La teoría de los seis grados de separación dice que cualquiera puede estar conectado a otra persona del planeta a través de una cadena que no tiene más de cinco intermediarios. Compartiendo un rato con Rosa Mª Calaf (Barcelona, 1945) uno puede reducir los eslabones a dos o tres. Si al conocimiento de figuras como la Thatcher, Papandréu o Menem le sumamos las miles de personas anónimas que se han cruzado en su vida a lo largo y ancho de los 183 países que lleva sobre sus espaldas, la fotografía resultante es la de una mujer que, además de modelo de periodistas, encarna el paradigma positivo del inconformismo y el deseo de no dejar nunca de crecer. Desde el reconocimiento adquirido por la veteranía y, sobre todo, por su coherencia, nos invita a una desconfianza sana que huye del pensamiento único en el que estamos instalados mientras creemos vivir en los tiempos más plurales de la historia.
Fotografía: Juan F. López
La riqueza de las personas se sigue midiendo en unidades monetarias, pero si las lista Forbes incluyera el patrimonio cultural y vital por los lugares e individuos conocidos probablemente estarías entre los primeros puestos.
Países conozco 183, realmente me faltan pocos por descubrir, solo 13. Y en cuanto a gente, he tenido la suerte de conocer a personas muy interesantes, que no son necesariamente las que todo el mundo suele pensar: jefes de estado, grandes artistas… Bueno, algunos de estos sí, pero muchos de ellos no me han aportado absolutamente nada. La mayor riqueza viene del conocimiento de la gente común, que es la que verdaderamente te deja entrar en sus vidas, y sobre todo de aquella que es más distinta a ti.
La importancia que le conferimos a ciertas personas es relativa.
Y cada vez más, porque de un tiempo a esta parte la gente importante no está directamente relacionada con el valor de lo que hacen. Hace unos años alguien llegaba a ser reconocido o famoso en función de unos talentos, unas capacidades, unos esfuerzos y, por tanto, de un trabajo bien hecho, en el campo que fuera, desde el fontanero a un premio Nobel. Ahora eso se ha devaluado muchísimo. Hoy lo que se considera que es importante no necesariamente aporta nada, porque ser importante es ser conocido y uno puede ser conocido por la peor de las razones. La experiencia me dice que cuanto más importante es alguien, en el sentido estricto del término, más fácil es acceder a esa persona y suele ser menos complicada y más enriquecedora que esos que son famosos de medio pelo. Yo me fijo en un detalle. Cuando vas a la casa de alguien y ves que todas las estanterías están llenas de fotos de sí mismo, mal asunto.
Dejemos entonces a esos famosos de medio pelo y vamos a hablar de figuras y momentos relevantes de verdad, de los que hoy se estudian en los libros de Historia. Uno no se quita nunca el uniforme de reportero pero, desde la intimidad del hogar, lejos de los focos y las cámaras, ¿cómo asimilas todo lo vivido?
He vivido acontecimientos que han sido relevantes en la historia de la segunda mitad del siglo XX y lo que llevamos del XXI, con los que se han puesto las bases de muchas de las cosas que están sucediendo ahora, del bien y del mal. Ciertamente, en ese momento no era tan consciente de la relevancia que históricamente iban a tener. Por ejemplo, en Estados Unidos yo viví la etapa Reagan en todo su esplendor, la segunda mitad de su primer mandato, la reelección y el inicio del segundo mandato. Lo mismo con Thatcher. Todo el cambio de paradigma en las relaciones sociales, ese principio de ruptura del contrato social que funcionó durante años y ahora ha desaparecido se gestó en aquella época.
Hoy ser importante es ser conocido, y uno puede ser conocido por la peor de las razones.
Sin darnos cuenta nos inocularon una nueva forma de entender la vida.
Lo podemos analizar a través de cosas de todo tipo que entran dentro de este esquema del modelo social que se ha construido. Mira, por ejemplo, la filantropía de las celebridades. Ahora, si te fijas, en todas las grandes campañas humanitarias tiene que haber un famoso que, como decíamos, no es normalmente famoso por lo que haya hecho en la vida, es decir, no es un gran científico, no es un gran médico, no es un gran humanista, no es alguien que realmente conoce lo que le pasa a esa gente que necesita ayuda porque hay una catástrofe o un conflicto. No, es un famoso que hace películas del Oeste o que canta en concursos de televisión. Toda esa perversión de los valores empezó en los 80 con el concierto del Live Aid por el hambre en Etiopía, cuando en Etiopía los pobres llevaban muriéndose de hambre hacía montones de años y siguen haciéndolo. Es toda esa apariencia en la que vivimos, en la que parece que somos demócratas porque votamos pero no sabemos lo que votamos, parece que tenemos un Estado de Derecho porque figura que los poderes están separados pero es mentira porque no están separados, y lo vemos todos los días… Todo ese tipo de ficción se sustenta mucho en la tecnología, que en aquel momento era incipiente y para nada pensábamos que iba a llegar a donde lo ha hecho.
Remontándonos a tus orígenes, asociamos tu imagen con una personalidad propia que forjas, en parte, por lo que respiras en tu familia: la confianza de tus padres.
Jamás hubiera podido hacer lo que he hecho sin la suerte enorme de nacer en mi familia. Por una parte, por una cuestión estrictamente material, porque en los años 50, en una España donde la mayoría de los españoles vivían muy mal, se pudieron permitir no solo darme formación y estudios universitarios sino mandarme también al extranjero. Pero, más que eso (porque había mucha otra gente que lo podría haber hecho con sus hijas y no fue el caso) yo valoro el que tuvieran la apertura de mente para darse cuenta de que mi promoción como persona, independientemente del género, pasaba por formarme para ser autónoma y decidir qué quería hacer en mi vida.
¿De quién heredas ese espíritu independiente?
Fundamentalmente de mi padre y también de mi abuelo materno, que murió cuando yo era aún pequeña, pero al que recuerdo muy bien. Él viajó mucho, por eso a mí no me contaba cuentos, me contaba historias de personas reales y me leía cartas de amigos suyos de la India. ¡Imagínate, a principios de los 50! Todo esto es obvio que te forja un tipo de personalidad.
Ellos te pusieron el señuelo y tú te lanzaste a la aventura.
Creo que esa es una actitud que se echa de menos en los jóvenes de ahora. A mí siempre me insistieron mucho en que esos son activos que tú tienes, pero no te los has ganado, los has recibido porque has tenido la suerte de estar ahí. Ahora bien, el aprovecharlos sí es ya cosa tuya. Igual que me decían que no tenía que avergonzarme de mis capacidades y de lo que quería hacer también me decían que sí que tendría que avergonzarme si no aprovechaba todas esas oportunidades. Yo me paso el día dando gracias.
¿Es entonces de las historias de tu abuelo de donde te viene la pasión por viajar y por narrar?
Sin duda. Él se fue a la India a principios del siglo XX. Mis padres también viajaban bastante, todo lo que podían. Desde muy pequeña yo recorrí España con ellos. Viajé sola a partir de los 14 años para estudiar fuera los veranos, primero a Francia y después a Inglaterra y a Estados Unidos. Todo esto que ahora es normal entonces no lo era para nada. Estamos hablando de los años 50. El entorno de curiosidad se gestó en casa. Mi padre era un gran lector. La primera lectura que yo recuerdo, leída por él y después leída por mí con mucha fascinación, es la Odisea. Me encantaba la mitología griega y era por todo lo que me transmitían.
En un mundo donde lo público solo concernía al hombre, después de tus estudios de Derecho te lanzas al Periodismo. Pionera en muchos aspectos, fuiste, por ejemplo, la primera mujer en salir a la calle con una unidad móvil.
Las unidades móviles acababan de llegar a Radio Nacional de España, a lo que entonces era Radio Peninsular, la rama comercial de Radio Nacional. Fue José Joaquín Marroquí, extraordinario radiofonista —ahora diríamos mediático—, quien se empeñó en que se trajeran para hacer un periodismo a la americana, un periodismo de la calle, que hasta entonces no existía aquí, donde seguíamos en la dictadura. Antes, la gente no estaba acostumbrada a que le pusieran un micrófono para opinar ni había en España posibilidades técnicas para hacerlo. En el primer programa que se hizo en Radio Peninsular con las dos primeras unidades móviles decidió que saliéramos a la calle tres hombres y una mujer. Esa era yo.
La perversión de los valores empezó en los 80 con el Live Aid por el hambre en Etiopía, cuando allí los pobres llevaban muriéndose montones de años y siguen haciéndolo.
¿Dirías que se ha alcanzado ya la igualdad de género en el oficio periodístico?
¡Para nada! ¡En absoluto! Hemos avanzado muchísimo, exponencialmente, en presencia, pero no en influencia. Hay más mujeres que hombres, en las facultades, en las redacciones, en coberturas internacionales, también en los mandos intermedios. Pero, realmente, en la jerarquía, muy pocas. Además, el estar ahí siempre es mucho más cuestionado. En el periodismo y en cualquier faceta de la vida. En la pasada campaña electoral en Estados Unidos de Hilary Clinton supimos todo: si se mareaba a las 12 del mediodía o si estaba hecha un asco porque no pudo ir a la peluquería. Nadie se preocupó de la próstata de Donald Trump.
¿Avanzamos más en el discurso que con hechos?
Yo cubrí la campaña electoral en la que por primera vez en Estados Unidos se presentó una mujer para la vicepresidencia, que fue Geraldine Ferraro. Cuando en 2008 se presentó Sara Pailin su campaña fue infinitamente más sexista que la de Ferraro. Claramente hemos ido para atrás. Y fue todavía más sexista en las redes, donde se supone que el consumo es de gente más joven. Es muy inquietante.
Volviendo al campo del periodismo, decías que hoy hay más mujeres en las redacciones. Es verdad que en pantalla vemos a más reporteras y también se les confía la conducción de espacios o secciones tradicionalmente masculinas como los deportes. Pero no crees que se está imponiendo un patrón muy viciado.
Prima la apariencia sobre el fondo. Hace un tiempo se generó una polémica en torno a unas palabras mías sobre Sara Carbonero. Yo jamás la puse de ejemplo. De lo que hablábamos era de cómo se desvirtúa el rol de la mujer. Entonces se dijo que yo decía que era tonta porque era guapa. No, perdón, yo lo que estaba diciendo es que, haciendo el mismo trabajo, con la misma calidad, si fuera fea no estaría ahí, que es muy diferente. Yo no valoro la calidad del trabajo, además en deporte no tengo la menor idea. No estoy valorando el talento profesional. Estoy diciendo que el talento profesional es secundario y se prima la apariencia, cosa que en un hombre no sucede. La sociedad sigue siendo androcéntrica. Las mentalidades no han cambiado.
Es curiosa la lectura en perspectiva de las campañas de Ferraro y Pailin y esa tensión entre evolución e involución. ¿Hay algo que hiciste antes y que ahora sería impensable?
Realmente no lo he pensado, pero sí que me he encontrado sitios donde antes podía ir y ahora no. Cuando llegué a Asia a finales de los 90 me fui a Indonesia, estuve en la parte islámica más ortodoxa. Entonces Indonesia era un país secular donde estaba perfectamente separada la religión del gobierno. Pude pasear y estuve entrevistando al que era el líder espiritual islámico. Cinco años después no podía ni acercarme porque corría grave riesgo de ser secuestrada o cualquier otra cosa. Cuando analizas este tipo de situaciones, que se dan no solo con el islam, ves claro que hay una involución.
¿Sucede también en los países que nos llamamos democráticos y nos decimos libres?
Yo en el 70, cuando empecé en televisión, llevaba minifalda. La moda empezó en el 68 y yo siempre he ido a la última. Entonces tenía problemas continuos porque me decían que no se podía salir así. ¿Por qué? Como yo vaya vestida no tiene nada que ver con mi trabajo, que se valora en función de mi profesionalidad, no de mis faldas. Era una reivindicación. Yo reivindicaba que me vestía como quería. Ahora qué está pasando con las minifaldas en televisión. Pues que si no te pones minifalda y escote no sales en pantalla. Una cosa que era reivindicación en los 70 ahora es sumisión. Se vuelve a cosificar a la mujer y se la convierte otra vez en objeto. Pues esto es ir para atrás.
La minifalda, que era reivindicación en los 70, ahora es sumisión.
No por ser mujer sino por ser buena periodista se te han confiado misiones como la de abrir la corresponsalía de TVE en Moscú para la Unión Soviética o la de Viena para Europa del Este. Me surgirían mil preguntas sobre los primeros pasos a la hora de abrir una delegación en el extranjero, pero si además pienso en estos lugares y en aquellas épocas…
Fue fascinante. Nos autorizaron a tener una oficina en Moscú cuando llegó Gorbachov, que fue quien inició la apertura. Antes, Paco Eguiagaray, un periodista español que vivía en Viena, había cubierto puntualmente comités centrales o lo que el régimen opinaba cuando permitían ir a Moscú. Paco me acompañó en un par de viajes y me presentó algunas personas. Luego yo me empecé a relacionar con los colegas que ya estaban allí, que es lo primero que sueles hacer. Conecté enseguida con los alemanes, que me ayudaron muchísimo, con la BBC… Así fui viendo cómo tenía que moverme.
Unos movimientos que, pese a la apertura, serían muy controlados.
Todo era apasionante. Para empezar, tú no podías elegir dónde vivir. Estaba en el hotel, de los tres que había, en el que ellos te ponían. Luego me dieron la casa que ellos quisieron darme cuando me la quisieron dar. Todo era a base de sobornos con regalos. Ibas a hablar con el delegado de la entrega de pisos y la persona que me acompañaba, que era alguien que también te ponían ellos porque tú no podías contratar libremente, me decía: «Es una mujer la que está a cargo… Pues un perfume». Cuando entraba y salía de Moscú venía cargada de perfumes, botellas de whisky etc. O lo compraba en las tiendas para extranjeros a las que los rusos no tenían acceso, que se llamaban las berioskas. Entonces me iba con mi perfume y mis botellas y me las “olvidaba” cuando me marchaba de la reunión. Luego, para entrar a la fotocopiadora tuve que firmar 200 papeles diciendo que yo me responsabilizaba de todas y cada una de las fotocopias que salieran de allí, porque estaban prohibidas. En fin, hay anécdotas para no parar.
¿Se palpaba ya entonces en el ambiente que los cambios vendrían con tanta rapidez?
Para nada, en absoluto. Yo el último viaje que hice antes de marcharme de la Unión Soviética, cuando ya me fui a abrir la oficina de Buenos Aires, fue en junio del 89 y fue a la RDA. Jamás hubiera pensado entonces que tres meses después eso se iba a desmoronar como sucedió. Pero es que no lo pensaba nadie.
¿Dónde estabas cuando cayó el muro de Berlín?
Estaba ya en Argentina, aunque en el aquel mismo instante me encontraba en Brasil cubriendo las elecciones que ganó Collor de Mello. Ese día estaba haciendo un rodaje sobre vudú porque había una serie de especialistas a los que él consultaba para ver cómo le iban a salir las votaciones. Me encontraba allí de noche en un sitio rarísimo y bastante siniestro. Habíamos tenido que aparcar el coche lejos y caminar por parajes oscuros. De repente, en el coche empezó a sonar un móvil que teníamos. Eran los primeros modelos, unos trastos enormes que no podíamos mover del vehículo. El conductor vino a buscarme corriendo. Me dijo que estaba recibiendo una llamada urgente. Cuando deshice el camino andado entre las hierbas y el barro resulta que me llamaban para preguntarme qué estaba pasando con la caída del muro. En la propia central algunos no se habían enterado de que ya estaba en la otra punta. Les dije que no estaba allí. Yo no tenía ni idea de qué estaba pasando, pero ellos insistían en que les diese mi punto de vista. Aquello fue totalmente surrealista. Al principio creía que era una broma. Pensé que era la típica llamada de algún programa de radio o televisión. Por aquel entonces ya me había gastado alguna de esas Pedro Ruiz.
La primera vez que llegaste al Moscú de Gorbachov venías de los Estados Unidos de Reagan. Viviste el contraste de los bloques en tu propia piel. ¿Tan diferentes eran?
Pasar del lugar donde hay de todo al lugar donde no hay de nada fue un shock brutal. Aunque matizo. Parece que pasas del lugar de la libertad, de la democracia más absoluta y del respeto por los derechos de los ciudadanos a donde todo eso es machacado sistemáticamente. Pero luego te das cuenta de que, habiendo obviamente diferencias, a veces no estaban tan alejados desde el punto de vista de la información. Para interferir en la información se puede hacer por exceso o por defecto. Cuando no tienes nada, como en la Unión Soviética, te tienes que buscar la vida para saber qué está pasando y todo son interpretaciones: ¿Por qué en esta reunión aquel que ayer estaba al lado del Secretario General hoy se ha sentado tres asientos más para allá? ¿Dónde está el otro al que hace tres semanas que no se le ve? Te encuentras muy inseguro y al mismo tiempo muy manejado y controlado. Pero en el otro lado es lo mismo por exceso. Te dan mucho de una cosa para entretenerte con eso y que desatiendas allí donde tendrías que estar mirando. Hecha esta aclaración, el impacto en los cambios de la vida diaria sí que es brutal. Pasé de un sitio regido por la abundancia absoluta y el despilfarro a otro donde al deshacer la maleta la señora que me ayudaba en casa me preguntó si se podía llevar las bolsas de plástico y el papel de aluminio y lavarlo para reaprovecharlo.
Con Fran Llorente viví la mejor etapa de Televisión Española aunque para mí también Alfredo Urdaci, en lo que respecta a Internacional, fue un excelente director de Informativos.
Después, en la Argentina de Menem, el sello de la televisión pública española te abrió puertas a la hora de acercarte más al hombre para conocer mejor el presidente. ¿Dónde sitúas la barrera en este tipo de relaciones entre el poder y el informador?
Es muy complejo y hay que estar muy alerta. Cada uno tiene sus listones y sus formas. En algunos países, como Estados Unidos o la Unión Soviética, España y Televisión Española no les importábamos absolutamente nada, con lo cual tu acceso era muy limitado. En un lugar como Argentina nuestro país y nuestra televisión pública sí tienen un peso. Ese tratar de influenciarte, que en la Unión Soviética era por defecto y en Estados Unidos por exceso de materiales, en Argentina era a través del halago, la amistad, incorporarte a su círculo desde la lógica del «eres mi amigo y, por tanto, te vas a portar bien conmigo». Varias veces me llamó el portavoz del presidente porque hubo cosas que no les gustaron y me dijo: «Yo pensaba que eras amiga nuestra». Mi respuesta estaba clara: «Soy amiga vuestra pero antes soy periodista». Si no lo entendían les formulaba una pregunta: «Entonces, ¿lo que he dicho es mentira?». Hay cosas que pueden ser interpretables y el otro te puede dar su punto de vista y llegar a complementar tu información desde otro enfoque, pero es un trabajo bastante arduo, incluso te diré que, a veces, angustioso. Hay momentos en los que te sientes utilizada y otros en las que tienes pequeñas dudas y, humanamente, la duda va a favor de la persona que te intenta convencer, igual que va en contra si te cae mal. Intentar que eso no pase es un ejercicio que hay que llevar a cabo caso a caso.
Pero, pese a las dificultades, con lo bueno y con lo malo de moverte en esos límites, creo que ese trato más fluido se ha perdido o se ha transformado en algo peor. Ahora esa relación no se ve, o porque no la hay o porque se da en otros ambientes menos claros.
Ahora cada vez más la prensa, especialmente la convencional, aunque también la digital, está tan alineada con determinados grupos que, evidentemente, esas relaciones están viciadas ya de entrada. Esto se ha convertido en un «estás conmigo o contra mí», algo que excede totalmente a lo que debe ser la figura del periodista, que no debe estar ni a favor ni en contra de nadie. Hay excepciones, pero justificadas. La distancia, que tiene que existir siempre, no puede ser la misma en una situación de normalidad democrática que en el contexto de un genocidio. Es obvio que tu relación con el genocida no tiene nada que ver con tu relación con el masacrado por mucho que te quieras mantener distante. Pero fuera de ese tipo de excepciones tienes que mostrarte equidistante de unos y otros y ese es un ejercicio que hay que hacer permanentemente y hoy es muy difícil por los intereses empresariales.
Retomamos tu periplo. Después de Argentina llegó Italia.
Eso fue fantástico, aquello sí que fue un laboratorio.
Es un país que podríamos sentimos muy cercano geográfica y culturalmente pero que esconde una idiosincrasia que solo los que han vivido allí pueden llegar a dominar.
No se parece en nada.
Y tú vas en un momento políticamente muy interesante como es la era Berlusconi.
Cuando dije al principio que me sentía afortunada ese sentimiento tiene que ver no solo con los lugares a donde he ido sino también con los momentos en los que lo he hecho, porque han sido todos históricamente muy importante. En Estados Unidos fue la época Reagan que, como te decía, sentó las bases de lo que está ocurriendo ahora; en la Unión Soviética mi primera vez fue en la época Gorbachov, con todo lo que significó para el desplome del bloque, y la segunda con Yeltsin, que puso los cimientos de la actual Rusia, tanto en lo que tiene que ver con la corrupción como con los nacionalismos exacerbados y autoritarismos, primero más o menos ocultos y ahora ya absolutamente a las claras; en Sudamérica lo mismo, llego allí cuando empiezan las elecciones democráticas después de las dictaduras e irrumpe el Fondo Monetario Internacional con el neoliberalismo a saco que empieza a crear esa espiral económica; y llego a Italia y me encuentro con que empieza lo de Tangentópolis, con todo ese movimiento de la promiscuidad negocios-política desenmascarado por los jueces, y luego con el ascenso de Berlusconi. Luego me voy a Asia cuando empieza a despegar China. Bueno, China había despegado ya antes pero no se sabía. Es en ese momento cuando empieza a dar la cara y deja de esconderse. Deng Xiaoping decía que los animales inteligentes tienen uñas retráctiles y no las muestran hasta que les conviene. Pues fue entonces cuando decidieron que había llegado el momento. Todo este recorrido ha sido fantástico, verdaderamente un lujo.
Decía Enric González en sus Historias de Roma que Il Cavaliere no tenía enemigos porque conocía bien el precio de la gente. También el de la prensa.
Precisamente en Italia, lo que me pareció más importante fue entender ese manejo del poder en la figura de Berlusconi, cómo si se consigue que se junten los tres poderes, que deben estar separados para vigilarse los unos a los otros, haciendo gala de esa profunda promiscuidad, el ciudadano está en absoluta indefensión. Porque si tú tienes el poder económico, el poder político y el poder mediático, evidentemente estás construyendo el modelo social. Y eso es lo que tenía Berlusconi en su sola persona. Había un movimiento ideado por él que convencía a unos de qué era lo que debían hacer. Había gente que genuinamente seguía creyendo que ese era el modelo. Al que no convencía lo compraba, directamente o no. Había mil maneras. Yo hice un reportaje para Informe Semanal de cómo un italiano podía vivir toda su vida dentro del imperio Berlusconi, desde lo que comía cuando se levantaba, la radio que escuchaba en casa, la publicidad que veía cuando salía a la calle, los grandes almacenes en los que compraba o el ocio que consumía cuando iba al teatro o al fútbol. Todo era Berlusconi. Eso significa que la mayoría de la gente también trabaja dentro del imperio Berlusconi. En resumen, los compraba. Y al que no podía convencer ni comprar lo descreditaba. Los jueces, que eran su palo en la rueda, y los periodistas que se resistieron fueron borrados del mapa a base desacreditarlos. Quitaba la publicidad de los medios molestos, calumniaba y difamaba a los jueces que le molestaban y conseguía que los afines defenestraran a sus compañeros de profesión que no comulgaban con él… Esto es una cosa que ha empezado a pasar aquí, aunque más ligeramente porque el poder no es de una sola persona sino de varias dentro de unos grupos políticos y económicos.
En el PSOE tienen que tratar de no seguir ni engañándose ni engañando.
Cubrías también entonces la información del Vaticano, en la época de quien hoy es san Juan Pablo II. No eres vaticanista. ¿Fue fácil desenvolverte allí?
Es un mundo muy complejo. Por tiempo llegué solo a tocar las capas más superficiales gracias a compañeros italianos, vaticanistas de años que me ayudaron a acercarme a las claves. Además, en ese momento el interés del Vaticano para España era muy superficial, en el sentido a que se limitaba más bien a las misas de beatificaciones y canonizaciones o a los viajes del papa. Estábamos ya en una etapa en la que el periodismo era de por sí más superficial. No se hacía una información del Vaticano profunda como para realizar reportajes especiales del tipo de los que se hacían con otros temas. Yo con el Vaticano siempre he tenido esa sensación de que rocé muy por encima su conocimiento. No me considero experta para nada, pero fue una etapa también muy interesante por los movimientos de la Santa Sede en cuanto a países del este. A mí me interesó siempre más la parte política que la religiosa.
Y ya en tu etapa de corresponsal en Asia-Pacífico, con la amplitud del área, que iba desde Pakistán hasta Nueva Zelanda, ¿cómo cribabas lo que era noticiable?
Tenía libertad para elegir los temas, siempre pasando por la aprobación claro. Pero es verdad que la etapa de Asia-Pacífico, sobre todo la segunda, la de Fran Llorente, la viví en la mejor etapa de Televisión Española en cuanto a la calidad informativa y la autonomía y libertad de movimiento. Aunque yo siempre digo también que Alfredo Urdaci, con todo lo denostado que fue y posiblemente con razón y de manera justificada por la información nacional, en Internacional para mí fue un excelente director de informativos. Tenía plena confianza en sus corresponsales. Yo nunca sentí que tuviera que pelear un tema. Si acaso lo difícil era luchar contra esa banalización de la que hemos hablado porque ya se empezaba a preferir lo que impacta sobre lo que importa.
Pero el criterio de libertad era amplio.
Sí, yo siempre cuento esta anécdota. Cuando el 11-S yo estaba destinada en Hong-Kong pero me encontraba dirigiendo un curso de verano en Baeza. Caen las Torres Gemelas e inmediatamente llamo a Madrid y empiezo a organizar mi marcha. Tres horas después, sobre las seis de la tarde, tras el desconcierto inicial, cuando desde la redacción se ponen en plan de organizar me llama el jefe de Internacional, que en ese momento era Fernando de Giles: «Oye, que dice Alfredo que tú que conoces muy bien Estados Unidos intentes llegar a Nueva York como sea. ¡Vete ya!». En ese momento yo le contesté: «Perdona, pero no veo muy bien qué tengo que ir a hacer en Nueva York. En dos horas viajo a Pakistán». No es que yo fuese más lista que nadie, es que todos los que estábamos siguiendo desde Asia el tema terrorista habíamos rastreado atentados como los de Kenia, el de Yemen al portaviones estadounidense Cole el año antes o los ataques con drones de Clinton a Afganistán. Yo le dije textualmente: «Me tengo que ir a Pakistán porque esto se lo van a encasquetar a Bin Laden». Cinco minutos después me llamó de nuevo con estas palabras: «Dice Alfredo que te vayas donde te dé la gana y que te vayas ya». Eso es un buen director de informativos. Otro hubiese dicho que él mandaba y que me fuera a Nueva York.
¿Se salva Internacional de la politización?
En Internacional siempre ha habido menos interferencias en el marco de esa obsesión que tienen todos los gobiernos, sean del signo que sean, de creerse que ganar las elecciones es llevarse de regalo la tele. Aun así, insisto, ya se peleaba con la banalización y se desviaba mucho la selección de temas. A eso responde el hecho de poder cubrir Asia-Pacífico. Si realmente quieres hacer toda esa área bien es imposible, se te superponen los temas. 50.000 acontecimientos que merecerían atención suceden al mismo tiempo. Pero lo que pasa lejos, salvo que nos afecte muy directamente no nos importa. Además, en los diez años que estuve en Asia, ya hacia el final empezaron a notarse mucho los recortes económicos.
Además de obligarte a cambiar permanentemente de lugar la simultaneidad de acontecimientos te obligaba a elegir los más interesantes. ¿Has tenido libertad siempre para contar lo que querías?
La verdad es que sí. No recuerdo haber dicho algo que no quisiera decir, nunca me han obligado en ese sentido. Sí que ha habido temas que he propuesto y que me han dicho que no, pero creo que en la mayoría de los casos no tanto por grandes motivaciones ocultas o intereses políticos sino más por la tendencia a desechar en la selección aquello de lo que nadie habla, por más que pudiera ser un buen tema. Aunque creo que el haber tenido tan pocos problemas fue precisamente por trabajar en Internacional. Ni siquiera en Argentina pese a la presencia de empresas españolas, muchas de las cuales desembarcaron precisamente en el momento en el que yo estaba allí al hilo del programa neoliberal de Menem.
Hoy la política está sustentada en la mentira. Al día siguiente del Brexit, Farage sale, proclama que todo lo dicho previamente no era verdad… ¡Y no pasa nada, oiga!
¿Se hace hoy buena información internacional?
El futuro y el presente de la buena información internacional está en la Red, sin ninguna duda. Es verdad que hay excepciones en el periodismo convencional, pero muy pocas, porque la mayoría de medios carecen de recursos. En televisión no se puede hacer un programa de internacional en 12 días. Es posible si se trata de un sitio cercano y abordas un tema que puedes gestionar previamente desde aquí. Pero no es posible investigar sobre los drones en Afganistán en menos de dos semanas. No hay voluntad de excelencia en el periodismo de investigación clásico, toda se está derivando a la Red, donde encuentras cosas magníficas.
Pero nos perdemos en la sobreabundancia informativa y muchas veces no tenemos criterios para filtrar.
Hay que saber buscar. Por eso ahora dedico parte de mi tiempo a visitar colegios para intentar que chavales de 12 a 16 años sepan la importancia de estar bien informados y de controlar tú la información. Solo así te comerás la información que te quieras comer y no la que quieran otros que te comas. Tienes que aprender a seleccionar, pero no es fácil, requiere un esfuerzo. Debes hacerte una dieta de medios igual que haces con la comida. Hay que insistir mucho para que el ciudadano se dé cuenta de que la información puede ser muy tóxica y tiene que ser él quien discrime. Si va por la vía fácil lo que va a consumir en infotoxicación.
Después de tantos años fuera, ¿reconoces en España aquella que un día dejaste?
Para nada, es como si fuera otro país. Desde el 83 que me fui definitivamente a vivir fuera hasta ahora imagina todo lo que ha cambiado. Cuando he vuelto lo he encontrado muy distinto, para bien en muchas cosas como infraestructuras y recursos, pero para mal en otros aspectos en los que claramente hemos ido para atrás, como en humanidades, en el respeto por las personas, en educación… Y con educación me refiero a las dos, al nivel educativo y a esas buenas maneras de las que se pomposamente se hablaban antes. Sobre todo hemos retrocedido en el sentido crítico, que está desapareciendo.
Es terrible decir esto, pero bajo la dictadura, y siempre llevándolo al terreno informativo, el ciudadano era consciente de que la información que recibía no era buena y ante eso generaba defensas, estaba alerta. Ahora el ciudadano cree que los medios son libres y que como tiene acceso con un click a todo el conocimiento ya por eso sabe, y no es así. Lo que tiene con un click es acceso a saber, otra cosa distinta es que sepa. Nunca hemos tenido tanta información y tan poco conocimiento. Es mucho más fácil distraer.
¿Y en España nos distraemos más que en otros países?
Este cambio general que se ha dado en todo el mundo, cada país lo ha adaptado según su idiosincrasia. En España nunca nos hemos caracterizado por tener una sociedad civil fuerte ni por una capacidad de regeneración consistente. Somos capaces de grandes cosas es un momento de estrés límite, y ahí está el ejemplo de la transición, pero luego nunca consolidamos los logros. Toda la historia de España está plagada de ejemplos en los que damos tres pasos para delante y somos los primeros en muchas cosas y después retrocedemos dos para atrás y todo se esfuma. Todo lo que habíamos ganado y todo lo que podíamos ganar a raíz del progreso material, que sin ninguna duda se ha dado, ha quedado diluido en cuanto ha entrado en juego la idiosincrasia española que tiene mucho que ver con la picaresca y otros defectos que ya sabemos en qué se han traducido en nuestros días.
Una de las personas a las que llegasta a concoer fue a Papandreu padre.
Sí, el feeling personal fue bueno. Realmente era un zorro, pero desde el punto de vista del comportamiento político, por encima de las ideologías, me pareció un buen estadista, como lo pudieron ser Charles de Gaulle, Churchill o Adenauer; personas que, con sus fallos, tuvieron una visión global por encima de sus creencias. Eso se ha perdido hoy también.
La socialdemocracia griega que durante tantos años lideró el país ha quedado ahora hecha unos zorros. ¿Puede ocurrir los mismo con el PSOE?
El problema llega primero cuando se tiene el poder demasiado tiempo, uno se aleja de la realidad y empieza a ser contaminado por prácticas que realmente son poco coherentes con las esencias de la ideología. Se convierte en algo que ya no tiene el anclaje de su origen. Se desvirtúa el pensamiento y queda algo descafeinado. Y los que te tienen la última palabra tienen que elegir si ese sucedáneo lo quieren o no.
¿Este momento de revisión profunda debe conducir a un camino de vuelta a los orígenes?
Sobre todo, tienen que tratar de no seguir ni engañándose ni engañando. Tienen que explicar realmente las cosas como son. Es evidente que ahora la política, cada vez más, está sustentada en la mentira. Hace unos años esa mentira era más sutil y te doraban la píldora para que te la tragaras. Ahora ya no hace falta. Ahí está el ejemplo del Brexit. Al día siguiente del referéndum Farage y compañía son capaces de salir y proclamar que todo lo que habían dicho previamente no era verdad… ¡Y no pasa nada, oiga! Es lo que te decía al principio de nuestro diálogo, el contrato social que había establecido entre los poderes económicos, políticos, mediáticos y educativos y la ciudadanía para construir un tipo de mundo según un modelo pactado se ha roto. Este modelo se ha agotado. Habrá que buscar otro. Y para eso hay que luchar. Una de las cosas que se pretende es que la gente crea que no hay solución, que las cosas son así y no pueden ser de otra manera para que no peleen.
Vamos a hablar de sentimientos y sensaciones. En sitios tan complejos como los que has estado, ¿has sentido el miedo?
Nunca hemos tenido tanta información y tan poco conocimiento.
Muchísimas veces, pero afortunadamente. El miedo te evita hacer tonterías y ponerte en situaciones de riesgo absurdas. Tienes que tener un sentido común que vaya a la par que el miedo y que impida que este se convierta en un miedo paralizante. En situaciones de tanta complejidad, además del miedo físico hay un miedo a equivocarte a la hora de contar lo que está pasando. Te invade cierta desazón y te cuestionas si estás entendiendo lo que sucede, si estás haciendo todo lo que debes, si has hablado con todas las fuentes posibles para poder transmitir lo mejor posible los hechos. Ese miedo es mucho peor que el físico.
Cuando los soldados vuelven a sus casas desde un conflicto se habla mucho del síndrome postraumático. Pero del reportero nadie se encarga.
Los grandes medios de comunicación, sobe todo americanos, sí que tienen equipos de psicólogos para gestionar todo eso. Aquí, realmente, para nada. Por suerte, los que no teníamos esos recursos, que solíamos ser los latinos, lo suplíamos con nuestra capacidad de exteriorizar. El hecho de hablar mucho, de contarlo, es terapéutico, y si tienes que llorar, lloras. Eso en un nórdico o un estadounidense no es tan fácil y en un japonés ya ni te digo. Aun así, eso no me ha librado de tener muchísimas pesadillas y vivir situaciones de angustia, pese a que yo no he sido corresponsal de guerra, solo me ha tocado estar en determinadas guerras o conflictos. Pero, es algo que haces porque quieres, nadie te obliga, y que sirve para algo. Aunque pienses que para muy poco, siempre es mejor que lo hayas podido contar que lo contrario.
Con tu trayectoria lo mismo podrías publicar una obra de historia que de viajes pero, pese a que has colaborado en varios, le tienes mucho respeto a lo de escribir un libro. Contrasta esta actitud tuya con la irreverencia con la que muchos se lanzan a publicar, como si fuera un must que deben quitarse de la lista de cosas que hacer para sentirse realizados.
Es una opción personal. A mí lo de escribir un libro me parece una cosa muy seria. Me han propuesto todo tipo de cosas desde el mundo editorial, pero me da mucho respeto y mucho pudor. Hablaría de personas y de gente a la que no le puedo preguntar si quieren que hable de ella. Todo lo que yo cuento casi siempre está sustentado en la vida de otro, no en la mía. En los reportajes no me pasa porque creo que estoy sirviendo, pero con un libro tendría la sensación de que me estoy sirviendo. Tengo un conflicto mental. Además, hay una cuestión práctica. Creo que lo que estoy haciendo ahora es más útil que encerrarme a escribir un libro y tengo que aprovechar esta atapa de mi vida al máximo. Además, a mi lo de la posteridad me importa un bledo.
* Y es que ese tiempo futuro tú ya lo conquistaste en el ayer.