Funambulista: «La música es el decorado que no se ve pero que hace más bello el mundo»

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Tras una intensa jornada de trabajo, un hombre con rostro cansado nos recibe en una suite de hotel. Más cerca ya de la hora de la merienda que de la del almuerzo, el hambre azuza desde hace tiempo el estómago. Al dolor que arrastra por varias hernias discales le ha sumado recientemente una inoportuna caída por las escaleras… Y, sin embargo, un brillo muy especial en los ojos y una sonrisa, que se intuye sincera, hacen acto de presencia en cuanto empezamos a hablar de música. Sin ser consciente (o siéndolo) se pasa gran parte del tiempo que no habla tarareando. Las pasiones, quizá más que cualquier compleja disipación de energía o juego de materias, son las que mueven el mundo; y hace tiempo que Diego Cantero (Molina de Segura, 1982) convirtió la suya en el punto de equilibrio que le conduce por el alambre de la vida. La sencillez de este Funambulista, que desgasta la palabra normal para vindicarla como tesoro propio, choca con la universalidad de sus mensajes. Y en este diálogo, una vez más, nos damos cuenta de que es en esas cosas pequeñas de donde emerge de manera natural lo grande.

Fotografía: Juan F. López


La espalda te pide a gritos descanso y tú respondes con una nueva dosis de «pueblos de España, pensión y carretera». Después de tantos años, ¿compensa?

El glamour con el que muchos asocian el mundo de la música se acabaría si se montaran con nosotros en la furgo, olieran a humanidad, comieran el menú del día de la gasolinera de la carretera comarcal 304 y durmieran en lugares como la Pensión Paquita, donde te da miedo abrir la colcha por lo que te puedas encontrar debajo. Y a pesar de eso, sí, compensa si tienes claras tus prioridades.

¿Cuáles son?

Durante la pandemia hice una canción pensando en esta gente que empieza en la música por el focazo, la fama y todas estas cosas. El mensaje es claro: si no estás preparado para aguantar esto, no es tu pasión. A nosotros nos encanta, lo disfrutamos mucho y acabamos haciendo humor incluso de las cosas peores. Lo vivimos con normalidad. Irse con los amigos a tocar es muchas veces como vivir la experiencia de un campamento de verano.

Pero, más allá de reportar una satisfacción personal, vuestro trabajo tiene sentido cuando el esfuerzo de quien lo realiza se completa con la respuesta del que lo recibe.

Y así tiene que ser. La música debe servir, principalmente, para acompañar. Es una herramienta de utilidad y cada uno le da el uso que considera. Algunos la emplean para que la gente en el supermercado esté más a gusto y compren más; otros la eligen y la escuchan con unos auriculares… A mí me gusta pensar en todas las posibilidades y hacer canciones para todos esos momentos. Me gusta pensar que la música debe aportar belleza al mundo; que la música es el decorado que no se ve pero que hace todo mucho más bello; y si nos la quitaran un rato seríamos capaces de darnos cuenta de que nos falta algo.

En esta época no es infrecuente escuchar noticias sobre voladuras de puentes. Mientras unos se dedican a bombardearlos y destruirlos, tú buscas construirlos y reforzarlos a través de las canciones. ¿Es esa otra de las misiones de la música?

Sí. Por ejemplo, la canción El mismo lugar trata de trazar puentes entre todos los países de habla hispana. Tenemos más cosas en común de las que creemos. Quizá nos tocó a nosotros nacer en este lado del charco pero, muchas veces, tenemos bastante más que ver con ellos que con países de Europa que tenemos más cerca.

Más allá del número de reproducciones, ¿cuál sería para ti la medida del éxito?

Cuando me levanto por la mañana, llevo a mi niña al cole, vuelvo y me meto en mi estudio. Ahí mido el éxito, al decir: «otro día más que me dedico a esto». Y, encima, he llenado la nevera y tengo una familia y una vida normal, como la de cualquiera. Vivo de escribir canciones, eso que soñé con 14 años. Creo que alcancé el éxito antes de ser conocido. La gente me deseaba cosas como: «Diego, ojalá que te vaya muy bien; te debería escuchar mucha más gente»; y yo pensaba: «Si ya vivo de esto; toco en un bar hoy para 90 personas, mañana para 80… y eso me permite dedicarme a esto». Mi sueño fue es y es el mismo; lo que ha cambiado es la repercusión, pero yo nunca la busqué. Mis héroes y referentes tocaban en teatros y pequeñas salas: Pedro Guerra, Ismael Serrano, Javier Álvarez… Yo nunca pensé en un WiZink Center. Ha sido toda una sorpresa, un regalo. Y creo que con los años uno se da cuenta que disfruta más de esto porque no es una pretensión.

Cuando empezábamos en esto y nos sentíamos cantautores muchas veces había que dar demasiadas explicaciones. Te imaginaban con una chaqueta con unas coderas terribles y con una guitarra de palo cantándole a la revolución.

¿Has tenido que justificarte demasiadas veces por querer llevar la bandera de la canción de autor?

Es muy interesante. Sí, cuando empezábamos en esto y nos sentíamos cantautores muchas veces había que dar demasiadas explicaciones, porque te imaginaban con una chaqueta con unas coderas terribles, con una guitarra de palo cantándole a la revolución… Pero en nuestras influencias estaban grupos como Extremoduro o Nirvana. Al final cada uno ha aportado su criterio: El Kanka, Rozalén, Marwan, Andrés Suárez, Kilombo… ¡Tanta gente! No tenemos una pretensión exclusivamente revolucionaria o política. Nos sigue importando la letra por encima de todo, pero eso no quiere decir que nos dé igual la música. Hemos crecido rodeados de multitud de referencias musicales. El cantautor de hoy, si le quitamos todos los conceptos, es un tío que compone y canta sus canciones. Pero quizá habría que considerar como cantautores a otros muchos artistas a los que no se les reconoce como tales porque tienen sus grupos, aunque componen y cantan igualmente sus letras.

Como artistas, ¿se vive con la presión de deber tener la sensibilidad alerta las 24 horas? ¿Tu mente desconecta?

Yo no llevo la chaqueta de músico todo el día. Echo muchas horas en mi estudio y allí es donde trabajo, donde pienso y donde escribo. No voy por la calle pensando que soy músico ni buscando nada alrededor. Cuando bajo a mi estudio muchas veces no sé de qué voy a escribir. Y es allí donde hago el ejercicio de reflexionar y donde filtro y acabo descubriéndome a mí mismo. Cuando alguna vez alguien me para por la calle te prometo que lo primero que hago es ver si se me ha caído algo, porque lo último en lo que pienso es que me conoce por la música. Es curioso. En un sitio donde hay mucha gente es normal que alguien te conozca; pero no soy consciente porque llevo una vida normal que se reduce a mi familia, llevar a la niña al cole, sacar el perro a pasear… Una rutina en la que nadie sabe quién soy ni lo que hago.

Quizá nos tocó a nosotros nacer en este lado del charco pero tenemos bastante más que ver con América que con países de Europa que tenemos más cerca.

En esa búsqueda de referentes, en esta nueva etapa dejas más de lado la reflexión para contar historias desde el instinto. ¿Has dejado de lados los filtros?

Siempre que me he puesto a escribir canciones, por ejemplo sobre desamor, he procurado que pasara el suficiente tiempo como para no ver al malo o al bueno de la historia y poder entrar en los matices, entender mejor la historia, enriquecer la letra… Esta vez no. Esta vez, si te quiero arañar te apuñalo y si quiero que bailes te pongo las pilas. El porqué, no lo sé. Quizá por mi forma de ser en los últimos años. No lo he buscado. Ha surgido así desde la escritura, desde la composición y desde la misma producción. Iba a grabar con Tato Latorre, mi productor; nos poníamos con una canción y a las tres horas y medias la teníamos. Nos pedía el cuerpo dejarla así y no repetirla. Eso tiene que ver también con madurar, con saber que la música se escucha desde la emoción y no tanto desde la frecuencia de la caja, de si se ha afinado en re o en fa o del tipo de micrófono. Nos hemos preocupado muchos años de cosas que son importantes, no digo que no, pero que no eran lo principal. Yo ahora escucho la música y me pregunto: «¿Se entiende? ¿Transmite? ¿Emociona?». Me da igual que un técnico venga y me diga que algo es súper incorrecto o que debería haberlo hecho de otra forma. Todo es mucho más visceral y animal.

Has hecho lo que te pedía el cuerpo.

Sí, pero sin la culpabilidad de pensar que no estoy haciendo todo lo que debía para llegar a un final predeterminado y encajar el producto. Hoy puedo decir que este es mejor producto que podía hacer. He tardado cinco horas, pero podría haber tardado cinco meses.

¿Qué es para ti la belleza? Te lo pregunto porque con tus letras uno la percibe en retazos tan variopintos como el dibujo imaginario de una señora yendo a la compra. Elevas a cotas de grandeza lo pequeño.  Eso es un arte.

Te agradezco mucho esa percepción porque es mi pretensión. Para conseguir algo universal trato de huir del universo y del cielo, las estrellas y la luna. Todo eso es tan grande que es nada, no emociona, no llega. No sé, habla de «te dejaste el reloj el otro día olvidado en mi casa. Marcaba la hora y se quedó parado». Son pequeñas cosas las que mueven el mundo y con los años uno descubre que, casualmente, cuanto más personal y pequeñito es algo más gente se adhiere. Cuando estoy tocando en directo la magia se multiplica, porque esa frase que escribí pensando que no lo iba a entender nadie y que era solo mía la escucho en miles de personas cantando como si no hubiera un mañana. Es entonces cuando veo que soy menos raro de lo que creía.

Para conseguir algo universal trato de huir del universo y fijarme en algo sencillo y concreto.

Y, sin embargo, lo más sencillo es, a veces, lo más difícil de expresar.

Y yo diría más, lo más difícil de entender. Puede pasar, por ejemplo, con un hijo. Por la mañana vas con prisa porque tienes que vestirlo; hay que darle el biberón o un vaso de leche para que desayune bien; abrigarle para ir al cole; y encima vas corriendo porque llega tarde… Igual no observas nada de belleza en esa cotidianeidad. Pero si tú no pudieras llevar a tu hijo al cole morirías por cogerle la mano, por caminar con él, por ver cómo entra y avanza por el pasillo… Es la misma acción vista de dos maneras distintas. ¡Cuánto nos cuesta entender el valor de lo sencillo!

El ser humano es una realidad compleja que se desarrolla en sociedades cada vez más polarizadas. Pero tú haces una especie de magia ¿Por qué cualquiera puede sentir reflejada alguna parte de su vida en tus letras?

Al final somos iguales. No somos tan especiales. Sentimos lo mismo, de la misma manera, seas de ultraderecha, de ultraizquierda, de centro, negro, blanco, alto, bajo… El mundo se rige por las emociones. Somos seres emocionales y es lo que nos distingue como especie. Tendemos a creernos únicos y, en el fondo, sentimos lo mismo. Uno que escribe canciones lo acaba descubriendo con los años.

Tus letras son, por lo general, un chute de optimismo y de esperanza. ¿Pero cómo se canta al dolor?

Es también parte de la vida. Ahora he conseguido escribir a la oscuridad como nunca lo había hecho. Y me gusta mucho. Es como mirar de frente a tu enemigo, ya sea una persona, ya sea una enfermedad, ya sea una tara, llámalo como tú quieras, y decirle «¿Qué pasa? ¿Por qué me estabas afligiendo? ¡Dímelo ahora!». Hay que plantarle cara. Nunca había hecho una canción con tanta mala hostia. Es como como coger a ese problema por la pechera, entender lo que te está pasando y ver cómo se hace pequeño. Esa sensación me gusta mucho.

¡Cuánto nos cuesta entender el valor de lo sencillo!

Editas bajo su propio sello discográfico, Señorita Rock&Roll. Además de ser valiente, ¿es también un alegato para normalizar la industria y evitar los peajes que muchas veces se pagan con las grandes discográficas?

Yo, particularmente, no he tenido que pagar ningún peaje estando en una multinacional, ni a nivel artístico ni de otro tipo. Pero sí he sentido la necesidad de ser dueño de mis obras. Cuando haces una canción con un sello discográfico esa grabación es suya para el resto de la vida. Y será que tengo una hija y viene otro en camino, pero pienso que si algo les puedo dejar son mis canciones; aunque sea para que las escuchen en Navidad en su casa o que hagan lo que quieran con ella. Tenía la necesidad de tomar el mando. Llevo muchos años trabajando con el mismo equipo; mi manager lo es desde hace 14 años; en mis conciertos me acompañan amigos que lo son desde que nos conocimos en el instituto en 1º de B.U.P.; por eso pensé «Si ya tengo un buen equipo, por qué no montar nuestro propio sello y ver qué pasa». Ahora tengo que pagar más facturas, tomar más decisiones, mirar presupuestos, hacer elecciones… Al final, las relaciones humanas con mi gente son sanas y buenas. Ante cualquier problema yo soy el máximo responsable, pero eso me hace sentir bien. A veces estoy un poco más estresado; a veces le dedico unas cuantas horas menos a componer y otras tantas más a pensar en cómo hacemos… Pero cada vez que sale un disco la satisfacción es doble. Ves que, de repente, ya está en la calle y en las plataformas, suena en la radio, comienza la promoción… Y piensas «¡Lo hemos conseguido!».

Llevas en esto profesionalmente muchos años y vitalmente siempre. ¿Hay miedo a la sequía? ¿A sentir que has llegado a un destino y no saber por dónde sigue el viaje?

Sí, sí, sí… Este oficio es frustración un 95% del tiempo. Hay mucho de no acertar, de fallar y pensar que se ha terminado. En realidad, después de cada canción se ha terminado, de verdad. No es un dicho. Después de tantos años no sé exactamente cómo se hace. No hay una fórmula que se pueda repetir; no se si voy a tener algo que decir. Hacer una canción al uso, como un ejercicio por oficio, podría ejecutarlo sin problema. Pero me sentiría un farsante. La frustración forma parte de nuestra historia y pensar que no tiene por qué volver a pasar [el producir una canción]también. Y aun pasando, puede no gustar. Tengo amigos que son 100 millones de veces más talentosos que yo; que cantan, tocan y hacen unas obras de arte magníficas; pero, en este momento, en este país, hoy, no hay gente que los escuche, no hay gente que les interese. Y eso nos puede pasar a todos, claro que sí.

Has compuesto para otros artistas como Raphael, Pastora Soler, Malú… En esa labor, anónima ante el público, hay algo de renuncia pero seguro que también de orgullo por ser creador de nuevas conexiones.

La sensación de escribir para otros es increíble. Que te dejen meterte en su mundo y formar parte de su obra es un regalazo. Ir a un concierto de uno de estos artistas, sentarme allí sin que nadie sepa quién soy, que toquen la canción que he escrito y ver cómo el público se emociona es la hostia. Y no necesito ningún protagonismo. Al contrario, cuando no me ve nadie es cuando más lo gozo, cuando todo es más puro. Lo que yo he escrito se lo ha creído primero ese que está sobre el escenario, lo ha cantado y ahora se lo están creyendo estos. ¡Qué maravilla! ¡Qué honor!

He conseguido escribir a la oscuridad como nunca lo había hecho. Y me gusta mucho. Es como mirar de frente a tu enemigo.

¿Para quién más te gustaría componer?

Siempre he querido escribir para Luz Casal y no he tenido la oportunidad de hacerle una canción bonita a una voz como esa. Me encantaría hacerle también una canción a Laura Pausini, me flipa su voz y su manera de hacer. Son cosas distintas, pero creo que podrían ser muy interesantes. Ojalá algún día coincida y surja la oportunidad. Tampoco soy muy de perseguir. Las cosas importantes que me han pasado en este sentido han venido de manera natural.

Las cosas buenas que más se disfrutan son las que surgen sin buscarlas.

Me sucedió con el artista argentino Abel Pintos, un súper éxito en su país al que yo no conocía. Apareció aquí en Madrid, coincidimos, hablamos mucho y lo subí a mi piso, en aquel momento compartido con dos compañeros. Nos comimos un taco de jamón que tenía en la cocina, escribimos una canción, se fue y, al tiempo, con ese tema, consiguió el Premio Gardel de Oro a la canción del Año en Argentina y fue quíntuple disco de platino. Entonces descubrí que era una súper estrella. Pero, probablemente, fue muy guay que no supiera quién era, que lo recibiera en zapatillas y pijama y le cortara jamón del malo [risas].

Te vamos a pedir para finalizar que lances al mar un mensaje en una botella, sin saber en qué orilla arribará.

Que nos demos cuenta de que todos somos muchos más parecidos de lo que creemos, que buscamos lo mismo y que el que piensa justo lo contrario que tú no está tan equivocado ni es tan malo, simplemente.

Nos lo seguirás recordando con los acordes de tu guitarra, que emocionan indiscriminadamente. */

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