El 21 de septiembre de 2008, al filo de la medianoche, la banda terrorista ETA explosionaba un coche bomba en el bulevar de Salburua, a las afueras de Vitoria, frente al nuevo edificio de Caja Vital que había sido inaugurado hacía poco más de un año por los entonces Príncipes de Asturias. En la imagen publicada por varios periódicos podían verse las oficinas de la entidad financiera y el vehículo con el que se perpetró el atentado. El pie de foto indicaba: «Estado en que quedó la sede de Caja Vital». Si bien la información quería poner el foco en el nefasto efecto de la deflagración, la realidad era que esta construcción (revestida de cristal y acero e inspirada -según los autores- en pares de cromosomas entrelazados) había quedado prácticamente intacta. Fue la falta de entendimiento de una obra así la que hizo creer a los periodistas que se encontraba a punto del colapso. Se podría decir que el proyecto mostraba lo que la lógica de la sociedad podía asimilar como un edificio explotado.
No cabe duda de que la crisis económica ha puesto en ridículo a la arquitectura del despilfarro, despilfarro de recursos y despilfarro de formas. No tiene sentido. Sobra todo. Hemos escuchado hasta la saciedad que la crisis actual ha sido motivada por una falta de sentido común en todos los ámbitos y, lógicamente, también en la arquitectura. La sensatez se ha ido replegando dejando paso a la espectacularidad rápida y a los discursos monolineales subyugados por la formas, incluso de arquitecturas explotadas.
Pues bien, en este marasmo formal y de pérdida de diálogo con la sociedad, surgen noticias que evidencian que la arquitectura sigue teniendo en su genética la capacidad de proponer y de optar por cambiar la sociedad. El pabellón español ha ganado el León de oro a la mejor muestra nacional en la Bienal de Arquitectura de Venecia. Es la segunda vez en la historia de las bienales que esto ocurre. La primera fue en el año 2000, cuando era comisariada por Alberto Campo Baeza.
El pabellón de España, bajo el título Unfinished, reúne una seria de intervenciones que muestran cómo en tiempos de crisis se puede seguir haciendo buena arquitectura. La propuesta española quiere, a partir de intervenciones «inacabadas» por falta de recursos, hacer evidente que la buena arquitectura puede terminar estas obras con mucho ingenio y escasos medios. Carlos Quintáns e Iñaqui Carnicero, comisarios españoles, sin querer entrar manifiestamente en la crítica, han explicitado un contraste necesario en la arquitectura española apelando a la responsabilidad y al diálogo.
Si siempre se ha mirado con cierto anhelo al Movimiento Moderno como un tiempo de optimización de recursos y derroche de ideas, posiblemente haya que marcar un antes y un después tras esta exposición. Y es que queda latente que también ahora la nueva arquitectura mira al futuro con responsabilidad, con creatividad y con ideas.
Sin duda, nuestros mayores aún tienen mucho que decir. Alejandro de la Sota (1913-1996), uno de los grandes arquitectos españoles, insistía en la arquitectura sencilla y razonable, fruto de la razón. Sentenciaba que si los médicos hubieran hecho como los arquitectos, se habría acabado con la humanidad. Felicitémonos por ese León de oro a la crítica, a la necesidad de diálogo, a la sensatez y, como no, a la buena arquitectura.