipo, tienen que responder ante otros. Y a veces hay cabezas de esas grandes que se comen todo, incluso Messi en el Barcelona a veces. Y no por su propia acción, sino porque la promoción de todo eso que hace es más de lo que hizo.
¿Te atreves con un pronóstico para la Liga este año?
No, yo para tanto tampoco. A mí me gusta ver el fútbol, verlo jugar me gusta mucho. Me parece que tiene mucho que ver con lo que hacemos nosotros, que tiene que ver con nuestra experiencia como actores: las líneas blancas de la cancha son el texto y las marcaciones a cámara. Dentro de eso podemos improvisar lo que sea con la habilidad de cada uno, pero no nos podemos salir del campo.
Ya solo me queda preguntarte por tu guión pendiente. ¿Con qué director te gustaría trabajar?
¡Con todos! (Risas) ¡Qué sé yo! Hay grandes directores con los que quisiera trabajar y otros grandes que quizá no conozco todavía. Cuántos Buñuel, por ejemplo, habrá en los rincones de Perú que no han podido aún mostrar su obra. Digo Perú como podría decir Nepal. No sé, con el que me llame. Una cosa tengo clara: ¡Yo estoy dispuesto, quiero hacer!
Porque esa es su vida, la de un artesano, siempre dando forma, con las manos manchadas de arcilla, a un personaje que llevará parte de sus luces y sus sombras personales.