«Solo ante Dios y un niño y un anciano nos ponemos de rodillas». Tal mensaje en una contundente pancarta, a modo de declaración de intenciones, da la bienvenida desde el altar a quien se acerca a la castiza iglesia de San Antón, en el barrio madrileño de Chueca. Este templo histórico, conocido popularmente por acoger la bendición de las mascotas cada 17 de enero, se ha convertido de la mano del Padre Ángel García, fundador de Mensajeros de la Paz, en una casa de puertas abiertas, en el sentido más literal de la expresión, que recibe a quien se acerque allí durante las 24 horas del día. El proyecto, que nace con vocación de «isla de misericordia y acogida y hospital de campaña para curar las heridas del alma», no está exento de polémica. Para desgranar esta y otras aventuras nos citamos aquí con este sacerdote cuya ONG se hizo merecedora, hace ya muchos años, del Premio Príncipe de Asturias de la Concordia. Pese a la atmósfera de paz a la que invita el canto gregoriano y el incienso en el ambiente, el Padre Ángel aparece apresurado. En un papel donde lleva apuntadas las citas del día tiene marcada en amarillo y con letra bien grande la nuestra, pero se ha olvidado de ella. Anda inmerso en las gestiones de su inminente viaje a Nepal para llevar ayuda humanitaria a las víctimas del reciente seísmo. Gastando un símil bien o mal traído podríamos decir que eso es él, un terremoto, pura convulsión de dinamismo al servicio del más débil.
Fotografía: Juan F. López
El papa Francisco ha pedido repetidamente a los católicos «una Iglesia de puertas abiertas» y usted se lo ha tomado al pie de la letra.
Sí, ahí a la izquierda tenemos el letrero. El papa Francisco dice: «Abrid las puertas de las iglesias, que no se encuentren tristes cuando las vean cerradas». Es el mensaje del papa Francisco pero es, ante todo, un mensaje de sentido común. ¿Hoy en día tenemos tiendas y que abren las 24 horas del día y tenemos cerrada la casa del Señor?
Para usted ha sido un sueño cumplido después de mucho tiempo.
Sí, se puede decir que es el sueño mío después de 78 años, el poder tener una iglesia abierta las 24 horas del día donde puede entrar toda la gente: con mascotas o sin mascotas, los que creen o los que no creen, los que tienen problemas y los que tienen menos problemas… Es una gozada. Si coges después el libro de visitas que está a la entrada y lo relees tienes la mejor entrevista del mundo a través de esos testimonios. Hay quien dice: «Yo no soy católico, soy musulmán» o «yo no soy creyente, pero esta iglesia abierta es la iglesia que necesitábamos».
En el corazón de Madrid, en el entorno de una zona de marcha y trasiego como Chueca, usted propone un remanso de paz. Pero no sé si la gente está acostumbrada a esto. No hablo de venir a la iglesia, sino de hacer un ejercicio de interiorización, de trabajar las competencias espirituales, empezando por lo más básico: hacer silencio.
Todos necesitamos ese tipo de silencio. Por eso, muchas veces, a las dos de la mañana, a las diez de la noche, a las cuatro de la tarde, está siempre en peregrinación la gente que viene aquí a descansar y a rezar; no a decir padrenuestros sino, a veces, a dialogar o hablar con el sacerdote que está al lado. Yo me siento feliz porque es una gozada. Pero no hemos hecho nada más que abrir las puertas de la iglesia, no hemos hecho otra cosa.
Quizá la formula era sencilla pero faltaba ponerla en marcha.
Sí, a veces, las cosas que se creen más difíciles son las más sencillas.
Se percibe que confía plenamente en el ser humano, como categoría taxonómica y como realidad individual y concreta. Lo digo por su política de cepillos abiertos. Hay quien piensa que habrá quien abuse.
Los cepillos están abiertos para que cada uno pueda dejar lo que quiera y pueda coger lo que necesite. También ofrecemos que la gente se pueda tomar un café al salir, pero no de una máquina sino de dos cafeteras, o que puedan ver noticias de información religiosa, del Vaticano o del Arzobispado de Madrid, donde vivimos, a través de pantallas en el templo… En definitiva, lo que queremos es un remanso de paz, es ese hospital de campaña que tantas veces dice el papa que deben ser las iglesias.
Y adaptados a las nuevas tecnologías: red wifi, posibilidad de escuchar las confesiones con el iPad para personas con dificultad auditiva… ¿Cómo se mueve usted dentro de la Iglesia 2.0? ¿Cuál es su relación con las redes sociales? ¿Está conectado?
Estamos conectados porque hoy el mundo es así. Hoy hasta para ir en el Metro tienes que saber dónde dar a la tecla para sacar el billete. Para confesar hay gente que oye mal. En este tipo de confesionarios hay que dar voces: «¿Y cuántos pecados?». A través del iPad o de la tableta cuando uno habla queda escrito ahí, aunque hable bajito. Entonces se puede leer y se puede dar el consejo o el diálogo que quiera hacer. También tenemos varios micrófonos inalámbricos para que la gente pueda hacer las peticiones desde su sitio en las celebraciones y no tengan que subir al altar. Es la cosa más sencilla y más normal.
Decía que es un sueño alcanzado después de muchos años remando en esta barca. Ahora tiene 78. Usted vino al mundo rodeado de un paisaje precioso, el de las verdes tierras de Mieres, pero en un momento crítico, en mitad de la Guerra Civil española. Y fue en ese contexto, en el que la belleza natural se velaba por la sinrazón humana, en el que despertó su vocación. Háblenos de ella.
En aquella época los niños… Iba a decir que éramos felices, pero como lo son hoy. Creer que éramos más felices nosotros que los niños de hoy no es verdad. Eso sí, los niños de antes éramos felices jugando con una pelota de trapo y hoy son felices jugando con un balón del Real Madrid o del Barça. Pero sí es verdad que teníamos muchas carencias, de alimentos, de ropa… Pero de lo que no teníamos falta era del amor de la familia. Y, después, yo tuve la suerte de que en aquel pueblo donde vivía, en Mieres, había un cura, que era Don Dimas, que fue de quien yo aprendí. Cuando somos niños decimos: «Quiero ser futbolista, o dentista, o médico…», y lo hacemos porque queremos imitar a esa persona a la que idealizamos. Yo quería imitar al sacerdote de mi pueblo. Estoy gozoso de tener el ejemplo de un cura como el cura de mi pueblo que no era Don Peppone, pero era parecido.
En tantos años de historia la Iglesia ha cambiado mucho.
Bueno, ha cambiado para mal, yo me atrevería a decir que para mal. La Iglesia debe ser la Iglesia de siempre: la Iglesia de Jesús; la Iglesia de los pobres; la Iglesia que está con las prostitutas, con los pecadores, con los que encarcelan, con los que pasan hambre… Esa ha sido siempre la Iglesia, lo que pasa es que nos hemos pasado un poco y ahora volvemos a las raíces. Pero, mira, en honor a la verdad, la Iglesia siempre estuvo con los pobres. Los misioneros y misioneras, en países de fuera, son los que han dado el do de pecho con los leprosos, con el sida, ahora con el ébola… Yo me siento feliz, aunque a veces algunos nos critiquen.
Hablando de críticas, y en lo que a usted se refiere, muchos han considerado sus acciones como un soplo positivo de aire fresco. Pero en su historia, y ahora mismo por esta última iniciativa, ha sido y está siendo duramente criticado desde dentro de la propia Iglesia.
Algunos con tanto aire fresco han cogido un catarro.
Los que opinan así son cristianos que ven en este modelo una tergiversación de la doctrina católica. Parece que tiene al enemigo en casa.
Fíjate, he de decirte que me he llevado la sorpresa de que no me han criticado mucho. Yo esperaba más. Sí que han venido, que yo haya contado, como 110 polizotes de los míos (risas), con alzacuello o sin alzacuello, a ver aquí, a inspeccionar a ver qué hacíamos, a ver si hacíamos algo sacrílego, o si comíamos hostias de pan o no de pan o no sé qué… Pero, en honor a la verdad, no hemos recibido tantas críticas. En general, lo han visto todos bien porque es una iglesia de puertas abiertas, lo que hay aquí se conoce y lo que hay aquí es lo que la gente quería: poder venir a rezar, a escuchar, a hablar… Vienen muchos voluntarios y preguntan: «¿Qué puedo hacer?». Les decimos: «Pues mire, cuando venga alguien un poco desesperado siéntese con él en una mesa de camilla y hable con él». De momento no se han dado muchas réplicas por abrir la iglesia de San Antón, ¡de momento! Aunque las tuviera no pasaba nada, pero he recibido más felicitaciones que críticas.
No me han criticado mucho. Sí que han venido a inspeccionar si hacíamos algo sacrílego. Pero, en general, lo han visto todos bien porque es una iglesia de puertas abiertas, lo que hay aquí se conoce y lo que hay aquí es lo que la gente quería: poder venir a rezar, a escuchar, a hablar…
También al papa Francisco le han llovido críticas. Eso quizá pueda ser un indicador para medir cuán lejos o cerca está del buen camino.
Si me critican igual que critican al papa Francisco… ¡Bendito sea Dios! Pero criticar al papa Francisco porque bese a los leprosos, porque dice que es una vergüenza lo que hacen los políticos, que es un escándalo el que siga habiendo hambre en el mundo… pues que sigan criticando. Yo llevo toda mi vida diciendo lo mismo, lo que pasa es que a algunos de los que estaban arriba no les gustaba que dijéramos eso. No digo solo los míos, sino algunos que no eran míos. (Risas)
Francisco nos va a seguir sirviendo como hilo conductor en este charla. El papa ha hablado también de una Iglesia que sepa «abrir los brazos para acoger a todos, que no es la casa de pocos sino la casa de todos». Y eso percibo que quiere ser también esta porción de Iglesia que es la iglesia de San Antón. En la Iglesia con mayúsculas y en este templo en particular, qué limites le ponemos a ese «todos». ¿Hay espacio para la reconciliación plena?
Yo creo que no debe haber límites. La primera vez que yo estuve con el papa siendo ya papa —porque había estado antes con él en Buenos Aires— recuerdo que en la bendición que hizo dijo: «A todos vosotros, a los que creéis y no creéis, porque todos sois hijos de Dios…». Y aquí entran todos los que son hijos de Dios. Aquí han entrado musulmanes, anglicanos, evangelistas, bautizados y no bautizados.
¿Y a los que son cristianos y católicos pero se han visto en conflicto con la propia Iglesia? Homosexuales, divorciados…
Sí. El papa ha dicho «abrid las puertas de la Iglesia» y esa apertura es para todos. El papa ha bautizado a hijos de solteras; el papa ha admitido: «¿A quién haces daño tú comulgando aunque estés separada o aunque estés casada solo por lo civil?». Lo ha dicho públicamente y le ha costado, sin duda, críticas, pero esta es la Iglesia de Jesús. Es que es curioso. Cuando vamos a misiones son todos pecadores (risas). El otro día me venía uno que quería bautizarse y me dice: «Es que mi cura no me deja porque como los padres no están bautizados». ¡Por esa regla de tres no se bautizaría a nadie en misiones! Porque allí no está bautizado nadie, ¿no? No, a veces hemos sido intransigentes en la Iglesia nuestra.
No sé si eso puede ser uno de los múltiples factores que han conducido a la ausencia de Dios que impera en nuestro mundo contemporáneo. Están los que se ven afectados de «alzheimer espiritual», que dice Francisco. Podríamos hablar de cifras de ateísmo pero, quizá, es más significativo pensar en aquellos entornos en los que no se habla de Dios ni siquiera para negarle.
Sí, se ha silenciado a Dios pero a Dios lo llevamos todos. Algún ateo le preguntaba al papa: «¿Y qué va a ser de mí cuando me muera?». Y el papa le dijo: «Si has obrado bien, en conciencia, tú tendrás tu premio». No sabemos si el premio es el cielo o es otra cosa pero estamos en unos momentos cruciales. Ojalá en política aparecieron papas franciscos que lideraran con esa forma de pensar.
Ya que nombra el tema, usted es amigo de políticos, de uno y otro color, no sé si porque hay que tener conocidos hasta en el infierno. En este año tan electoral, con lo que hemos visto y con lo que nos queda, con qué esperanzas o miedos vislumbra los cambios que vivimos.
Yo he dicho siempre que creo en Dios y en los hombres y cuando digo que creo en los hombres es que creo en los obispos y creo en los políticos. Yo creo en ellos. Además, no hay que creer, hay que quererles y hay que animarles y hay que exigirles y pedirles, tanto a los políticos como a los obispos, que si no lo hacen bien que se vayan, ¿no? Pero, más que criticarles hay que animarles, hay que ayudarles, y por eso en este tiempo de campaña [en referencia a los recientes comicios autonómicos y locales]yo he estado en todos los mítines, en todos los partidos políticos, y seguiré estando hasta el final animándoles, porque el papa lo decía: «La política es una de las formas más bonitas, más hermosas, que hay de hacer el bien a los ciudadanos». Y un mundo mejor lo pueden hacer los políticos y los gobernantes, no lo podemos hacer ni las ONG ni las instituciones religiosas.
A los obispos y a los políticos hay que quererles y hay que animarles y hay que exigirles y pedirles que si no lo hacen bien que se vayan.
Hablábamos antes de pasar al tema político de la indiferencia a Dios, una indiferencia que se vierte también hacia los cristianos, cuando no se manifiesta en forma de odio. La comunidad cristiana ha echado de menos el apoyo social y político de la comunidad internacional ante la muerte violenta de tantísimos cristianos, los últimos casos sonados en Nigeria o en la universidad keniana de Garissa. ¿Por qué cree que del je suis charlie no se ha pasado al je suis christian?
Yo no estoy muy de acuerdo, lo diga quien lo diga, en que los cristianos hoy somos los perseguidos y a los que matan. Hay mucha más gente que no son cristianos y son perseguidos. Son perseguidos los de color negro, son perseguidos los esclavos… Son perseguidos en África y son perseguidos en España los que pasan hambre. No, no saquemos una bandera creyendo que los cristianos somos unos mártires, ¿eh? Mártir es el que no tiene para comer.
Y el que se deja su vida en una patera. En el mes de abril usted convocó aquí, abiertamente, a una plegaria por las casi mil personas que murieron por esas fechas en el Mediterráneo. Ellos también son de los que no cuentan en esta historia. Mientras tanto el debate de desvía a las políticas migratorias. ¿Qué modelo cree que respetaría la dignidad de estas personas y garantizaría el equilibrio y la convivencia en un país como España?
Yo tengo fe y esperanza en que esto cambie, en que la comunidad internacional y la Unión Europea reconduzcan sus políticas. Pero, fíjese que los programas nacionales nadie lleva la inmigración. Es una desgracia. Cuando se han muerto estos nadie ha guardado un minuto de silencio, ni en el Senado, ni en las Cortes, ni en las plazas de los ayuntamientos… Eran casi 1.100 los que habían muerto. No es posible que sea verdad lo que hemos visto. A veces lo único que piensan es en hundir los barcos y para quedar un poco bien dicen: «Cuando no hay inmigrantes dentro». Ya no les faltaba más a los políticos que hundir los barcos con inmigrantes dentro.
Los obispos españoles acaban de aprobar la instrucción pastoral Iglesia servidora de los pobres, en la que se hace una fuerte crítica a la corrupción y a las políticas de inmigración y han pedido que no se desmantele el Estado de bienestar. Parece percibirse un cambio en lo que hasta ahora era el discurso oficial.
Sí, lo hay y deberíamos levantar la voz más. Deberíamos decir las cosas claras. Creo que en la jerarquía de la Iglesia cuando cambia el jefe, cuando cambia el papa, vamos cambiando todos poco a poco. A veces somos monos imitadores, pero yo estoy feliz de que la jerarquía eclesiástica deje de pensar tanto en los condones y en el sexo y piense también en lo social, porque hasta ahora casi que nada más era preocupación y pecado lo que estaba relacionado con el sexo.
Estoy feliz de que la jerarquía eclesiástica deje de pensar tanto en los condones y en el sexo y piense también en lo social.
En la presentación de ese documento de la Conferencia Episcopal Juan José Omella, obispo de Calahorra y La Calzada-Logroño y presidente de la Comisión de Pastoral Social de la CEE, ha pedido «perdón por los momentos en que no hemos sabido responder con prontitud al clamor de los más necesitados». ¡Qué difícil es, a veces, pedir perdón y saber perdonar! Pero los últimos papas nos han dado ejemplos en ambas direcciones.
Tenemos que pedir perdón y cumplir penitencia, porque es muy fácil pedir perdón pero hay que cumplir la penitencia. No basta con decir. ¿Dónde está nuestra penitencia? ¿Hemos abierto más puertas de las iglesias? ¿Hemos abierto más comedores? ¿Nos hemos despojado de muchas de las cosas que tenemos? Pues sí, gracias a Dios, empieza a haber obispos que venden parte del patrimonio que tiene la diócesis para paliar un poco esta crisis que tenemos. Pero la Iglesia tiene que dar ejemplo y nosotros, los sacerdotes, de una manera especial. Por eso yo me siento feliz de que la Iglesia lo haya hecho.
¿Y a usted, Padre Ángel, le gustaría pedir perdón a alguien?
Yo siempre he dicho que prefiero pedir perdón que permiso y me ha ido muy bien en la vida. Si yo llego a pedir permiso, incluso para hacer algunas cosas que hemos hecho aquí como poner una cafetera o los cepillos que comentábamos antes quizá igual no me lo hubieran dado. Si alguien viene y me echa una bronca ahora le pido perdón. Yo tengo que pedir, por supuesto, perdón. En una de sus frases el papa dice: «Antes de acostarte pide siempre perdón a tu pareja, dale las gracias…». Los hombres tenemos que acostumbrarnos a pedir perdón y a dar gracias por muchas de las cosas. Y yo pido perdón y doy gracias, primero porque hago muchas descaballadas que a algunos no les gustan.
Yo siempre he dicho que prefiero pedir perdón que permiso y me ha ido muy bien en la vida.
En su día, la concesión del Premio Príncipe de Asturias a su obra Mensajeros de la Paz supuso un espaldarazo definitivo a ese proyecto solidario que ha cambiado la vida de tantas y tantas personas, niños y mayores. ¿A quién le daría el hoy renombrado Princesa de Asturias de la Concordia?
A muchos. A Pedro Casaldáliga, que es un misionero que está en Brasil; a una madre que hoy, en estos momentos en que estamos hablando tú y yo, lleva a lo mejor al pie de la cama de su niño que se muere con cáncer… Hay mucha gente merecedora de premios. Pero la gente no necesitamos esos premios rimbombantes, si te los dan pues bendito sea Dios, ¿no? Lo que necesitamos es el beso y la caricia de la gente. Te puedo decir que el premio mayor que yo puedo tener es, al final de mi vida, haber conseguido, o haber permitido Dios, que venga un niño de El Salvador medio herido, medio muerto, que esté resucitado, que le puedas dar un beso… No hay premio mayor que ese. Pero esto que te estoy diciendo no es nada grandilocuente, esto te lo dice cualquier padre o cualquier madre que dice: «Lo mejor de mi casa es que mi hijo, cuando llego, me esté esperando y me dé un abrazo o un beso».
Queríamos acabar preguntándole por su sueño para el futuro
Hay que tener cuidado de cumplir todos los sueños, espero seguir teniéndolos. Mi sueño ahora es el sueño de esta iglesia de San Antón, el que siga viniendo gente. Realmente el sueño pasa por el bien que se puede hacer a esa gente. Te cuento la última. Viene un señor mayor ahí al altar, yo bajo a saludarle y me dice: «Para, para no atropelles. Soy un sacerdote de 83 años». Venía de paisano y, de repente, empezaron a caérsele las lágrimas. Me dijo: «Este era el sueño de mi vida, tener una iglesia abierta las 24 horas del día». Yo le dije: «Pues ya la tienes aquí». Pues viene todos los días y celebra. Yo le dije: «Pues yo también lo he soñado y he tenido que tener 78 años para poder cumplirlo». Y me dice: «No, tú te puedes morir pero yo quiero gozar de este sueño mucho tiempo».
Amén. */