Solo puede transmitir paz el que es portador de ella. El cúmulo de cargos -con sus cargas- que Gregorio Marañón Bertrán de Lis lleva sobre sus espaldas podría arrebatársela a cualquiera, pero él, en la plenitud de su vida (siempre está en la plenitud el que se abona al presente como su tiempo) ha desarrollado una serenidad envidiable, forjada en el trato con el diferente y a base de lidiar ante escenarios de lo más variopintos en su tránsito por el mundo de la cultura, la banca, la empresa, la política o la comunicación. Esa calma que te transmite en cualquier conversación, en la que solo impone el tuteo y la cercanía como reglas, la proyecta también en los espacios que habita y trabaja, como su cigarral de Toledo o el antiguo garaje, reconvertido en una oficina -con diseño y con carácter- por mor de una virtuosa intervención arquitectónica, donde nos damos cita. En esta tarde de verano, el borboteo de la fuente que preside el patio que tiene frente a su despacho nos habla, en su lenguaje, del movimiento que acompaña a un hombre inquieto y, a la vez, de ese sosiego reflexivo de quien optó por descansar trabajando. Nos parlotean también los papeles, que se acumulan por mesas y sofá como síntoma de que la agenda no se detiene, en contraposición con las paredes, habitadas por la memoria congelada en momentos felices que evocan las fotografías de seres queridos o personajes que dejaron huella. El arte es también protagonista en el lugar, pero ninguna pieza está colocada por azar y cada una susurra también su porqué, unido a un momento o a un encuentro vital. Todo en él y en lo que le rodea es proyección de una forma de vivir que eligió desde muy joven y de la que ahora hacemos memoria.
Fotografía: Juan F. López
Contigo se desmiente el dicho de que nadie es profeta en su propia tierra. Felicidades por tu reciente medalla de Oro de la ciudad de Madrid. Un reconocimiento a tu apuesta por la difusión de la cultura durante la pandemia y, en el fondo, a tantos desvelos por los territorios que llevas en el corazón.
Si hablamos de mis lugares de arraigo, uno es, obviamente, el del nacimiento y donde ha transcurrido la mayor parte de mi vida, Madrid. Otro, un cigarral en Toledo. Son ciudades que he elegido por mí mismo, incluso en el primer caso, pese a que uno no pueda decidir dónde venir al mundo; porque nacer en Madrid, vivir en Madrid y sentir que en Madrid están tus raíces, tu compromiso y el origen de lo que en el fondo eres, son tres cosas distintas.
Creo, desde siempre, que una de las claves de la existencia del ser humano es el sentimiento de gratitud. Es algo que he practicado toda la vida. Eso explica que sienta un inmenso agradecimiento también hacia esos dos lugares y haya querido corresponder con mis acciones por todo lo que me han dado. Pero, como si de un juego de espejos se tratase, con ese sentimiento, al dar siempre estoy de nuevo recibiendo algo.
Los cánones dicen que tú y yo pertenecemos a generaciones distintas. Repasando tu vida, cavilo que, si no mejor, cualquier tiempo pasado sí fue más emocionante. En tu juventud todo estaba por construir. Hoy queda mucha tarea, pero es como si nuestros anhelos se diluyeran en un mundo líquido. Sin embargo, reivindicas el futuro como tu tiempo.
No es un concepto matemático, pero te diría que yo soy de los que creo profundamente que cualquier tiempo pasado fue peor. Lo mejor está por venir. Está en nuestras manos que el tiempo que vivimos se concrete en un tiempo mejor, mientras que el tiempo pasado es un tiempo que heredamos. Si hacemos una mirada retrospectiva sobre el devenir de la humanidad solo hay que observar el avance de la medicina y de la expectativa de vida o, con todo, el retroceso de la pobreza en muchas partes del mundo. Por darte datos, cuando yo tenía 18 años, en la España subdesarrollada de entonces había 50.000 universitarios y una tasa de analfabetismo cercana al 40%. En estos momentos la escolarización es total y tenemos 1.800.000 universitarios. Sin contar con que en esa época vivíamos en una dictadura aislados del mundo occidental y hoy lo hacemos en una sociedad libre e integrados en Europa. Por lo tanto, yo no tengo ninguna nostalgia de ese pasado. Es más, lo que tengo es la firme esperanza de que el devenir será mejor de lo que tenemos.
Soy de los que creo profundamente que cualquier tiempo pasado fue peor. Lo mejor está por venir.
Hombre, sí digo que hoy en día hay algo que a mí me estremece y espero que sea circunstancial. Hablo de la grave quiebra en las relaciones sociales. La Transición hizo posible la capacidad de entendimiento del otro. Eso se ha perdido. Yo soy un liberal. Siempre me defino como liberal progresista; pero, ante todo, liberal. Por lo tanto, siempre pienso que el otro tiene también una parte de razón. Ahora vivimos en una situación en la que, otra vez, estamos en posiciones muy cainitas, en las que toda la razón es nuestra y al de enfrente no le reconocemos ninguna. No se contempla la posibilidad de que se pueda estar en un error y el otro pueda hacernos salir de él. Eso sí me preocupa; pero, global y sociológicamente, desde el punto de vista de la situación general de la población, claramente la España de hace 50 años era peor que la que tenemos hoy.
Con Ortega, nos recuerdas que la vida está conformada por vocación, circunstancias y azar. Y vocación entendida no como aquello a lo que nos sentimos llamados sino aquello por lo que optamos, lo que decidimos. Con todo tu periplo, cuál dirías que ha sido o es la tuya.
Esa falta de una vocación definida que me llamara a ser o actuar en un ámbito determinado ha hecho que haya podido recorrer por caminos que, sin estar en posiciones contrapuestas, sí que son distintos. ¡Cada día tiene su afán! En estos momentos tengo unas posiciones con una responsabilidad empresarial muy clara y definida, en las que me vuelco y a las que intento contribuir de la mejor manera posible; pero, al mismo tiempo, ocupo en el ámbito de la cultura otras que requieren un enorme compromiso. Son muy distintas las unas de las otras, pero diría que las compagino bien.
Como dices, eres humanista en sentido amplio y liberal. Para tu abuelo, «ser liberal es estar dispuesto a entenderse con el que piensa de otro modo y no admitir jamás que el fin justifica los medios». Sin el protagonismo de la primera línea política, probablemente hayas influido más en ciertas decisiones que algunos que ostentan o han ostentado cargo público.
Puede que sí. Te pongo un ejemplo. En este momento, tan álgido en lo que se refiere a la relación entre la izquierda y la derecha en España, en el Teatro Real participan tres administraciones públicas con distintas posiciones políticas, como son el Ministerio de Cultura, la Comunidad de Madrid y el Ayuntamiento de la ciudad; dos gobernadas por el Partido Popular y otra por el PSOE. Desde 2008 que yo estoy ahí se han tomado todas las decisiones por unanimidad. Eso no pasaba antes. En los diez años anteriores hubo muchos desencuentros que paralizaron la vida institucional del Teatro Real.
La de tender puentes es una dinámica muy presente en tu historia. ¿Cabría decir que, en cierto modo, con tu vida no has buscado solo la legítima realización personal sino también servir como palanca de transformación de la sociedad? La tuya es una ciudadanía activa y en eso tuviste también el buen ejemplo en tu abuelo.
Y la ejerzo las 24 horas del día. De alguna manera, estoy siempre dispuesto a mostrarle al otro lo que creo que no está viendo adecuadamente o explicarle al que piensa de una manera distinta lo que no está reconociendo. No hay ningún momento en mi memoria en el que yo haya podido sentirme, de alguna manera, artífice de un gran entendimiento, pero sí creo que, en el día a día, he ayudado a construir muchos. A sensu contrario sí podría referirte un episodio en el que me sentí profundamente decepcionado por un posible entendimiento que hubiera sido conveniente y no pude lograr. Fue después del golpe del 23-F, cuando Leopoldo Calvo Sotelo estaba formando gobierno. Un grupo de personas, de las que yo fui el portavoz, le sugerimos formar un gobierno de coalición. Él dijo que no podía llevar a cabo la idea porque el PSOE no estaba dispuesto a convivir en un ejecutivo con Alianza Popular. Yo le despejé favorablemente esa circunstancia, aparentemente determinante en su negativa. El PSOE de Felipe González y José María Maravall sí estaba dispuesto a entrar en un gobierno presidido por Leopoldo, con participación también de los populares. Pero Calvo Sotelo argumentó entonces que había que guardar esa posibilidad para mejor ocasión. A mí me parece difícil imaginar mejor ocasión que aquella, en un contexto de golpe de Estado fallido en una democracia. Ahí sí me sentí, de alguna manera, frustrado.
Hoy en España tenemos ese gobierno de coalición pero, siendo entre partidos aparentemente afines, o cuanto menos cercanos, en su orientación ideológica, se vislumbra muy frágil, con muchas dependencias y peajes y, a la postre, desencuentros cotidianos. En un contexto como el actual, de polarización y expansión de ciertos totalitarismos, el entendimiento institucional entre derecha e izquierda, con una altura de miras como la que demuestran los actores políticos en Alemania, sería también muy deseable.
Hoy, aparentemente, parece muy difícil; pero hace apenas tres años se estuvo a punto de lograr un gobierno de coalición de Ciudadanos con el Partido Socialista. Eso me hace pensar que, en cualquier trecho del camino que tenemos por delante, pudiera lograrse. Voy a ir más lejos. Creo que es necesaria una reforma de la Constitución, para actualizarla y ayudar a resolver alguno de los problemas que hoy tiene España planteados. Y para esa reforma de la Constitución sí se hace necesario un entendimiento del PSOE con el PP. Quiero creer que en algún recodo del camino que estamos ahora andando, se encontrará la posibilidad de ese pacto.
Debe haber apoyo público, pero la cultura no puede estar en modo alguno conducida porque entraríamos en modelos no democráticos ni liberales.
En el cincuentenario del fallecimiento de tu abuelo (2010) los diputados vascos y catalanes pusieron de relieve el papel de Marañón en la reconciliación nacional y su compromiso con la visión de una España plural. Eso fue hace apenas diez años. ¿Por qué hoy parece, sin embargo, que cada paso que se da en ese sentido es en retroceso?
Hace no mucho tiempo, en el año 2014, hubo otro intento de pacto del gobierno de Rajoy con el gobierno de Artur Mas. Se negoció el temario de la mesa, se acordó su contenido con la intervención de dos figuras importantes de la sociedad civil, como fueron Isidro Fainé y César Alierta, y al final, creo que muy equivocadamente, Mariano Rajoy declinó esa posibilidad que se nos abría. Algo así está al alcance de la mano. No ha pasado tanto tiempo. Yo creo que no estaríamos hoy donde estamos de haberse celebrado aquella mesa. Quiero creer que en algún momento dado alguien aprenderá de estos traspiés y de las consecuencias de no hacer estos pactos y llegaremos a ese necesario acuerdo de las fuerzas constitucionalistas.
Para ti la cultura lo es todo. Cultura entendida como humanismo. ¿Crees que en España carece de la consideración social y política estratégica que se le otorga en otros países?
Es muy difícil imponer un modelo de gestión cultural. La cultura tiene un elemento de espontaneidad que anida en la propia sociedad. Una cosa es que existan grandes instituciones culturales, que obviamente tienen carácter público y, por razones presupuestarias, necesitan del apoyo administrativo, como el Museo del Prado, el Reina Sofía, el propio Teatro Real, el Liceo de Barcelona… Pero la cultura es, de alguna manera, un caldo de cultivo muchísimo más amplio y muchísimo más espontáneo. Es cultura tanto el acto del que hace una película como el del espectador que decide ir a un cine a verla y reflexiona con esa experiencia. Esa libertad no puede estar dirigida públicamente. Sí debe haber apoyo público, pero la cultura no puede estar en modo alguno conducida porque entraríamos en modelos no democráticos ni liberales.
Promoviste en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando un debate sobre la injustificable falta de representación femenina. Casi siempre se pone el foco en la brecha de género en el ámbito de las carreras profesionales, pero es evidente que afecta a casi todos los órdenes. ¿Cuánto le puede costar a la sociedad este gap?
Yo soy presidente de Logista que, en estos momentos, figura entre las 25 primeras sociedades europeas en regímenes de igualdad entre hombres y mujeres. El 42% del consejo son mujeres, por encima de los requisitos planteados en estos momentos como recomendación por parte de la CNMV. Vamos en esa dirección. Una amiga mía decía con gracia que la igualdad se habrá alcanzado el día que haya tantas mujeres mediocres en puestos de responsabilidad como hombres. Creo que eso es así. Se han roto las barreras que impedían a la mujer el acceso en régimen de igualdad, pero sigue siendo necesario fomentarla de alguna manera con indicaciones, recomendaciones u obligaciones, si es necesario. Se está avanzando muchísimo; ahora, aún queda trecho.
La igualdad se habrá alcanzado el día que haya tantas mujeres mediocres en puestos de responsabilidad como hombres.
Tú, que has participado en la gestación de grandes grupos de comunicación y has visto de cerca la guerra de intereses entre política y economía en este entorno, ¿cómo ves el futuro de los medios?
Vuelvo a ese optimismo vital que me lleva a decir que el futuro será mejor. Yo no tengo ninguna duda de que se encontrará un hueco para la prensa escrita. Se equivocan los que apuestan por la desaparición del papel. El papel, que evidentemente está en regresión, tiene un nicho dentro del ámbito de los medios, aunque todavía está por definir y habrá que terminar de encontrar. En cambio, lo digital, que está por supuesto en una expansión inmensa, plantea curiosamente otros problemas. Estamos recibiendo información permanente, pero muchas veces es tan inmediata que no está analizada ni contrastada. Creo que el problema no va a ser tanto el que existan medios como el que la información que esos medios nos faciliten tenga las suficientes garantías de análisis y de contraste previos. El tema de las noticias falsas me preocupa mucho más en estos momentos que el de la supervivencia de una prensa que me parece que es una columna indispensable y diría que fundamental de cualquier sistema de libertades.
Entrando en un terreno más íntimo, reivindicas, en su sentido etimológico, la acción del recuerdo.
Está mal que lo diga, pero yo sigo mucho más volcado en el futuro que en el recuerdo. Cuando tú tienes una vida muy llena —y muy llena en todos los sentidos, en el sentido familiar, en el deseo de afecto, en el amor, el sentido del trabajo, en el de las responsabilidades sociales, etcétera— realmente hay poco espacio para el recuerdo. Pero sí, el recuerdo precisa de una cierta introspección, un cierto tiempo, una cierta meditación. Los recuerdos los tenemos archivados y hay que abrir el corazón para recuperarlos. Es curioso, pero me cuesta más hablarte de recuerdos que de proyectos. Mirando al pasado, siempre hay una serie de momentos que son más luminosos. Tengo que reconocerte que me quedo más con los buenos recuerdos que con los malos. Todos hemos tenido momentos terribles, pero yo las crisis en mi vida personal las he vivido como momentos de crecimiento. En vez de dejarme hundir o derrotar por una situación de adversidad, generalmente he crecido.
Los recuerdos recientes son más placenteros.
Estoy viviendo una historia de plenitud desde hace 22 años y es tanto lo vivido en esta etapa que tampoco me queda demasiado tiempo para recordar lo que lo antecede. Viene a mí esa canción que dice «gracias a la vida que me ha dado tanto». Es lo que siento. Cuando recuerdo vuelvo a vuelvo a sentir esa gratitud con la que intento levantarme todas las mañanas.
Profundizando más en esas memorias del corazón, si tuvieras que referir a tus maestros en el camino de la vida, ¿qué nombres aparecerían?
Tengo tres personas que son una referencia en mi vida. La primera es mi abuelo, Marañón, y las otras dos Juan Lladó y Jesús de Polanco. Su actitud vital, en el caso de los tres, es en sí mismo una forma de vivir en plenitud, muy volcados hacia sus entornos. Son personas que han generado un impacto positivo en mucha gente. Nunca olvidaré el entierro de mi abuelo, cruzando desde la actual plaza de Gregorio Marañón hasta lo que hoy es el Museo Reina Sofía, con toda la Castellana parada con multitudes, a izquierda y derecha, que no se acababan nunca. En el caso de Juan, hablamos de un soñador, persona de gran vitalidad, imaginación y brillantez; siempre abierto hacia los demás; enormemente generoso e inteligente. Jesús llega ya un poco más tarde a mi vida, pero también lo que me transmitía con su entusiasmo era en sí una enseñanza. Fue increíble lo que hizo en el ámbito de los negocios.
No me siento maestro de nadie y sí discípulo de muchos.
¿Y para quién eres o has sido tú maestro?
Eso no se me había ocurrido ni imaginármelo. No sé si a alguien le he podido yo servir de referencia. Sí que algunos amigos o conocidos me piden algún consejo y creo que estoy siempre la obligación de intentar darlo y me involucro mucho a la hora de hacerlo. Cuando fui a felicitarle por su nuevo cargo, uno de los ministros del gobierno recientemente nombrados me recordó una conversación en ese sentido que habíamos tenido hace años y que yo había prácticamente olvidado. También yo sigo pidiendo muchos consejos a los que pueden a su vez prestármelos. Pero yo no me siento maestro en nada y, si quieres que te diga la verdad, lo que sí prefiero sentirme, y me sigo sintiendo, es discípulo de muchos, también de los jóvenes. No te puedes imaginar lo que aprende uno hablando con ellos.
¿Cómo vives esa conexión intergeneracional?
Los jóvenes representan, evidentemente, unos parámetros culturales algo distintos a los míos, pero lo fundamental sigue estando ahí. Tienen mucho que enseñarnos, al menos a mí, en el ámbito de la tecnología porque son generaciones ya absolutamente digitalizadas. Yo intento adentrarme por ese camino, pero siempre de su mano. Viven unas circunstancias complejas en sí mismas y, en general, no lo están pasando bien. Después de la crisis del 2008 muchos jóvenes no acaban de encontrar su sitio en la sociedad, aunque a veces también yo creo que se equivocan reflejándose en el espejo de lo que tuvimos o hicimos nosotros, porque nosotros arrancamos de una sociedad subdesarrollada. Como comentamos al principio, ellos deberían valorar un poco más la sociedad de hoy, que es muchísimo mejor, aunque aparentemente eso implique que las capacidades de hacer mejorar este entorno social en que estamos sean también algo más limitadas. Digo aparentemente, porque ellos pueden llegar mucho más lejos de lo que lo hicimos nosotros.
Reivindicando ese futuro del que te has convertido en abanderado, en un ejercicio de planificación o deseo, ¿por dónde ves tu camino?
Veo el futuro, en el sentido más vital del término, como ilimitado. Obviamente sé que a mi edad no lo es. Y es más, los límites están posiblemente muy cercanos, al alcance de la mano. Pero yo todavía me sigo proyectando de una manera ilimitada. Sabiendo que esto tiene su parte de espejismo, yo al menos creo que no es malo, porque no es un autoengaño, sino simplemente dejar que que lo que me sigua absorbiendo el sueño sea el proyecto mucho más que el recuerdo. Soy creyente y creo que eso coadyuva también a esta tranquilidad con la que contemplo el futuro. Creo que hay un futuro más allá de nuestra vida que para mí es trascendente.
*/ Y por eso lo construyes desde el presente.