Rezan los cánones del arte de la diplomacia que el oficio debe ser gestionado siempre con prudencia y tiento. Cumplir con la norma no es óbice, sin embargo, para que quien ahora ostenta la responsabilidad de representar a la República de Italia ante el Reino de España conjugue en sí mismo el oxímoron de la pasional discreción con la que consigue encarnar al mismo tiempo los roles de embajador y activista. Equilibrado en sus posicionamientos pero vehemente en la defensa de los principios y las ideas que mueven su corazón, Stefano Sannino (Nápoles, 1959) ha decidido convertir el antiguo palacete de los marqueses de Amboage en Madrid en una casa abierta al diálogo y un lugar de integración. En su soleado jardín de invierno, rodeados de altas columnas y bajo la mirada esquiva de Pastora Imperio —esculpida para la posteridad por Mariano Benlliure— cruzamos palabras, ideas y sueños.
Fotografía: Juan F. López
Esta residencia es imponente. ¿Se imaginó alguna vez vivir en un palacio sin ser príncipe?
No me lo imaginaba. He nacido en un pueblo pequeño, al lado de Nápoles, y la idea de la diplomacia empezó, inicialmente, como una vía para poder conocer mundo y tener una visión más amplia, pero nunca me había fijado en los aspectos más glittering de la vida diplomática. Además, hasta ahora, en mis distintas incardinaciones nunca había vivido en una casa tan bonita y emblemática como esta. Por eso he intentado abrirla desde el principio. Quiero que esta casa siga siendo un lugar abierto a muchas personas y muchos segmentos de la sociedad, un auténtico punto de encuentro.
¿Qué sueños de aquel niño del sur de Italia se convirtieron en realidad?
La idea de dedicarme a esta vida surgió, más o menos, antes de empezar la universidad. Mi padre, en un momento dado, cuando yo tenía cerca de 17 años y estaba terminando el liceo [los estudios secundarios], me dijo: «Quizá, antes de decidir a qué facultad quieres ir deberías tener una idea de lo que te gustaría hacer en el futuro». En cierto modo, no es que me obligara a pensarlo pero sí me dio un impulso para reflexionar sobre a qué podría dedicarme. En ese momento me encontré con un diplomático de Nápoles y me pareció fantástica esta idea de viajar por el mundo, conocer cosas y vivir en un entorno más amplio de aquel en el cual me movía. Empecé con esta idea y, como soy capricornio y por tanto un poco testarudo, aquí he acabado. Después he tenido una vida diplomática mucho menos aventurera de lo que me hubiese gustado. Al final, las elecciones profesionales han ido por otro camino. Pero sí, puedo decir que mi sueño se ha cumplido.
Usted se ha movido como pez en el agua en Bruselas, donde durante años ha ejercido cargos de gran responsabilidad. Cambió su destino por Madrid. ¿En qué salió ganando?
[Risas] Siempre digo que Bruselas es mucho menos burocrática de lo que puede parecer. El trabajo allí es muy interesante y divertido y, además, intelectualmente te estimula mucho, porque tienes que tener una visión muy amplia de los intereses de 28, en breve quizás 27, estados miembros y de las instituciones europeas. Así que no me he ido de Bruselas porque me aburriera. Pero España era una oportunidad única. Tengo una vinculación muy fuerte con este país, evidentemente, y la posibilidad de conocerlo y vivirlo más intensamente, intentando aportar algo en la relación entre Italia y España, me parecía un reto muy bonito. Desde este punto de vista sí he salido ganando, en el sentido de que es una experiencia muy completa, en lo profesional y en lo personal, muy densa y profunda.
La sociedad española posee un grado de apertura que a veces se echa de menos en Europa.
¿Cuándo fue la primera vez que vino a España?
Creo que en el fin de año del 86.
¿Y ha cambiado mucho este país?
Uff, enormemente. La tradición de las uvas y las campanadas en la Puerta del Sol sigue ahí [risas] pero sí, el país ha tenido un cambio brutal. Recuerdo, por ejemplo, en aquella primera vez, el tiempo que nos costó al grupo de amigos que viajábamos llegar hasta Toledo. Ahora, sin embargo, en media hora estás allí con el tren. En el marco del 40 aniversario de la Constitución española se ha reflexionado mucho sobre los cambios en estas cuatro décadas de democracia y estabilidad en el país. España ha tenido una gran trayectoria. Es un país que se ha desarrollado mucho y muy bien. Como todos, sigue buscando su lugar exacto en el mundo, pero tiene muchos elementos que lo hacen único. Por ejemplo, la sociedad española posee un grado de apertura que a veces se echa de menos en Europa, donde en algunos países hay pocas ganas de hacer cosas y cambiar para ir por delante.
No creo que le costara mucho el periodo de adaptación. ¿Se cumple eso de que italianos y españoles cuando intercambiamos nuestros países nos sentimos como en casa?
La relación personal entre italianos y españoles es muy fuerte, muy profunda. Después, si quieres, hablamos un poco más de la relación entre los países a nivel institucional, un poco más complicada. Es difícil imaginar dos países más cercanos culturalmente e identitariamente, en su estilo de vida y su manera de ver las cosas, que Italia y España. Hay una actitud de cara a la vida muy similar. Nuestros idiomas también ayudan. Hablarlos perfectamente es otra cosa, pero es muy fácil entendernos entre nosotros. La cultura mediterránea, del vino, del aceite… también es propia de los dos países. Y también se repiten tópicos como el gusto por la buena mesa, la fiesta, salir, encontrarnos con los amigos en las calles y las plazas. Todas estas sinergias facilitan enormemente los contactos.
Y eso que dicen que los polos iguales se repelen.
Con todo, después hay un grado de diferenciación que hace la cosa todavía más atractiva. Podemos encontrar algo distinto a lo nuestro. Los colores, por ejemplo. Aunque compartimos los del Mediterráneo muchos identifican España con los paisajes típicos de las llanuras castellanas e Italia con las formas de la Toscana. Todo esto son elementos que añaden valor a nuestra relación. Por todas estas cosas que hemos dicho los estudiantes Erasmus españoles eligen como primera opción de destino mayoritariamente Italia y los italianos vienen del mismo modo aquí. Hay veces que se da de tal manera el mestizaje y se mimetizan tanto que ya se quedan en el otro país para hacer su vida.
Tanto en Italia como en España, tenemos cierta tendencia a mirar mucho al norte y un poco menos al lado.
Ha dicho que la relación institucional no es tan fluida.
La relación institucional es más complicada. Por lo menos en los últimos años hemos tenido muchos desencuentros políticos entre los gobiernos. Desde este punto de vista creo que se han perdido oportunidades de hacer cosas juntos. Es una lástima porque los dos países juntos tienen mucha más fuerza que por separado
¿Se refiere a que no siempre han hablado con una misma voz en Europa?
Un poco de todo. Es cierto que, tanto en Italia como en España, tenemos cierta tendencia a mirar mucho al norte y un poco menos al lado. Los vecinos del norte nos parecen más atractivos. En Europa tenemos intereses bastante coincidentes pero, a veces, al final tomamos caminos distintos y eso, en ocasiones, va en contra de nuestros propios intereses. Así no sumamos.
Por todo lo que hemos hablado, razones no faltan para que nuestros países estén entre los cinco más visitados del mundo. Italia alberga, sin duda, muchos de los tesoros más preciados en la historia del arte. Leo estos días en los medios que, ante la asfixia del turismo masivo, algunas ciudades históricas se preparan para cobrar una tasa a los que no pernocten y acabar con el turismo de tocata y fuga. ¿Es un antídoto contra la gentrificación?
Nuestras sociedades se han vuelto mucho más consumistas. Nos movemos por reacciones súper rápidas en las redes sociales. Una foto recién subida a Instagram, por ejemplo, tiene respuestas inmediatas. Esa dinámica la vemos también en el turismo, donde el consumo es, del mismo modo, mucho más dinámico que antes. Corremos el riesgo de que Europa se convierta en un parque temático. El turismo es muy importante como vía para conocer y entender mejor una cultura y toda la economía que se mueve en torno a él es fundamental. Pero, efectivamente, si no se maneja adecuadamente estamos abocados a que las ciudades se vacíen en favor de los hoteles y alojamientos turísticos, desplazando a la población de toda la vida y perdiendo su identidad. Ahora bien, de esta reflexión a la turismofobia hay mucho camino. Se trata de encontrar un equilibrio para gestionar el éxito de una ciudad, sea Venecia o Barcelona, respetando su esencia y consiguiendo que esta no muera. Al final, es muy bonito ir a un museo pero es mucho más bonito conocer un lugar que irradia vida a través de sus gentes.
Vivimos en un mundo cada vez más complejo y la situación geográfica de nuestras naciones hace que nos enfrentemos a retos de calado, como el migratorio. El ministro del Interior italiano, Matteo Salvini, ha prometido hacer todo lo posible para acabar con naufragios y llegadas de migrantes y evitar «que Italia sea el campo de refugiados de Europa». Acabar con el problema de la inmigración clandestina parece una ambición de sentido común pero hay quien ve en la actitud repetida de prohibir la acogida de los rescatados en el Mediterráneo un ataque a la dignidad de las personas.
Cuando se habla de inmigración hay que tener mucho cuidado. Hay muchos elementos en juego. Un punto de partida es la diferencia económica —y aquí ahora simplifico— entre África y Europa. Tienes, por un lado, un continente muy joven, relativamente pobre, con muchas oportunidades… Y, por otro lado, tienes un continente como Europa, mucho más rico y con muchos más medios. Hay un elemento estructural en la emigración que tenemos que tener en cuenta. Se han hecho esfuerzos importantes en los últimos años, cuando el fenómeno ha tomado la amplitud que tiene en este momento en donde, efectivamente, también las mafias han influido mucho, porque han creado los mecanismos para llegar a Europa. Esto ha generado un problema a la hora de encontrar un equilibrio entre nuestras sociedades —que por tendencia son abiertas— y su capacidad para aceptar lo que está pasando. Te hablo de Italia pero podría hacerlo también de otros países.
La situación migratoria ha generado un problema a la hora de encontrar equilibrio entre nuestras sociedades -que por tendencia son abiertas- y su capacidad para aceptar lo que está pasando.
Se está generando un efecto de repliegue.
Hemos pasado de situaciones como la tragedia de Lampedusa, hace poco más de cinco años, con un componente emocional muy fuerte entre la sociedad italiana, a una situación como la actual, en la que se están cerrando las puertas de entrada. Pero lo mismo ha pasado en Alemania. Con la política de bienvenida en 2016 de la canciller Ángela Merkel a los refugiados de Siria en un año llegaron creo que 800.000 personas. Hoy, esencialmente, la Unión Europea está pagando cada año 3.000 millones de euros a Turquía para que no vengan. Además, políticamente, la canciller ha pagado un precio muy fuerte por esta decisión. Igualmente Francia, que tiene una inmigración muy fuerte pero hace ya años que adopta una postura de fronteras cerradas. Todo el mundo habla de una solución europea y, efectivamente, se necesita una respuesta a nivel continental. Pero cada uno tiene su idea de cómo debe ser esa solución, lo que hace las cosas más complicadas.
¿El vaso entonces se vislumbra medio vacío?
Bueno, no es cierto que no se haya hecho nada. Se ha tomado mucho más conciencia de ayudar a los países de origen a su desarrollo, se están moviendo programas de ayuda económica, se están controlando mucho más los flujos migratorios y las redes clandestinas empiezan a encontrar más problemas para actuar. Pero es verdad que, a pesar de todo esto, existe la necesidad de imaginar una solución colectiva que sea políticamente aceptable para nuestras sociedades. En esto queda mucho por hacer.
Y ahí también jugará un papel importante la diplomacia.
Sí. Se trata de encontrar un punto de equilibrio. No se puede dejar el peso de la gestión solo a los países que geográficamente están más expuestos. Hablo de Italia pero también de España, Grecia o Malta. Esto hace que sociedades abiertas y tolerantes se vayan cerrando y desarrollando reacciones negativas.
«Europa no se hará de una vez ni en una obra de conjunto: se hará gracias a realizaciones concretas, que creen en primer lugar una solidaridad de hecho». El ideal europeo ha cambiado mucho desde que Robert Schuman pronunciara aquellas palabras el 9 de mayo de 1950. Con todas sus imperfecciones la Unión Europea le ha dado al viejo continente el mayor periodo de paz en su historia. Pero, a ratos, parece que todo se tambalea. ¿Se imaginaba una UE sin Reino Unido?
La fórmula que se utiliza es decir que estamos muy tristes pero respetamos las decisiones británicas y creo que, un poco, ese el punto. La decisión está en manos de los británicos. Lo que ha pasado es muy triste por varias razones. Primero porque si un socio se va de la Unión representa, en cierto sentido, un fracaso. Significa —y las responsabilidades no son solo de los 27 sino también de los británicos— que no nos hemos entendido bien. Creo que la Unión Europea ha hecho muchas cosas a lo largo de los años para permitir al Reino Unido encontrar su sitio dentro. Racionalmente, no hay ninguna razón por la que el Reino Unido tenga que salir, ninguna, ni económica, ni política ni social. Es simplemente la percepción de pertenencia o no que una parte importante de su población tiene. Cuando hay un tema de esta naturaleza, si se trata de una percepción, hay pocas cosas que puedas hacer.
Racionalmente, no hay ninguna razón ni económica, ni política ni social por la que el Reino Unido tenga que salir de Europa. Es muy triste.
Es la razón frente al corazón.
El acuerdo que se había negociado para evitar la salida, antes del referéndum, era muy equilibrado y garantizaba muchas cosas a los británicos. Pero si al final una parte importante de la población no quiere no hay manera de conciliar los intereses. Tampoco los grandes partidos tradicionales británicos han presentado una alternativa real. Se abre un periodo muy complejo. Volviendo a la reflexión inicial, es muy triste lo que está pasando y en este momento lo que todos tenemos que hacer es ver cómo limitar los daños que todo esto pueda generar, tanto en el Reino Unido como en el resto de Europa, porque todos vamos a sufrir las consecuencias. La otra razón por la cual es triste que se vayan es porque creo que el Reino Unido ha contribuido de forma sustancial a definir el perfil de la Unión Europea que conocemos hoy en su dimensión internacional, en la dimensión de libre comercio, en la dimensión de la competencia, de la apertura en el sector servicios y, en general, en la visión que la Unión Europea tiene del mundo. Desafortunadamente, tendremos que acostumbrarnos a la idea de una Unión Europea sin ellos. Es muy complicado en el punto en el que estamos dar marcha atrás.
Hablando de cuestiones emocionales, y salvando las distancias…
Tenemos Cataluña.
Efectivamente. ¿Se imagina una España sin Cataluña? En esa percepción emocional que dibujaba, se repite el esquema.
Sí, sí, es así. Hablando con muchos de mis amigos catalanes, al final, llegamos exactamente al mismo punto. Entienden perfectamente que no hay razón política, económica, social, cultural… Siento decirlo de forma tan brutal, pero es muy irracional lo que está pasando. Con todo el respeto para las personas que tienen este sentimiento, no veo ninguna razón por la cual Cataluña estaría mejor por separado. Insisto, hay evidentemente un elemento irracional. ¿Y un elemento irracional cómo lo manejas? Intentando cambiar la percepción que es, un poco, el esfuerzo que se está haciendo en este momento.
Tenemos en el calendario unas elecciones europeas a la vista. ¿Teme una mayor división después de los comicios?
El Parlamento Europeo ya ha estado más fragmentado en esta última legislatura. Lo que puede pasar ahora es que aunque las fuerzas tradicionales, por hablar de las grandes familias políticas europeas, sigan con una mayoría en el la Cámara, como se intuye de las encuestas que veo cada día, sí que se dé más fragmentación por la entrada de otras fuerzas políticas que tienen un perfil más complejo cuando se habla de Europa. Son esas que dicen que quieren una nueva Europa y una nueva manera de hacer las cosas. Lo que pasa es que coinciden sobre lo que no les gusta pero no coinciden claramente sobre lo que habría que hacer aparte del tema soberanista, devolver competencias etc.
Es imposible reconciliar tantos puntos de vista.
Los riesgos que estamos viviendo políticamente en todas nuestras sociedades, no solamente en Europa, también fuera, vienen por una confrontación muy fuerte entre modelos e ideales. Hay poco espacio para buscar un compromiso. Se plantean dos modelos casi alternativos. Mientras que en esta legislatura que está acabando el modelo alternativo soberanista era muy claramente minoritario en la próxima podría ser mucho más fuerte, además con partidos que están en el poder. Esto sí es un tema complejo y nos enfrentamos a él también en el interior de nuestras sociedades, no solamente a nivel europeo, también a nivel nacional.
Debemos guardar precaución porque la polarización política, casi de modelos existenciales, después genera también una polarización muy fuerte dentro de la sociedad.
La tensión también ha crecido por el auge de movimientos populistas en los extremos ideológicos. En nuestros respectivos países hemos visto la irrupción con fuerza de partidos con posicionamientos más radicales a los que estábamos acostumbrados. En Hungría se ve con miedo el papel de figuras como Viktor Orban. Si miramos fuera nos encontramos con Bolsonaro, Trump…
Debemos de tener cuidado con las palabras que usamos. Estábamos más acostumbrados a la división entre partidos, pero en un marco muy definido con formaciones políticas tradicionales mientras que, en este momento, hay un abanico de partidos que representan los sentimientos de los que no se sentían representados precisamente por aquellos. Por eso hay que tener cuidado con los términos, porque si no esto genera exactamente más división. En Italia el primer ministro dice: «Si cuando dices populista quieres decir que pienso en el pueblo sí soy populista». Pero, normalmente, se usa el término con un matiz mucho más negativo. Debemos guardar precaución porque esta polarización política, casi de modelos existenciales, después genera también una polarización muy fuerte dentro de la sociedad que puede llegar a puntos muy duros. Es como que yo no reconozco la posibilidad de que alguien pueda tener una idea distinta de la mía.
Lo cierto es que si la gente vota estas opciones es porque algo han hecho mal los que estaban antes.
Evidentemente, sí. A lo mejor a algunos preferirían cambiar la población porque no les gusta cómo ha votado. Hay que tener cuidado, pero por un lado y por otro. Tampoco se puede llegar al punto de decir: «Porque yo tengo los votos puedo hacer todo lo que quiera». La sociedad es plural y hasta ahora hemos conseguido que en nuestras sociedades plurales todo el mundo tenga su espacio. Esto se consigue con las políticas más que con las declaraciones.
Y con mucho diálogo.
Sí, con diálogo y con todos los instrumentos que tenemos a nuestro alcance. Puedo entender que el marco esté cambiando pero hay puntos en los que hay que preservar el acuerdo social, sin dictaduras de la mayoría o de la minoría.
Desde la óptica de nuestra joven democracia, acostumbrada al bipartidismo, con frecuencia hemos asociado a Italia con una constante inestabilidad política. Ahora, En España hemos descubierto que su modelo no era sino el de unos adelantados a los tiempos y hemos inaugurado una nueva era de parlamentos fraccionados, minorías decisivas, mociones de censura y la sombra permanente del adelanto electoral.
Cada pueblo tiene su historia política. Efectivamente, el elemento de la representatividad política ha sido muy importante en la arquitectura constitucional de mi país. Se ha pensado mucho más en la representatividad, en el equilibrio, que no en la gobernabilidad. Es verdad que, en los últimos años, el marco político español ha cambiado mucho. No le queda sino acostumbrarse a la dinámica de las coaliciones. Hay que recuperar el valor del compromiso. Volviendo a la idea que compartimos antes, al final tienes que aceptar un punto de equilibrio en el que no puedes ganarlo todo. Muchos de los gobiernos europeos son gobiernos de coalición entre fuerzas políticas muy heterogéneas.
España tendrá que acostumbrarse a la dinámica de las coaliciones
Volviendo a sus tareas, el por entonces ministro de Relaciones Exteriores de Italia, Franco Frattini, afirmó que la filtración de Wikileaks supuso el 11-S de la diplomacia, un derrumbe en la confianza entre naciones. ¿En qué ha cambiado la misión de un embajador en esta era conectada?
Lo bonito de este trabajo es que depende mucho del país, de la situación, del momento… No hay un código. Antes, efectivamente, había falta de medios de comunicación y para saber lo que estaba pasando en China o en Brasil necesitabas a una persona que enviara muchos informes antes de decidir. Ahora tú conoce la actualidad en tiempo real porque los periodistas hacen su trabajo y a nosotros nos corresponde una reflexión más profunda, más allá de la noticia, para evaluar el impacto.
Un punto entonces a favor de los periodistas.
Pues mira, he de decir que encuentro muy triste algunas cosas como que los periódicos muchas veces parecen más interesados en el morbo. Asuntos muy importantes como el cambio político en Andalucía, la cuestión de Cataluña o los presupuestos apenas tienen cobertura de prensa en el exterior, incluso en Italia, mientras que a una tragedia, que es terrible pero podría haber pasado en España como en Italia o Francia, le ofrecen nueve medias columnas.
Le quitamos el punto positivo a los periodistas y volvemos mejor a hablar de la diplomacia del siglo XXI.
Volviendo al trabajo de los diplomáticos, pues depende de muchas cosas. Primero, de tu propia sensibilidad. Al final, en nuestro trabajo mucho lo haces tú. Puedes tener instrucciones pero luego nadie te dice: «Coge el boli y escribe esto así». Te dan una indicación general y tú la interpretas de forma muy libre, así que hay una contribución importante por parte de la persona y de cómo piensa que puede ayudar a mejorar la relación entre los dos países. Evidentemente, la diplomacia sigue teniendo una posición dominante en lo que respecta a la evaluación política, es como la parte básica de nuestro ADN. Progresivamente, a eso se le han añadido muchas otras cosas: la parte económica, la parte social, la parte cultural.
Y dependerá mucho del entorno.
Sí, varía mucho el contexto si se trata de un país europeo o no, si vive una situación de crisis o alguna otra particularidad etc. Yo, por ejemplo, trabajé en Yugoslavia durante los últimos años de la guerra en Bosnia y de la época de Milošević. Era un trabajo completamente distinto del que puedo hacer aquí en este momento o el que hacía en la representación permanente de Italia en Bruselas. Así que no hay un patrón que diga cuál es el papel de un diplomático. Necesitas adaptarte permanentemente a nuevas realidades. Lo que sí que tienes que hacer siempre es interpretar de forma dinámica cómo evolucionan las relaciones entre tu propio país y el país o las instituciones donde desarrollas tu trabajo.
Ese podría ser el consejo para alguien que estuviera empezando.
Mi primer jefe, un personaje fantástico, Renato Ruggiero, que ostentó todo tipo de cargos en su vida, desde director general de la Organización Mundial del Comercio a ministro de Asuntos Exteriores, nos aconsejaba siempre a los más jóvenes que no perdiéramos el control de lo que era nuestro elemento básico pero que fuéramos buscando otras cosas, porque eso hace más rico tu trabajo. Por eso yo, personalmente, me quedo muy poco en mi despacho e intento salir a la calle y abrir la casa lo más que puedo. Mi objetivo es crear más puentes, más contactos, más elementos de interés común entre Italia y España, además por supuesto de gestionar las micro crisis que se puedan dar entre nuestros países en un sector u en otro. Representar a un país europeo en otro país europeo es inventarte cada día una manera de crear relaciones y más oportunidades para ambos.
Representar a un país europeo en otro país europeo es inventarte cada día una manera de crear relaciones y más oportunidades para ambos.
Habiendo nacido en Italia se le presupone impronta pero, ¿de dónde nace su sensibilidad por el arte?
Mucho viene de mi entorno familiar. Por parte de mi padre tenía una abuelo que era pintor y escultor. Por parte de mi madre he tenido una familia muy pegada a la música, con una tía abuela pianista y otro tío abuelo barítono. En casa siempre podíamos ver muchos libros de arte. Todo este ambiente te condiciona. Mi primera ópera, El barbero de Sevilla, la escuché en la televisión cuando tenía cinco años. Me acuerdo perfectamente, era un viernes por la noche. Después también me ha dado mucho el viajar. Aunque no me siento un coleccionista de arte.
Pero sí suele adquirir obras.
Sí, me refiero a que no soy un coleccionista de arte en el sentido clásico, en primer lugar porque no tengo los medios [risas]. Pero sí tengo obras de artistas jóvenes y emergentes. Me gusta mucho el arte contemporáneo y me divierte buscar cosas que me gusten.
No sé si es usuario de Spotify o alguna otra plataforma de música en streaming o si prefiere formatos más clásicos como el vinilo pero, además de la ópera a la que ya ha hecho referencia, le presupongo gustos de los más eclécticos. ¿Qué nos podemos encontrar en su playlist?
Soy omnívoro. Admito que la ópera es una parte importante de mi vida pero me gusta todo, desde el pop al reggaeton. Alaska es un elemento mítico en mi vida porque escuchaba sus canciones cuando aprendía español y las encontraba muy divertidas y rompedoras, desde todos los puntos de vista. Sigue siendo para mí un punto de referencia muy importante pero, como te digo, me gusta todo. Voy de los cánticos gregorianos a la última canción que suena en la radio. Escucho muchísima música. Para mí lo más normal es llegar a casa y encender una radio o conectar Spotify o lo que sea.
Hemos dejado atrás un año en el que el #MeToo fue mucho más que un hashtag. Siempre se ha hablado mucho de igualdad entre el hombre y la mujer. Parece que ahora con más fuerza. ¿Hay machismo en la diplomacia?
Por el tipo de trabajo y por cómo se entendía antes la relación tradicional de pareja era más fácil para un hombre ser diplomático que para una mujer. Hablo de la idea clásica de familia en la que la mujer cuida a los niños y tiene más interrupciones en su carrera laboral. Efectivamente, en la vida diplomática en la que cambias de lugar con mucha frecuencia no era tan fácil encontrar ese equilibrio entre la vida profesional y personal. Afortunadamente, todo esto ha cambiado mucho y hay una presencia mucho más importante de mujeres en la carrera diplomática. En Italia hay muchas al frente de embajadas. La secretaria general del Ministerio, por ejemplo, es una mujer. No la veo como una carrera machista. Como en otros trabajos, lo que hace falta es ayudar a crear un sistema que permita también a las mujeres seguir con su proyecto personal sin renunciar al profesional.
Yo no voy con una pancarta diciendo: «Soy homosexual», pero quiero vivir mi vida con naturalidad.
¿Y en Italia? Tanto allí como aquí hemos tenido el peso de una tradición que no siempre se ha adaptado a tiempo a las nuevas circunstancias. ¿Es Italia un país machista?
España como Italia son países tradicionales por un lado pero muy modernos por otro. Sinceramente, si tengo que dar mi percepción, no los veo países machistas. Podemos encontrar actitudes puntuales, pero no me atrevería a decir que son países machistas. Tradicionalmente también ha habido respeto para el papel de la mujer. Otro tema es crear oportunidades para que la igualdad sea una realidad. Pero si hablamos de países machistas pienso en otros lugares, no en España ni en Italia.
¿Y homófobos? Por ese mismo peso del concepto de familia y de la tradición hasta no hace mucho ambos países no se caracterizaban por ser adalides de ninguna libertad.
Esto ya es más complicado porque en lo que es políticamente correcto el machismo no cabe mientras que la homofobia cabe aún. Cuando tú estás discriminando la calidad de las relaciones entre personas en función de si son o no del mismo sexo para mí es homofóbico. ¿Me estás diciendo que la calidad de mi amor es distinta y menor en relación al amor entre los miembros de una pareja heterosexual? Eso es homofóbico. Hay algunos principios básicos que hay que respetar y este es uno de ellos. ¿En qué es distinto mi amor? No veo dónde está el problema por la parte heterosexual de la sociedad. Es como si yo dijera que me parece muy raro que haya heterosexuales. ¿Cuál es el problema que tienes si yo tengo una pareja de mi mismo sexo?
Es una cuestión tan básica como el respeto.
Eso es el punto de partida. Después podemos hablar de muchas otras cosas como el matrimonio, la adopción… Pero hay un tema básico de respeto hacia mi ser, hacia la persona. Muchas veces te dicen: «Hazlo en privado. Tú, en tu casa lo que quieras». No, así no. ¿Por qué tengo que esconderme? Yo no voy con una pancarta diciendo: «Soy homosexual», pero quiero vivir mi vida con naturalidad y tranquilamente. No veo la razón para que nadie se turbe por eso. Y hablo de naturalidad y no de normalidad. No me gusta la palabra normalización porque es como asumir que, de partida, no soy normal.
Visibilizar la homosexualidad en la esfera pública es sin duda una ayuda para muchos que aún viven su condición como un estigma ante los ojos de otros. Pero después de eso quedan muchos otros estadios por conquistar.
Seguimos en nuestra lucha para la igualdad en los derechos. Ahí, incluso dentro del colectivo homosexual hay discrepancias. Por ejemplo, no todo el mundo piensa que el matrimonio tenga que ser como se ha entendido siempre. También entre las parejas heterosexuales las hay que se casan y que no. ¡Pero qué cada uno tenga libertad de elegir lo que quiera! Otra vez no entiendo cuál es el problema. ¿Por qué si yo me caso esto turba la significación de familia? ¿Por qué para ser familia tiene que ser entre hombre y mujer? A día de hoy no me lo han explicado. Me hablan de cosas naturales y sobre la naturalidad de la homosexualidad creo que habría mucho que decir, porque ha existido desde toda la vida [risas].
¡Qué cada uno tenga libertad de elegir lo que quiera! ¿Por qué si yo me caso esto turba la significación de familia?
Acabamos de estrenar año. No sé si comió uvas o lentejas antes de la medianoche
Lentejas, lentejas [risas].
Quizá en torno a la medianoche pensó en un deseo o un propósito para el 2019.
Tengo deseos tanto para mi vida privada como para la pública. Quizá, trazando un punto de intersección entre ambas, mi deseo sería que nuestra sociedad se vuelva más abierta a la convivencia, al respeto, a la aceptación, a no juzgar sobre la base de modelos predeterminados, a mirar las cosas con una mente más amplia… Hablo en todos los aspectos, no solo para los temas de la homosexualidad. Este deseo aplica también a tantas cuestiones políticas como hemos hablado antes. Hay que evitar encerrarse en las ideas propias. Convivencia es una palabra muy bonita y apareció muchas veces en el discurso de Navidad del Rey. Me parece que esa palabra recoge mi deseo para Italia, para España, para Europa y para el mundo entero, porque esta casa común es muy grande y tenemos que sostenerla entre todos, venciendo los problemas desde el entendimiento.
Lo decía Virgilio: «Omnia vincit Amor». */