Cuando Felipe VI fue proclamado rey de España en junio de 2014, a muchos medios de comunicación no les pasó desapercibido un gesto cargado de simbolismo: un retrato de su antepasado Carlos III firmado por Antonio Rafael Mengs comenzaba a presidir el despacho del monarca en el palacio de La Zarzuela. El nuevo jefe del Estado quiso significar con esta decisión que tomaba como referente para su reinado, salvando las distancias existentes entre el Absolutismo del Antiguo Régimen y la Monarquía Parlamentaria asentada en la España actual, al que está considerado perfecto ejemplo de rey reformista e ilustrado, hábil estratega en política y diplomacia internacional, gran protector de las artes y promotor de la ciencia y las exploraciones científicas ultramarinas como base de conocimiento y progreso. Un monarca que aunó tradición y modernidad.
El 20 de enero de 1716, cuando nació en Madrid el infante Carlos de Borbón y Farnesio, nada hacia presagiar que llegaría a ser el monarca más destacado de la España del siglo XVIII y personaje clave en la Europa de su tiempo. Como cuarto hijo de Felipe V y primer vástago de su segunda esposa, Isabel de Farnesio, su lugar en la línea sucesoria de la dinastía le reservaba en principio un discreto segundo plano en la vida de la Corte. Sin embargo, fruto de la política internacional llevada a cabo por sus padres, (en especial por la ambiciosa e inteligente Isabel de Farnesio) y debido al fallecimiento de su hermano Fernando VI sin hijos que le sucedieran, en su trayectoria vital enlazó casi 60 años de reinado en tres tronos distintos: además de ser duque de Parma como Carlos I fue rey de Nápoles como Carlos VII; rey de Sicilia como Carlos V y rey de España como Carlos III. Esta diversidad de territorios y de experiencias le otorgó un enorme bagaje y gran amplitud de miras.
Cuando llegó a Madrid para ocupar el trono español en 1759, Carlos comenzó a desplegar toda la experiencia acumulada en sus años italianos y a desarrollar un programa de gobierno ambicioso, en el que tuvieron cabida desde los grandes asuntos de Estado hasta los pequeños detalles de la vida doméstica pasando por un programa de construcciones, reformas urbanísticas y empresas artísticas que fueran reflejo del poder de la monarquía. Los Sitios Reales como El Pardo, Aranjuez, El Escorial o La Granja de San Ildefonso, y especialmente la ciudad de Madrid, fueron los grandes beneficiados de esa labor de mecenazgo.
Para conmemorar el III centenario del nacimiento del que ha pasado a la historia como su mejor alcalde, la ciudad de Madrid celebra simultáneamente estas semanas cuatro exposiciones temporales. Unas citas ineludibles para comprender mejor diferentes aspectos de aquel reinado que se han visto complementadas con varias novedades editoriales y ciclos de conferencias.
El Palacio Real acoge Carlos III, majestad y ornato, en la que, a través de una selección de 131 piezas se refleja el sentido estético y cosmopolita que el monarca quería otorgar a su reinado, con la fundación de las Reales Fábricas para proveer de mobiliario a los palacios que fue ampliando y enriqueciendo.
Una Corte para el Rey, en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, propone un acercamiento a la labor del monarca por dignificar artísticamente y acrecentar urbanísticamente los Sitios Reales, como escenarios del poder ilustrado y satélites de la Corte de Madrid. En estas poblaciones y palacios se pusieron en práctica los ideales del siglo de las Luces para ordenar el territorio racionalmente y en contacto con la naturaleza.
Destacar la proyección exterior de España y el aspecto científico del reinado de Carlos III es el objetivo de la exposición que presenta el Museo Arqueológico Nacional, con una escogida selección de objetos que ilustran las exploraciones científicas, las relaciones internacionales o el peso de la monarquía hispana en el resto del mapa.
Finalmente, el Museo de Historia de Madrid nos invita a profundizar en aspectos más cotidianos, centrándose en la transformación que experimentó la capital durante este reinado. Carlos III y el Madrid de las Luces recuerda cómo la ciudad que el rey vio a su llegada de Italia le pareció pobre y poco idónea como sede de la Monarquía y capital de una de las grandes potencias de Europa, por lo que comenzó una serie de reformas urbanísticas y de embellecimiento que tienen en la Puerta de Alcalá, el Jardín Botánico o las fuentes de Neptuno y Cibeles sus hitos más conocidos.
A la muerte de Carlos III en 1788, el pueblo de Madrid desfiló durante tres días por el Palacio Real ante el catafalco que contenía el féretro del monarca. Felipe VI, buen conocedor y admirador de la obra de su antepasado como alguna vez ha reconocido públicamente, quiso, al inicio de su reinado, sentir el respaldo de Carlos III en su lugar habitual de trabajo. Quizá el nuevo monarca también deseaba, en un momento de tantos desafíos y retos como era junio de 2014, llegar a alcanzar algún día el respeto y el reconocimiento unánimes que acompañaron al monarca ilustrado durante su vida y aún lo siguen haciendo 300 años después de su nacimiento.