Este es un diálogo hecho canción, porque como mejor se expresa Dulce Pontes (Montijo, Portugal, 1969) es poniendo melodía a sus sentimientos y estados de ánimo, a sus ganas de llorar o de reír (y por eso la risa y el suspiro se cuelan recurrentemente entre sus confesiones), al dolor por las pérdidas que acecharon y a la calma anhelada de un merecido pero aún lejano retiro en el campo. En la peregrinación por el camino de la vida, ha alcanzado la madurez en el oficio de artesana de sonidos, pero no ha renunciado a la inocencia de la niña que fue y sigue siendo, esa que abraza una idea con la impaciencia de quien no quiere dejar escapar la intuición nacida del corazón. Su mirada, bien adjetivada por su nombre, transmite tanto como su voz e invita al que se cruza con ella a acompañarla en ese periplo hacia el interior, a lo emocional, para ponerle matices a tanto como este mundo nos regala.
Fotografía: Juan F. López
Tu música es una peregrinación por varios estadios del alma. ¿En qué punto de su viaje interior está ahora Dulce?
Siguiendo, siguiendo el camino, en continuo desarrollo, siempre en mutación. Es una dinámica que creo que me va a acompañar toda la vida.
Muchas veces se te ha encasillado, sobre todo en torno al fado pero, trabajo tras trabajo, nos demuestras que Dulce Pontes y que Portugal es mucho más que eso. No dejas nunca de romper el molde.
Claro, hacer siempre lo que se espera de una sería muy aburrido. Si ya se ha hecho para qué repetirlo. Lo que más me atrae es experimentar sonoridades nuevas, componer temas que me identifiquen, mezclarme con otros músicos e intérpretes, aprender con ellos… La repetición de lo obvio no es para mí.
Eres una alquimista experimentando con el sonido. ¿Cómo empieza ese proceso? ¿Cuál es el tiempo de maduración desde un sentimiento a una melodía?
Depende. Hay momentos en que es como un chorro, algo que te surge y te persigue, y te queda ahí y tienes que hacerlo. ¡Puf! Y vas y lo haces. Lo haces de forma muy inmediata. Tan inmediata que si luego lo quieres grabar mejor no puedes hacerlo; o bueno, puedes hacerlo técnicamente, pero entonces perderá esa magia del primer aporte. Luego hay otro tipo de temas que, o por el poema en sí mismo o por las características melódicas, requieren otro tipo de trabajo. Te doy un ejemplo, un Cancioneiro, de Fernando Pessoa, que empieza: «Ah! A Angustia…». Pero «ah» de un ahhhh [suspira], no ha de haber. Lo que estuve yo ahí trabajando para que ese «Ah!, a» me saliera como el «Ah! A Angustia…» y no el de haber [ríe]. Este es solo un ejemplo. Luego hay músicas que nacen totalmente al revés, por ejemplo el Canto do risco empezó con este… [tararea la melodía]. Y estaba todo el día, todo el día con ello en la cabeza, todo el día. ¡Por Dios, por Dios, por Dios! Grabé primero una pista solo con esa improvisación y luego empecé a construir el tema. Lo hice totalmente al revés. Luego le puse la percusión.
Siento que la música me ha sido dada como una bendición para ayudar a otras personas
¿El secreto está entonces en no acallar el primer impulso?
A veces sientes esa necesidad como cuando eres niño y quieres construir un coche o pintar una pared y lo quieres hacer de inmediato, no quieres esperar a que venga la pintura [ríe]. Con Cantiga da Roda de Michel Giacometti, necesitaba un arpa y pensé: «¡Claro que tengo un arpa! Un piano es una arpa gigante». Pasé horas tocando las cuerdas del piano, ¡fue de locos! Tenía que estar con el pedal y tocando las cuerdas de una en una, tal que así [representa una postura a medio camino entre de pie y sentada] y sin ninguna referencia en la cabeza. Aquello fue como hacer yoga, no sé, como un estado del alma. Pero no era fácil mantener la paz. Bastaba que el dedo se resbalase un poco para que la nota sonase malísimamente. Dar la misma intensidad a cada cuerda era complicado. Y no podía tocar tres cuerdas al mismo tiempo porque ya sabes cómo es el tamaño de las cuerdas de un piano. ¡Era imposible! Grabé una cada vez. Pasé horas y horas de pie tocando: «tan, ta, tan…» [imita el piano] hasta que lo tuve. Perdí la noción del tiempo. Luego ya puse la voz. Cuando acabé tenía el glúteo con tal dolor que no me podía mover. Mi marido me preguntó: «¿Qué te pasó?» [vuelve a reír]. Pero así es el proceso creativo, pasas por momentos de todo tipo: muchos momentos de experimentación; muchos momentos de estar solita; otros de encuentro y enriquecimiento con personas de otras latitudes; momentos de camino, de carretera entre conciertos; y también por momentos de dolor, porque, desgraciadamente, he perdido a personas muy queridas en este tiempo, la vida y la muerte se han entrelazado. Y todo eso es algo que te acompaña a la hora de componer.
Como has mencionado, vuelves a convertir en canción los versos de Fernando Pessoa. Musicalizar un poema es mucho más que agregarle un ritmo y unos tonos al texto, es darle una nueva vida.
Hay poemas que ya tienen música. No sé explicártelo de otra manera. Es como si ya tuvieran música dentro y solo hubiera que sacarla. Normalmente sucede de una manera muy rápida, emergen la melodía y la armonía. Pierdo el tiempo con la armonía porque la pianista es muy floja [risas].
Tampoco todo el mundo se atreve a versionar temas que han marcado épocas. Volver está en nuestra memoria colectiva por Gardel y, más recientemente, por tu buena amiga Estrella Morente. Pero tú le pones tu sello propio.
Es muy lindo Volver, es un pedazo de tema. Lo conocí a través de Estrella mientras hacíamos la gira [se refiere a Dulce Estrella, en 2008]. A ella le ha gustado mucho. Está traído a mi lugar, a mi forma de sentir. Volver podría ser un fado. Sigue siendo un tango, no pierde su esencia, pero ahí el tango tiene también alma de fado.
El mundo tiene que cambiar. La gente no es tonta e incluso los más adormecidos acabarán despertando.
Te has subido al escenario con muchos de los grandes y gente que representa géneros muy distintos. Pero, ¿qué música fue la que marcó tu forma de ser desde niña?
Con siete años tuve autorización para poner vinilos en casa. ¡Estropeé un montón! Obviamente, antes ya escuchaba fado. Desde que yo era pequeña recuerdo cómo mi tío cantaba fado cuando íbamos a las reuniones familiares o los encuentros de pescadores, que todavía se hacen, es muy típico. Pero lo que más me ha apasionado siempre han sido las colecciones de música clásica, que me inculcaron el amor por la danza y por el piano.
Dulce Pontes encarna el espíritu de la multiculturalidad, la mezcla, va de lo local a lo universal. Un alma tan libre como tú cómo ve la realidad que nos circunda en este mundo donde los que están arriba parece que apuestan más por los muros que por los puentes.
Me sale preguntarme en qué año estamos. ¿2017? Tengo fe en las personas y creo que la gente no es tonta. Incluso la gente más adormecida va a acabar por despertar. Es inevitable, está en nuestra naturaleza. Siempre ha sido así y seguirá siendo así. Si eso no ocurre no sé dónde vamos. ¡Vamos a reventar con todo! El poema Nevoeiro, de Fernando Pessoa, que es súper actual, termina con esa frase: «É a hora!». ¡Es la hora! Creo muchísimo que es la hora y que ese despertar está ocurriendo. Y no estoy hablando de movimientos no-sé-qué, porque no tengo religión; tengo mi fe, creo en Cristo, en Dios como fuerza creadora, pero no estoy hablando de movimientos new age ni nada de eso, con todo el respeto por la gente que pueda creer en lo que sea; pero sí que creo que tiene que existir un despertar interior, individual, dentro de cada persona, en el sentido del cambio que empieza por uno mismo; solo empezando por uno mismo se puede luego reflexionar en el todo, primero en el círculo más íntimo que es la familia y luego más, más, más, como una espiral. Si eso es posible, creo que sí; no seré la primera en decirlo, no seré la última.
Me gustaría retirarme en una casita con gallinas, huerta y un pianito y poder enseñar lo que aprendí a otros más jóvenes.
En la peregrinación de la vida, ¿tienes miedo a no seguir caminando? ¿A poder estancarte o no encontrar la inspiración?
Si llego a ese punto paro. Si llegara al punto de que no tenga más creatividad, que no me vengan ideas y no pueda sacar nada, pararé y haré otra cosa. Pero creo que eso va a tardar todavía en llegar un poquito. Siento que me ha sido dada esta forma de vida como una bendición para ayudar a otras personas, me siento responsable. A veces estoy enferma, necesito cuidarme, pero salgo de casa al encuentro con el público. Es lo que tengo que hacer. En Lisboa, recientemente, una señora vino en silla de ruedas desde el hospital para asistir al concierto porque podría ser su última vez. ¡Esto es muy fuerte! Me trasciende. ¿Cómo puedo yo decidir? Solo si llegara a un punto en que saliera nada sí sería el fin. Claro que me gustaría tener un tiempo de vida con salud y fuerza física y anímica para disfrutar en mi casita con las gallinas, la huerta y el pianito y también para poder enseñar, dar lecciones, pasar todo lo que aprendí, no solo técnicamente sino también interpretativamente a otras personas más jóvenes. Pero aún no ha llegado la hora. Cuando lo haga lo sabré.
¡Qué quede mucho!
Bueno, mucho, mucho, mucho, no, ¡qué si no cómo hago yo la huerta! [risas].
De momento te tocará seguir cultivando emociones en la tierra fértil de la música. */