Aunque este diálogo se calienta con dos tazas de café, el encuentro comienza hablando de cien mil bocadillos pan y de queso. La abogada, por currículo profesional político, y el periodista, por tradición familiar, han vivido muchas romerías de la Virgen de Valverde, patrona de Fuencarral. En el otrora pueblo y hoy distrito de la ciudad de Madrid aterrizó ella al ser elegida concejal por el Partido Comunista tras las elecciones municipales de 1979. Los vecinos creyeron que, con ínfulas marxistas, les iba a prohibir su procesión; ella contestó democratizando el ágape fraterno que «hasta que llegué yo solo era para el cura, el farmacéutico y cuatro más». Curtida en muchas batallas sociales, su voz que, se ha oído siempre en causas como la feminista, suena ronca esta tarde de primavera por culpa «de las corrientes y los aires acondicionados», justifica. Almeida, que impone el tuteo, sabe compensar la frialdad de la aséptica sala de reuniones de su bufete con la calidez de un rostro, que solo se tensa cuando se menta a Venezuela; el registro cambia radicalmente movido por la desconfianza y el semblante muda al que podría ser el de un oficial de la KGB desenmascarando a un inexistente espía enemigo. Parece que ha vivido más de una encerrona y, equivocadamente, se cree envuelta en otra cuando solo se pedía su comentario personal a la actualidad del día. Resituados los límites, el encuentro vuelve a los cauces tranquilos con el aroma de otra taza.
Fotografía: Juan F. López
Hace ya tiempo que tienes la condición de jubilada, que en ti no es sinónimo de tiempo libre.
Me he retirado de lo que me obliga, que era el despacho; es decir, de mi profesión. Me he retirado de la abogacía porque eso implica la tiranía de los plazos y la necesaria atención a los clientes, que es difícil de combinar con otras cosas. Pero no me he jubilado de nada de lo que más quería: ni del pensamiento político, ni del compromiso, ni de tantas otras cosas que siempre he hecho y siempre haré por decisión propia, no porque nadie me obligue. Lo que pasa es que ahora quiero tantas otras cosas que en algún momento tendré que elegir.
Tendrás más tiempo para volver a tu tierra, Extremadura.
Yo me vine a vivir a Madrid a los 12 años, en el año 56. Mi infancia transcurrió en Extremadura, pero conocí verdaderamente esa tierra a partir de que tuve compromiso, porque entonces no sabía nada de nada sobre lo que había pasado. Tengo mucha raíz extremeña. Es más, todavía conservo parte del acento de muchas mujeres de allí. Es un homenaje a mi tierra. Recuerdo muchas cosas de la infancia como olores y sabores. Los de la dama de noche; los limoneros, que tenía mi tía en el patio; la celinda, que el otro día vi una no sé donde y me quedé allí oliendo un buen rato. También recuerdo las calles, los paseos, la forma rutinaria de hacer nuestra vida… Ahora ya no existen muchas de esas cosas.
¿Cómo es el Madrid al que enfrentaste por primera vez?
Recuerdo mi llegada en junio del 56. Me encerré en una habitación en Badajoz, porque yo no quería venir a Madrid; y me trajeron primero al dentista. Iba por la calle Hortaleza con mi madre, nunca se me olvidará, y pasó un autobús. Me echó el humo del tubo de escape y me caí redonda al suelo. Esa fue mi despedida de Badajoz, llorando, y mi llegada a Madrid, desmayándome.
La cosa solo podía ir a mejor.
Luego ya he conocido Madrid y es un lugar que me encanta, la considero también mi ciudad. Nos vinimos aquí sobre todo gracias al sentimiento de mi madre. A ella no le dejaron estudiar por ser mujer y quiso que sus hijas estudiaran todas, las tres, con las mismas oportunidades que nuestro hermano. La mayor empezó en el año 59, que no era muy normal.
En mi tiempo empezabas a estudiar la dictadura de Primo de Rivera y terminabas con Franco crecidito, sin saber qué había pasado en el medio.
Imagino que supuso una disrupción personal.
En el momento que llegue a la universidad mi vida cambió. Empecé a ser yo, ya era libre. Por lo menos no estaban las monjas para vigilarme. Descubrí otro mundo: la cultura, el cine, el compromiso político… Y la historia de lo que había pasado en España y que nunca nos contaban. En mi tiempo empezabas a estudiar la dictadura de Primo de Rivera y terminabas con Franco crecidito, sin saber qué había pasado en el medio.
¿Ahí nació su activismo?
Empecé a descubrirlo. Ahora estoy muy comprometida en la memoria histórica porque me parece la mayor injusticia democrática que se ha hecho en este país, no conocer nuestra historia, que está llena de héroes y de heroínas, aunque aquí siempre han hablado de aquellos malos, horribles, de la República. Me parece muy importante descubrir de nuevo la historia del país. En la universidad empecé a luchar por cambiar la dictadura por la democracia; pero cuando terminé y ya teníamos una ‘democracia’, entre comillas, con todas las reformas que había que hacer, sí creí que había que preocuparse de la memoria histórica y he aprendido muchísimo desde que me dedico a estar al tanto de sus cosas.
Sigue siendo, después de tantos años, una asignatura pendiente. Es difícil objetivar cuando tantos sentimientos siguen estando enfrentados en bandos.
Una asignatura injustamente pendiente, porque todo el mundo dice hay que pasar página, pero si la pasas sin leerla no te enteras de nada. Cuando hay que pasar página es cuando has entendido algo y ahora que lo has entendido lo quieres superar. Por lo tanto, yo la estoy leyendo y pasaré página cuando logre que sea parte de la historia de este país.
No ayuda tampoco el ruido exterior. Las redes sociales que se vieron en sus inicios como un elemento democratizador acabaron mostrando pronto una cara menos amable.
España está sufriendo un retroceso cultural enorme en ese sentido. Parece que si no sabes de nuevas tecnologías no sabes de nada. Yo prefiero primero tener formación y con ella luego saber diferenciar la información que me llega. Hoy recibimos tanta información y de sitios tan diversos que es complicado discernir. Incluso a la hora de formarte te vas haciendo a trozos.
Al final el continente digital reproduce muchos de los vicios del real, también en lo relativo a las tensiones en torno a los límites de la libertad de expresión, los tabúes o la censura.
Por eso a mí me parece que el retroceso cultural de estos últimos años ha sido tremebundo. Renacen cosas del pasado y vemos cómo un chiste de Carrero Blanco puede llevar a la gente a la cárcel porque hiere los sentimientos de no sé quién. ¡De los de siempre! Me parece que es como de otro siglo. Estoy viendo situaciones de este tipo yo, que desde el 67 hasta el 77 solo me dediqué a la defensa de presos políticos y de trabajadores, cuando no había ni sindicatos ni libertades. La diferencia es que ahora, habiendo libertades, hay un retroceso en el concepto de libertad. Por ejemplo, ha pasado con la Ley Mordaza, una ley que bajo la supuesta cuestión de la seguridad mete una multa por ejercer un derecho fundamental como es de la manifestación, algo que no tendría ni que ser notificado porque está reconocido como derecho fundamental en la Constitución. Les ha pasado, por ejemplo, a las víctimas del franquismo que se reúnen todos los jueves en la Puerta del Sol. Esa sensación al ver que gente que va a la cárcel o piquetes de huelga penalizados es terrible, Gracias a Dios estas causas se están ganando en los tribunales, pero a mí todo esto me recuerda muchas situaciones que había vivido antes, cuando no había libertades y la gente iba a la cárcel por no pagar una multa de lo público.
El retroceso cultural de estos últimos años ha sido tremebundo. Renacen cosas del pasado y vemos cómo un chiste de Carrero Blanco puede llevar a la gente a la cárcel.
Entonces no sería inusual conocer a alguien que había pasado por prisión.
Había miles por estas cosas, sobre todo estudiantes. Recuerdo una anécdota relacionada con el triunfo de Massiel en Eurovisión, en el 68. Al año siguiente tenían que venir todos los europeos aquí y había habido una redada muy grande en la universidad tremenda. Los suecos dijeron que no viajaban mientras todos esos estudiantes estuvieran en la cárcel. Los pusieron en libertad y salían todos cantando La, La, La.
Tú has tenido diversos carnets, distintas militancias políticas, aunque con una única ideología desarrollada en varios partidos.
Porque me echaban de todos [risas]. Yo la única militancia que he tenido de verdad fue la del Partido Comunista, y no tanto porque fuera comunista, que yo no sabía ni lo que era casi, sino porque era lo único que había para luchar contra Franco, era algo que existía en la universidad y mis mejores amigos, la mejor gente que yo conocía, se metió allí. Yo entré también y no me arrepiento en absoluto porque aprendí todo lo mejor que he tenido en mi vida. También aprendí a ser demócrata y por quererlo ser dentro del partido me echaron siendo concejala de Fuencarral. Me expulsaron del partido y entonces te expulsaban al mismo tiempo del cargo público, porque los cargos eran los partidos y no de la gente. ¿Tú sabes los homenajes que me hicieron a mí en Fuencarral? Me conozco todos los restaurantes de bodas, banquetes y eventos [risas]. Se solidarizaron conmigo porque me habían expulsado por apoyar la unión de Roberto Lertxundi con Mario Onaindía de Euskadiko Ezkerra. Y decían los de Fuencarral: ¿Pero eso qué tiene que ver con nosotros? Luego ganamos el recurso al Tribunal Constitucional y nos tuvieron que readmitir en el Ayuntamiento. Yo les ofrecí mi puesto porque no tenía más interés que la lucha por la democracia, no volvía por seguir en un cargo. Desde entonces ya no pueden echar a la gente de sus responsabilidades aunque los echen del partido. Después de estar expulsada me llamaron los propios del partido para crear Izquierda Unida (IU).
Y ahí la historia tampoco acabó bien.
Estuve en Izquierda Unida hasta que Julio Anguita también me expulsó porque yo era partidaria de que IU fuera un partido de verdad y no una coalición que a los únicos que amparaba era a los del PC, que eran los que mandaban allí en la sombra. No se enfrentaban a unas elecciones, pero se presentaban con el nombre de Izquierda Unida. Entonces creamos el Partido Democrático de la Nueva Izquierda (PDNI) como corriente dentro de Izquierda Unida y al cabo de unos meses también nos echaron.
No encajaban en su programa, programa, programa.
Cuando me echó le dije: «Ojo, Julio, que yo traigo mal fario, porque me echó Carrillo del PCE y luego cayó él a los dos meses». Y él cayó también a los dos meses de echarme de Izquierda Unida. Luego hicimos un pacto entre el Partido Democrático de la Nueva Izquierda y el PSOE para ir a la Comunidad de Madrid como cabeza de lista. Pero yo nunca me metí en el PSOE, aunque me ofrecieron hasta la secretaría ejecutiva.
¿Y hoy en día te sientes más libre sin carné?
Yo me he sentido siempre libre. Lo que pasa es que otros me han visto como un peligro y me han quitado el carné. Pero te quitan el carné, no las ideas. Me siento tan libre como antes. Lo que pasa es que ahora no tengo deseo de un carné porque no me parece que la situación vaya a mejorar porque lo tenga, sino, en todo caso, porque pueda participar en la vida pública y en la opinión social, que es lo que quiero hacer.
Yo me he sentido siempre libre. Lo que pasa es que otros me han visto como un peligro y me han quitado el carné. Pero te quitan el carné, no las ideas.
¿Decepcionada entonces de la política?
Para mí la política requiere otra cosa distinta de lo que tiene hoy que está tan denostada. Para mí era lo mejor que podía hacer por los demás, por los trabajadores, por los derechos laborales… Ahora tenemos que seguir luchando porque, aunque supuestamente estamos en democracia, hay menos derechos que en otros momentos y vivimos la precariedad, la desigualdad… Son situaciones que me parece que vuelven a repetirse y en eso tiene mucho que ver el sentido de democracia que tienen los que han ido ocupando mayorías absolutas en todos estos años convirtiendo un derecho democrático en algo más parecido al absolutismo. Cuando no se ha tenido control de nadie han podido hacer lo que quisieran. La corrupción ha sido un elemento absolutamente destructor de la vida política. Me parece de una responsabilidad histórica tremenda. Los perfiles de políticos implicados en las distintas tramas de corrupción, de uno u otro lado, revelan el mismo carácter de un tipo de gente que yo no lo encontraba antes tan fácilmente.
¿No se daba o se daba pero no se conocía?
Yo estoy segura de que no se daba y cuando se dio alguno se conoció. Ahí está el caso del PSOE con Filesa, relacionado con la financiación del partido y no por corrupción de tipo individual. En conciencia, diría que la corrupción no era parte de la política de entonces y, sin embargo, ahora lo que dudo es que haya política sin corrupción.
¿Cómo ves a la izquierda actualmente?
En Madrid la veo como siempre, despidiéndose unos a otros y no hablando unos con otros; creyendo todos que van a poder gobernar solos y mientras no gobierna ninguno. Pensar que no sea posible el diálogo de la izquierda aquí me parece terrible. La única vez que he gobernado, precisamente en el primer ayuntamiento democrático, con Tierno Galván, cuando estuve de concejala-presidente en Fuencarral, fue con un pacto PSOE-PCE. La gente en la calle se lanzó aquel 3 de abril, después de las elecciones, y gritaba: «¡PSOE-PCE, unidos a vencer!». Eso me dio una imagen del diálogo como parte de la formación política. Hoy no se sabe dialogar, solo se sabe mandar. Los pactos políticos muchas veces son pequeños reinos de taifas en los que cada cual cree que su partido gobierna solo en el área que le toca. Y no es verdad. Un acuerdo de gobierno es para gobernar todos juntos. Eso, que es la esencia del diálogo, creo que es muy difícil que se dé.
Pero, en cierto modo, también fracasó en vuestra época.
Nuestra idea era la unión, hasta que el PCE se apropió de Izquierda Unida y, como ellos no se querían disolver, pues nos disolvieron a todos antes que a ellos. Pero sí que me parece más grave que hoy, cuando más la sociedad está demostrando que hay que dialogar, menos capaces son del diálogo. No han aprendido nada de lo que está pasando en Francia, en Italia y en tantos sitios. No ven que esa seguridad en que son los que más los llevará a ser los que menos y que sumando podemos ser muchos más y no sumando nos vamos restando cada vez más.
Los líderes que toman esas decisiones han sido elegidos en la mayoría de los casos en primarias.
Al final las primarias, que son democracia, se están convirtiendo en una cacería de unos a otros, algo que no solo no enriquece la democracia, sino que amplía el enfrentamiento y la división dentro de los propios partidos [un ataque de tos muy prolongada interrumpe la respuesta]. Te iba a llamar para decirte que mira como estoy, pero como luego no podía quedar y me voy a Vietnam la semana que viene si puedo al final no lo he hecho.
Se agradece doblemente el esfuerzo. ¿Cómo ves la deriva de Izquierda Unida en estos últimos años?
Yo ya no sé lo que es Izquierda Unida. En Andalucía, con el PSOE, usaron más el chantaje del apoyo que el diálogo para hacer una democracia distinta. Ese espíritu de diálogo no lo veo que sea tampoco hoy la esencia de la unión con Podemos, PSOE, etc., pero me parece bien que las fuerzas de izquierdas se unan; aunque, repito, izquierda unida yo ya no sé lo que es. Cuando Luis García Montero se presentó a la Comunidad de Madrid por Izquierda Unida yo lo voté pero no salió porque no le votaron los que le presentaban al estar peleadas las distintas corrientes. Fue una gran oportunidad perdida para haber tenido un gobierno de izquierdas en Madrid. No entiendo la falta de fuerza.
Se impone otra vez el discurso de miedo, de la seguridad, de la protección, de lo mío es mío, de que no venga otro…
Has mencionado hace unos minutos la situación en otros países. ¿Qué análisis harías de lo que sucede en el exterior?
Se impone otra vez el discurso de miedo, de la seguridad, de la protección, de lo mío es mío, de que no venga otro… Cuando la realidad es que han explotado a todos los que han venido y nos acuerdan de qué fue lo que ocasionó la II Guerra Mundial. La gente no lee y, por eso, cuando no conoces una historia te arriesgas a repetirla. Los Marine Le Pen, los Donald Trump, son gente que se creen que porque son millonarias pueden gobernar donde quieran y no tienen ni idea de lo que es gobernar y cuando lo han hecho, como en el caso del segundo, se han dado cuenta de que es más difícil de lo que se creía. Aun así, ha sido presidente, pero no supo valorar lo que significa hacer buena política ni diferenciar lo que significa ser corrupto y lo que significa ser un ciudadano con conciencia democrática. Trump presume de no haber pagado impuestos nunca y es una horterada de tío que tiene las paredes de oro. ¿Cómo puede darse culturalmente esa situación? O cómo puede ser que en España después de la crisis haya más multimillonarios de los que había antes y haya más pobres, porque los trabajadores en las condiciones en las que se trabaja no dejan de ser.
¿Y quién tiene la llave del cambio?
Estamos viendo una sociedad en desigualdad. Es difícil que con falta de conciencia democrática, cultural y ciudadana se puedan hacer grandes cambios y, así, se vuelve ir al pasado; aunque el pasado haya costado tanto como costó la guerra civil aquí, o como costó el nazismo en Alemania o el fascismo en Italia.
Tú entraste en Derecho por un sentimiento de justicia.
Había estudiado ciencias y quería hacer psiquiatría, pero en España no había entonces la especialidad de psiquiatría y tenía que hacer seis años de medicina general. Llegué a un acuerdo con mi padre para poder ir a París, a la Sorbona. Él me pagaba tres años y los otros me los ganaba yo. Pero empezaron las bombas por la guerra de Argelia en el 61, se desbarataron los planes y acabé entrando en Derecho. Pero, fíjate, lo hice más por la criminología, por la delincuencia juvenil, por meterme en la cabeza de todas esas cosas.
Y allí entraste en contacto con el activismo.
Llegué a Derecho y encontré el compromiso político. Mi padre me decía: «Tú tienes que ser registradora de la propiedad». Y yo le contestaba: «Manolo, ni creo en la propiedad ni la voy a registrar, me voy a dedicar a defender presos políticos». Cuando me dieron la medalla del Colegio de Abogados por mis cincuenta años de profesión en mi discurso dije que cuando me dieron el título de abogada fue el arma más potente que me podían conceder, más que un Kalashnikov, una pistola o cualquier cosa de esas; porque este título me ha permitido luchar por la libertad y por la democracia. Es solo un papel… ¡Pero es un poderío! Y lo he usado toda mi vida al servicio de la justicia. No hay cosa que más me haya satisfecho que mi propia profesión.
Haciendo balance de tu vida tú, que has presenciado tantas injusticias, ¿crees que has podido ser injusta? Por ejemplo, a la hora de juzgar o prejuzgar a alguien.
Siempre he preferido defender más que juzgar y desde luego que acusar. Incluso en momentos duros, como es el asesinato de los abogados de Atocha. Cuando la prensa me preguntaba si iba a pedir la pena de muerte yo les decía: «¿Cómo voy a pedir pena de muerte si no creo en ella? ¿Por qué maten a estos vamos a recuperar la vida de los demás?». ¿Puedo haber sido injusta con alguna gente? Pues sí, pero no me pega. Yo tengo un humor muy poco rencoroso, es decir, que no me acuerdo casi de las cosas malas. Por lo tanto, tengo una tendencia a mirar siempre hacia lo bueno
Has mencionado a tus compañeros laboralistas de Atocha. ¿El tiempo ha curado esa herida?
No, nunca se me curará y siempre lo tendré como el dolor más grande que he podido sentir. Pero, sin embargo, frente a eso, habiéndolos conocido, habiendo trabajado con ellos, habiéndonos divertido juntos… lo único que me emociona es pensar que, con su muerte, trajeron aquello por lo que habían luchado toda su vida: la libertad y la democracia. Ellos fueron el hecho determinante de que en vez de ir para atrás, como pretendían los asesinos, fuéramos pa’lante por lo que ellos habían luchado. Cuando pusieron en el Colegio de Abogados una placa con sus nombres, en el 40 aniversario, la emoción me hizo ver que habían vuelto a casa, que habían vuelto a su casa los abogados de la gente que trabaja por la justicia, aunque fuera mucho más duro su lucha que la que hay que hacer ahora. Pero hay que seguir luchando por el turno de oficio, por la igualdad, por la justicia gratuíta… En fin, cada uno tiene la lucha de su tiempo. Me emociona pensar en cómo murieron. Pero, sin embargo, me alegra más pensar en cómo vivieron.
Con su muerte, los abogados de Atocha trajeron aquello por lo que habían luchado toda su vida: la libertad y la democracia.
Te vemos siempre muy enérgica, también con mucho sentido del humor. Pero ¿a qué tiene miedo en la vida Cristina Almeida?
Tengo miedo a la intolerancia y a quienes la practican. A esos sí le tengo miedo, porque son gente que sin conocerte te odian. Yo no odio a nadie, pero da la impresión de que hay gente que es capaz de matar sin conocer; o que es capaz de pegar porque quieren; o que es capaz de hacer bullying y subirlo a las redes; o quemar a un mendigo y hacerle fotos. De esa intolerancia sí tengo miedo porque nos puede afectar a todos, aunque no vaya directamente contra ti, pero afecta a la sociedad. Y sí, tengo mucho miedo, pero no un miedo personal, un miedo ideológico… A Marine Le Pen no le tengo miedo pero sí tengo miedo a la cultura que representa, a la cultura del no a los refugiados, a ver a personas tiradas muriéndose en el Mediterráneo… Todas esas injusticias me dan miedo. No un miedo personal, sino un miedo social.
Quería preguntarte también por Venezuela.
[Interrumpe bruscamente] ¿Y por qué me preguntas por Venezuela, con todo lo que hay? Yo cuando preguntan tanto por Venezuela ya me estoy mosqueando. Porque hay muchos más países llenos de miseria, Kuwait, Dubái y todos esos…
Es por las noticias de esta misma semana en torno al reconocimiento de la Asamblea Constituyente.
Ya, ya, claro. Yo estoy en desacuerdo con el Maduro, con lo de hacerse otra nueva constitución. Si le ha ganado la oposición pues que les deje en paz, que se dedique a ganarles en la siguiente. Porque ya les costó mucho a la oposición llegar a un acuerdo para lograr entenderse y seguirán sin entenderse luego. Pero yo no estoy de acuerdo en que en una democracia pueda haber presos políticos. Una democracia no lo es más porque tú, porque mandes más, hagas las leyes, sino porque tú te sometas a ella. Y Maduro como no se quiere someter a las propias leyes que se había dado pues va a hacer otras para ver si así se puede quedar. Estoy en desacuerdo. Sin embargo, me mosquea la miseria allí. ¿Quién hace el desabastecimiento? Porque no me lo creo. Y como ya tenemos la experiencia de haber visto cómo se cargaron Allende los camioneros, dejando sin servicios… Detrás de todo esto hay también unos intereses económicos de los del petróleo nacionalizado, de todos estos que me mosquean. Por tanto, no es que te lo haya dicho porque no me puedas preguntar. Sí me puedes preguntar de Nicaragua, de Colombia y de lo que quieras. Pero de Venezuela se habla demasiado y cuando se habla demasiado es porque hay intereses. Porque hay otros países que me preocupa más la miseria en la que están. Es igual que cuando antes se hablaba de Cuba. Ahora ya como los americanos lo han aceptado pues se habla menos. Y yo ya te digo que no comparto la postura de Maduro y pienso que no se puede movilizar a la gente cuando tú no quieres aceptar lo que la gente ha votado, ni se pueden inventar otras leyes para poderte tú quedar el nombre de tu ley y no en nombre de los ciudadanos que te voten.
Hemos empezado hablando de tu jubilación, que no es tal porque sigues con muchos frentes abiertos distintos al del despacho. Cuando ya sí te plantees un retiro más real, ¿a qué rincón te gustaría ir?
Ibiza me gusta mucho. Voy allí desde el año 67. Compré una casa en el 89 y me encierro mucho allí. Pero yo tengo compromiso con viajar y me apetece mucho. Estuve cuidando a mi madre 8 años hasta que murió con 99 años, unos meses antes de cumplir los 100. Antes no quería ir lejos para no estar lejos de ella. Ahora que ya no está viajo más. Viajar me gusta porque abre la mente. Yo he viajado mucho, pero he hecho poco turismo, ha sido más por solidaridad. He ido a todo el Cono Sur, a todas las dictaduras, a hacer un trabajo sobre mujeres y niños desaparecidos. En el 77 yo me enteré de la legalización del PCE en un taxi en Argentina, viendo como los operativos de Videla detenían a la gente y las Madres de Mayo empezaban en la Casa Rosada. He ido también a Sudán, a buscar niños secuestrados por los padres.
¿Es la hora de viajar pensando más en ti?
Ahora quiero ver naturaleza, culturas distintas, cosas que me apetezcan, Quiero ir a Vietnam, quiero ir a Costa Rica, quiero ir a muchos sitios. Y, sobre todo, lo que sí quiero es descansar. Yo decía que de mayor quería aburrirme, pero me he dado cuenta de que es que yo me divierto con cualquier cosa. Estoy en Ibiza, solita, mirando el mar, y ya soy más feliz. Pasa una mosca y me voy con ella a Calcuta volando, imaginando una historia. Por eso sé que no me voy a aburrir. Lo único, cuando has dicho antes que qué me daba miedo, es la enfermedad. Yo me quiero morir viviendo, no me quiero morir vegetando. Y me gustaría poder decidir mi muerte, ya que no decidí mi nacimiento. Lo decidieron por mí, y agradecida estoy a mis padres, que me han dejado estar tantos años por aquí. Pero mi muerte me gustaría decidirla yo. */