Mucho antes de que las dinámicas informativas se plantearan en torno a 140 caracteres él ya era un maestro en el arte de diseccionar la realidad —con mucha más profundidad— en apenas unos trazos de lápiz. Ejerciendo de anónimo viandante en un Madrid contaminado, Antonio Fraguas, Forges, llega como se va, paseando tranquilamente y observando la vida que continuamente le regala estímulos para animar su labor creadora. Un café con sacarina y un sándwich mixto (del que, por prescripción médica, nos ofrece la mitad) constituyen su desayuno. Al poco de llegar a la galería del café en el que nos damos cita su mirada se cruza con la del periodista y escritor Juan Cruz. «¡Te estaba buscando!», le dice el canario. En apenas dos minutos hablan de la familia, de Paco Umbral, del editorial del día en El País. Podrían haberlo hecho de la caída del imperio carolingio o del proceso de metaforización del lexema al afijo. Tanto Fraguas como Forges, la persona y el autor que se funden en una misma realidad, poseen una mente poliédrica con aspiración a romper las leyes de la geometría y encerrar en sí un volumen infinito de conocimientos. Tiene sus límites y los reconoce, pero eso no le impide seguir creciendo no solo en edad sino aún más en inquietudes.
Fotografía: Juan F. López
Hemos tenido un invierno loco y tardío. A ver qué primavera nos espera. Los acuerdos sobre el cambio climático de la cumbre de París llegaron un poco tarde para salvarnos del descontrol meteorológico.
Hay una cosa gravísima que es que no hemos logrado encontrar una fórmula, no ya política sino simplemente sociológica. Por ejemplo, que en la India o Brasil den una moratoria de cumplimiento sobre los acuerdos en contaminación supone tener alimentos más baratos para un buen número de gente de esas naciones a cambio de muertes mucho más elevadas. Es una cosa que es imposible de entender. Va a ser complicado. Yo soy radicalmente ecologista y creo que la única fórmula válida sería siempre la misma: que los países ricos apoyaran a los pobres pero no permitiéndoles más contaminación sino justamente al revés, poniéndole más barato la vida a la gente; que, por ejemplo, ellos tuvieran un sistema de precios especial para la alimentación durante el tiempo de la moratoria que están cumpliendo. ¿Me explico? Algo así tiene que ser. Pero siempre es lo mismo. Los avariciosos no van a permitir que esto rule.
Entonces, si te digo que dibujes verbalmente tu autorretrato cómo te pintarías, ¿en mangas de camisas o con el shapka ruso?
Al menos sin bufanda, por el cambio climático (risas). A mí lo que me da rabia es que los negacionistas sean tan abstrusos, que no entiendan que es un hecho evidente, o sea, que es que hay pruebas palmarias. También te dicen: «Bueno es que como no hay estadísticas de lo que pasó hace…». ¡Claro que no hay estadísticas! Porque bien que os prevaléis vosotros de que no se pueda investigar, de que, por ejemplo, no haya dinero para investigar en capas tectónicas correspondientes qué es lo que pasó. Vale, tenemos sospechas, pero es que lo tienen todo preparado perfectamente. La avaricia es lo que mueve el mundo desde hace muchísimos años. Cuando digo mueve, digo menea más bien (risas). Lo que mueve el mundo es otra cosa.
¿Ese inconformista que llevas dentro te viene ya de tus tiempos de niño cuando eras un lector incansable de Richmal Crompton y sus libros sobre Guillermo Brown?
Es una cosa muy divertida, porque prácticamente toda la gente de mi generación que nos hemos dedicado al follón de escribir, dibujar, cantar, hacer cine o lo que sea, da lo mismo, todos guardamos una gran reverencia a Guillermo Brown. Vosotros sois jóvenes y no lo podéis entender. Cuando con la Guerra Mundial desaparecen los últimos estertores de la era victoriana hay una preponderancia en el ambiente de la gente occidental de que algo está pasando con la revolución rusa. Entonces, aquella sociedad victoriana, muy conservadora, da a luz a un anarquista como Guillermo Brown. Claro, nosotros, que estábamos en una era victoriana a tope —bueno, ¡ojalá hubiera sido victoriana!— (risas) al ver aquello dijimos: ¡Ésta es la nuestra! Proyectamos a través de Guillermo Brown muchas cosas que no se podían hacer entonces, que si tú las leyeras…
La avaricia es lo que mueve el mundo desde hace muchísimos años. Cuando digo mueve, digo menea más bien.
Habría que estar en aquel contexto, en la dictadura.
Claro, en un mundo que era totalmente gris tú a Guillermo Brown lo leías en color. Guillermo Brown, por ejemplo, ve que hay unas excavaciones en el Muro de Adriano y entonces él, rápidamente, monta con sus amigos unas excavaciones y mete latas de sardinas y monedas de penique simulando que son romanas y cobra a la gente por ver aquello. O sea que es un anarquista absolutamente pero muy causista también, ¿sabes? Aquello fue muy curioso. Creo que alguien debería hacer una tesis doctoral sobre la influencia generacional de Guillermo Brown en los creadores nacidos en los años 40.
¿Tú eras de los que en el colegio pintaba al maestro?
Sí, y a los compañeros y a todos. Eso sí, yo no es que fuera mal estudiante, es que no había manera de estudiar, que es distinto.
No había una base motivacional.
Por ejemplo, yo he sido mal estudiante de matemáticas, pero te voy a explicar las causas. Bueno, primero digamos que el de los matemáticos, por lo menos en España, es el único gremio enseñantil que tiene un congreso anual para intentar explicar por qué la gente no entiende las matemáticas. Eso ya es un mérito a su favor, ¿no? Ellos saben que no deben tener la fórmula muy clara. Volviendo a mi experiencia, es una chorrada pero para que te hagas una idea, yo no sé cómo lo habéis aprendido vosotros pero para nosotros un triángulo rectángulo era un triángulo que tenía un ángulo recto, dos catetos y una hipotenusa y nos decían que el cuadrado de la hipotenusa es igual a la suma de los cuadrados de los catetos.
Eso lo aprendimos muchas generaciones de memoria.
Si a mí o a nuestras generaciones nos hubieran pintado un triángulo y en la hipotenusa un paralelogramo, un cuadrado, y en el otro cateto lo mismo, lo hubiéramos visto. ¡Cómo es posible que nadie se enterara de eso!
Ángel Idígoras comparte que una vez le dijiste que para ti hay dos tipos de viñetistas: el humorista que se hace dibujante y el dibujante que se hace humorista. ¿En qué categoría estás tú?
Yo, el humorista que se hace mal dibujante. Yo dibujo muy mal comparado con mis colegas. Pero hay un caso muy curioso, el de Ricardo, el dibujante de El Mundo. Toda su vida profesional prácticamente, hasta los últimos diez años, su nombre iba ligado al de su compañero. Siempre han sido Ricardo y Nacho. Yo me acuerdo cuando Nacho dijo: «¡No aguanto más Madrid!». Quedé con él y me dijo: «Me voy, no quiero saber nada, no quiero veros». ¡Mentira podrida! Y se fue. Ricardo, el pobre, estaba asustado porque él creía que no era capaz de hacerlo solo. Todos le dijimos que con el hecho sólo de ponerte delante del papel ya llevas adelantado el 50%. Luego te queda el otro 50% y esos son, calcúlale, un 40% del dibujo que hagas y el 10% de lo que se te ocurra. Si empiezas por lo que se te ocurra en vez de por el dibujo a lo mejor tardas menos o tienes que dibujar menos. Pero si empiezas a emperifollar mucho el dibujo para que se te ocurra algo tardas más. Y lo hizo, y se puede hacer. Yo he trabajado bastante con Alfonso Azpiri y Alfonso es un tío que, teóricamente, trabaja con guionistas. Bueno, pues no, Alfonso lo sabe hacer perfectamente sin guionistas también. Todo depende mucho de la comodidad o la inacción.
Tirando de modestia te acabas de llamar mal dibujante pero lo cierto es que tienes un estilo propio. Y cuando hablamos de algo tan característico ya cuesta decir de manera objetiva si la obra es buena o mala. Simplemente, eres tú.
Mi padre era periodista y funcionario. Le dije: «Papá, quiero ser dibujante de chistes» y me dijo lo que dicen todos los padres a sus hijos que van a entrar en Periodismo o algo así, que es la famosa frase de dos palabras: «¡Allá tú!». Luego me dijo: «Tienes que ser original». «¿Y cómo se es original?». «Pues que un dibujo tuyo se vea a 15 metros, que se sepa que es tuyo». Entonces nos pasamos así dos o tres años: «Papá». «¿Qué?». ¿Se ve que es mío el dibujo». «Sííí, nooo». Entonces ya llegó un momento en que se veía. Eso es la originalidad, es tan sencillo como eso. Luego lo de ver el mundo de una manera distinta, casi todos vemos el mundo de la misma manera. Decía Miguel Mihura que el humorista es aquel que es capaz de desplazarse aproximadamente a unos 5 metros del él mismo y ver lo que pasa. O sea que es como si los humoristas estuviéramos mirando desde allí esta escena de aquí.
O sea, tu viñeta es como una particular atalaya desde la que observar el mundo, una buena radiografía de la realidad.
Eso es.
Si mirásemos atrás podríamos recorrer la historia de este país (y de nuestro mundo globalizado) a golpe de viñeta. ¿Cómo ha cambiado la sociedad que pintas ahora de aquella cuando comenzaste hace más de 50 años?
Bueno, vamos a ver, es que las sociedades, sociológicamente, se dividen en capas. El sustrato está prácticamente igual ahí abajo. Pero luego hay otros sustratos que han cambiado sustancialmente. Por ejemplo, el papel de la mujer en la sociedad. No podéis haceros idea, porque vosotros habéis vivido ya en otros tiempos pero es que, antiguamente, no es que fueran esclavas, es que eran las esclavas, directamente. También un cambiazo que ha habido brutal ha sido la sanidad universal. La gente no se muere por la calle de hambre, incluso cuando vengan crisis más fuertes que ésta, que ojalá no vengan, porque hay una cosa que se llama la sanidad universal. Lo de antes de eso vosotros tampoco lo habéis visto. Una vez íbamos por la calle y nos cruzamos con un señor que… ¡Pumba! Se cayó al suelo. Entonces, mi padre vino corriendo, me dio 25 céntimos y me dijo: «Toño, vete a la panadería y trae una barra de pan». Os quiero decir que esas cosas, que nosotros las hemos visto, han desaparecido.
¿Se puede decir entonces que todo cambio ha sido a mejor?
Bueno, no. Hay una cosa también muy curiosa que yo no sé cómo la podría explicar. Vamos a ver, el franquismo era —y lo sabían ellos, los franquistas— una institución absolutamente putrefacta desde el principio, porque la conformaban un grupo de traidores que se había levantado contra el orden constituido. Estaban, no sé cómo decirlo, estaban un poco acomplejados, sobre todo al final. Entonces había cosas negativas que se han hecho después que no se hubieran atrevido a hacer. Por ejemplo, la reforma laboral. Esta reforma laboral, ni locos, vamos, jamás. Si se hubieran atrevido a hacer algo habría sido para arriba, para mejorar, ¿pero para abajo? Sabían que se echaba la gente a la calle. Qué es lo que ocurre, que la situación aquella era comer o no comer, pero es que ahora hay muchos matices. Hemos involucionado en ciertos aspectos como sociedad.
Hay políticas negativas, como la reforma laboral, que no se hubieran atrevido a hacerlas en el franquismo.
Pero ahora hay una pluralidad política que, en teoría, es reflejo de la diversidad social.
Fíjate que la cuestión no es tanto política como de la relación de la sociedad con el poder. Creo que es muy importante que nos estructuremos civilmente. Estamos desestructurados. Yo no hablo a través de los partidos políticos ni hablo a través de los sindicatos, hablo a través de la sociedad civil. Así de simple.
En los últimos años la sociedad civil se ha organizado en estructuras que, paradójicamente, han evolucionado hacia partidos políticos.
Eso se aprende siempre. Ten en cuenta que tú ahora coges un discurso puro y nítido de algunos del 15-M y hablan de descalificación de los partidos políticos, descalificación de los modelos económicos, descalificación de las instituciones… A pesar de que, teóricamente, todo eso es cierto, no añaden «estos» o «estas». Descalificación de estos partidos políticos: A, B, C, D… Los que sean; Descalificación de estas instituciones: zas, zas, zas, zas… Porque si no pones «estos» o «estas» eso se llama Falange.
La línea que separa las buenas intenciones de los totalitarismos es muy delgada.
Me acuerdo una vez ahí en (El Círculo de) Bellas Artes que había un grupo de creadores jóvenes que nos convocan a los del Senado (así es como nos llaman a los viejos carrozas) y nos dicen: «Oye, que vengáis, que vamos hacer unas charlas y tal». Y allá que fuimos un grupo de gente mayor del gremio. Total que llegaron y lo mismo: zas, zas, zas. Al final preguntaron: «Bueno, qué os ha parecido». Y dijo Luis Gordillo: «Lo voy a decir yo, que soy andaluz. Habéis fundado la Falange» (risas). ¿Es normal? Teóricamente sí, porque hay un defecto tremendo, el desconocimiento de la historia. Cómo se puede meter en la cabeza eso a gente. Hay quien no lo se lo traga pero otros muchos se lo creen.
Estamos desestructurados. Yo no hablo a través de los partidos políticos ni de los sindicatos, hablo a través de la sociedad civil.
Pasa lo mismo con algunos discursos nacionalistas.
Sí, como los de esta institución que no me acuerdo cómo se llama y que preside un señor, de apellido Cucurull, doctor en Historia, que sostiene que Miguel de Cervantes no es Miguel de Cervantes sino Miquel Servet y no es de Alcalá de Henares sino que es de Castellón. Lo ves en Youtube y piensas: «Este señor está de cachondeo». Pero es que lo dice de verdad. Y ves a la gente que está alrededor en sus conferencias y te preguntas: «¿Por qué no se ríen? Si esto es cachondísimo». No, si es que se lo creen. Pero esos no son los catalanes, que esa es la equivocación. Es que esos no son catalanes, esos son gilipollas como los hay en muchos sitios. Así que así estamos de gilipollas, claro.
En este marco de indefinición en el que nos encontramos en el que entre negociación y negociación se suele colar el debate de la reforma constitucional qué cambios crees que le harían falta a la Carta Magna o al entramado institucional de este país.
Bueno, yo creo que es muy sencillo. Estamos siempre en lo mismo. ¿Cómo es posible que estando la época en que estamos aún siga la gente aforada? ¿Tú sabes por qué hay tanta gente aforada? Por una cosa elemental, que es una chorrada pero como no lo explican no se entiende. Cuando Franco se muere las posibilidades de golpe de estado militar son de un 95% y hay que bailar ballet. ¿Qué hay que hacer para que la gente pueda «tranquila», aceptar cargos políticos democráticamente? Garantizarles que en caso de un golpe de estado sus actos como políticos no van a ser cuestionados, porque si no la otra alternativa no es la prisión, es el paredón. Ahora viene la segunda parte: ¿Cómo es posible que desde aquella época no se haya quitado el aforamiento cuando ya no es necesario? Pues como eso muchas más cosas. ¿Cómo es posible que no se haya llevado a cabo el desarrollo de las leyes fundamentales a base de leyes orgánicas? Todo español tiene derecho a la vivienda. Vale, venga, haz una ley orgánica que diga de qué manera.
Hablemos ahora de libertad. Los humoristas españoles habéis estado en primera línea de la libertad de expresión desde los albores de la comunicación gráfica.
Tampoco te creas que mucho.
Bueno, la sociedad os debe el que se hayan mantenido abiertas ventanas críticas incluso en los periodos más oscuros. Creo que tú no has tenido grandes problemas con la censura.
Un par de ellos, pero sin más. El franquismo, aparte de lo sangriento y todas esas cosas, es que era el reino de la gilipollez. Era una chorrada. Por ejemplo, Olimpiada de México, 1968. Yo pinté a un campesino que estaba con su azada cavando una zanja y el perro le había quitado la boina y estaba así como el discóbolo de Mirón. Ponía «México» y llevaba los aros olímpicos. Fue el censor y lo tachó, con lápiz verde además, curiosamente. Cuando el director le preguntó: «Oiga, ¿por qué ha tachado este chiste?» dijo: «Porque da la sensación de que todo el mundo roba a los campesinos».
Vaya interpretación.
Yo le he metido a la censura goles con los que además no pudieron decir nada. Hay una cosa muy cachonda. Cuando Franco se puso malo le dio el poder a Juan Carlos. Entonces todos dijimos: «Ya está, se acabó Franco. Éste la palma». Pero mira que a los 15 días le quitó el poder otra vez. Entonces lo que yo pinté fueron dos tíos en un sillón cada uno. Uno estaba lleno de telarañas y el otro tenía dos copas y una botella de champán. Y le pregunta uno al otro: «¿Qué es lo que espera usted celebrar con ese espumoso vino?» (risas). Pasan los años, Franco se muere y como 15 años después, paseando por la Gran Vía, a la altura de donde se ponen estos dos hermanos heavies, justo ahí, de repente me para un señor muy viejecito, muy viejecito y me pregunta: «Oiga, perdone, ¿usted es Forges?». Le digo: «Sí, soy yo». Y me contesta: «Mire, es que le quiero enseñar una cosa». Saca el tío la cartera, la abre y lleva ese chiste. Y digo: «Ah, muy bien, muchas gracias». Y dice: «No, no me las dé, es que yo soy el censor que no pude quitarle este chiste» (risas).
Llevaba la espinita ahí todavía.
Me dijo: «¿Me lo puede firmar?». Le dije: «Sí, cómo no» (más risas). Y me dijo luego: «Hay que ver lo que ha trabajado usted con la cabeza» (sigue riendo).
Es curioso, porque cuando tú dibujas un chiste, la interpretación, el cómo lo va a recibir el espectador, nunca lo sabes. Va a depender de muchas circunstancias. Hay gente que entenderá tu idea y gente que llevará la suya propia o gente que no entenderá absolutamente nada. Cuando tienes una idea concreta y la plasmas, ¿piensas en la otra parte, en el espectador?
La semiótica es una forma de siembra. Yo llevo la tira de años. Si yo pinto una raya así (gesticula) la gente ya sabe lo que es. Hay una cosa muy divertida. Yo pinto una cama, sólo la cama, y la gente ya piensa en Mariano y Concha. Entonces pinto a Mariano y Concha. Dentro de eso la gente ya sabe quién es Mariano y quién es Concha y lo que representan. Entonces ya llevas ahí el 80% del chiste hecho. O los náufragos, ya representan mucho, ya se sabe sobre ellos. Entonces tú lo único que tienes que hacer es dar un escalón más de confirmación y luego dar la vuelta totalmente a la situación, que es lo que produce la sonrisa o la risa o lo que le quieres llamar, la última vuelta de tuerca. No hay que quedarse en la primera vuelta porque eso lo hace cualquiera, lo difícil es dar la segunda.
Retomando el tema de la libertad, qué límites hay. ¿Puede usarse el humor como arma para hacer daño?
Es muy curioso. Todo este follón, que viene antes de Charlie Ebdo con la caricatura de Mahoma, ya sabes dónde empezó, en una publicación de ultraderecha danesa. ¿Qué es lo que ocurre? Ancestralmente, la ultraizquierda y la ultraderecha se han llevado muy bien, solapándose a la hora de determinados comportamientos. Eso se ve la historia perfectamente, si estudias un poco de historia te das cuenta. Pero, hay otra cosa que es más gorda que esa, que es una incultura situacional, por decirlo de alguna manera. Tienes que saber dónde estás viviendo. Nosotros estamos viviendo en estos momentos y conviviendo en Europa con una cultura que no es la nuestra —bueno que no es la nuestra en primer grado— y que está anclada en el año 1436. Se llama el Islam. ¿Qué es lo que había en el año 1436 y desde hace casi 200 años antes ya estaba pululando por Europa, aunque no en España? Una cosa que se llama la Inquisición. Hacia el año 1200 empiezan los listos a joder la marrana. Estamos conviviendo como si ahí, en esa calle, estuviera Torquemada, lo mismo, pero al revés. Hoy tú agarras y dices: «Pinta a Mahoma», y es como si le dices a un francés en el año 1436: «Pinta a Jesucristo». Te dicen: «No, joder, que me llevan a la pila». Pues eso, los fanáticos es que están ahí siempre. ¿Qué es lo que hay que hacer? Decir todo lo que haya que decir pero empleando neuronas. Las patas de banco las hace cualquiera, joder, eso está tirado. Hay que hilar más fino. De esa manera destruyes al enemigo y de la otra manera lo rearmas.
¿Y cómo se dibuja bajo el epígrafe del «humor gráfico» el sufrimiento?
Lo primero es que humor no quiere decir ni gracia ni risa, ¡ojo! Y lo segundo, con muchas neuronas, insisto. Con eso se puede decir todo.
Aunque muchas veces incomode.
Libertad de expresión es un término que está mal traducido del francés. Lo que decía la Declaración de los Derechos del Hombre, que es como se llamaba, es que los gobiernos tendrán el deber de facilitar a los ciudadanos el expresarse. O sea, que tenías que tener periódicos, que podías hablar en un ágora de cualquier clase. Eso es lo que garantizaba. Pero nunca dijo que se podía decir lo que diera la gana. En todas las constituciones figura algo parecido a esto, pero no te dicen nunca: «Usted es libre», porque están las leyes.
Es cuestión de conocer el marco en el que te mueves.
Pero aquí hay mucha gente muy inculta, pero no muy inculta porque sean brutos, sino porque se enseñan mal las cosas. Y cada vez peor, como supongo que diría mi abuelo referido a nosotros. Por qué te crees que hay tantos accidentes de moto. Porque la gente no estudia Física. Si yo sé Física yo voy en moto a dos por hora porque sé que soy el golpe, yo soy la carrocería.
Humor no quiere decir ni gracia ni risa. Se puede pintar el dolor y cualquier cosa con muchas neuronas.
¿Has experimentado alguna vez la sensación de fracaso?
Hombre, soy español, ya sabes (risas). Ten en cuenta que nosotros tenemos un pensamiento que une a todos los íberos, es una frase intraducible a otras lenguas: «No, si ya verás tú como…» (más risas). No se puede decir ni en inglés ni en francés. Mis cuatro hijos hablan muchos idiomas y les tengo prometido un premio de 1.000 euros a quien encuentre esa expresión en otra lengua. A ti se te rompe el coche, te dicen los del taller: «Vente el jueves», y tú ya vas pensando: «No, si ya verás tú como no está el coche». Ni siquiera los italianos tienen este tipo de frase, porque en una situación como ésta directamente ellos no van al taller porque saben que el coche no estará.
¿Cómo es la relación entre los del gremio?
Nosotros, los dibujantes, somos tan pocos que no tenemos más remedio que llevarnos bien. En España estamos bastante unidos, hay relaciones fluidas. Tenemos el Instituto del Humor, que está dentro de la Universidad de Alcalá de Henares, y desde esa plataforma desarrollamos proyectos colectivos.
¿Os sentís respaldados institucionalmente?
En ese sentido los catalanes, gallegos y vascos tienen una ventaja añadida. Todo lo que sea potenciar esas segundas lenguas está muy cubierto por parte de las instituciones, cosa que aquí no existe. Para que te hagas una idea de cómo está la cosa, desde que existe la Comunidad de Madrid hasta el día de hoy la primera vez que esta institución se ha dirigido a mí con motivo de una exposición ha sido hace tres meses. Nunca jamás antes. Es más, tradicionalmente no habido consejería de Cultura, pero es que en el Ayuntamiento de Madrid ocurre más de lo mismo.
Políticamente la cultura adolece de no ser una prioridad y así nos va.
Pero no solo a nivel político. Hablemos de la Asociación de la Prensa de Madrid, por ejemplo. Yo no soy periodista, pero yo soy «Periodista de honor» del Colegio de Periodistas de Cataluña. ¿Cómo lo entiendes eso si yo no soy catalán? Ahora resulta que nombraron a Andrés Aberasturi archivero de la Asociación de la Prensa de Madrid y me llama y me dice: «Oye, Antonio, que es que verás, resulta que he estado mirando y no hay nada vuestro en el archivo». «Pero nada nuestro de qué», le digo. «De los dibujantes», contesta. Entonces le dije: «Ah, claro, ¿no lo sabías? Si nosotros no existimos». O sea que esto es de película, es de película.
¿Cómo es la mesa de trabajo de un dibujante?
Yo no tengo mesa de trabajo, yo dibujo en la mesa del comedor o en la mesa de la cocina, en cualquiera de los dos sitios que me dejen.
Necesitas poco instrumental, papel, lápiz…
A mí no me hace falta nada más que eso y el ordenador para colorearlo si hace falta y mandarlo.
¿Y cuáles son tus rutinas a la hora de crear?
A las 6:00 de la mañana suelo estar despierto, viendo en Internet todo lo que hay de nuevo. Hacia las siete mando el chiste que he publicado en el periódico a Twitter. Luego oigo la radio y después ya me levanto. Generalmente me levanto antes de las ocho, bastantes días a las seis también, porque en ese momento no hay teléfono y se puede trabajar muy bien. Ya ves que la mía es una vida muy normal.
Acabas de mencionar Twitter. ¿Cómo te llevas con las redes sociales?
Es Hollywood. Twitter ha sido como si nos hubieran puesto ahí a nosotros con nuestros dibujos y a vosotros con vuestros titulares. 140 caracteres es lo que llevamos haciendo nosotros y también los poetas toda la vida.
140 caracteres es lo que llevamos haciendo nosotros y también los poetas toda la vida.
Ya ha salido antes tangencialmente el tema. Te lo pregunto ahora de forma directa: ¿Te aburre pintar sobre Cataluña?
No.
Lo digo por haber sido un tema tan recurrente, sobre todo hasta que el incierto panorama nacional se apoderó de la actualidad política.
Yo he dibujado poco sobre Cataluña pero algunas sí que he dibujado. Mucha gente se cree que Cataluña son estos que salen ahora y eso no es Cataluña.
Siempre tenemos el reduccionismo.
Es que el reduccionismo es absurdo, porque la gente está mucho más rebotada que aquí. Cómo a esa panda de sinvergüenzas se les ocurre decir tales barbaridades.
La siguiente te la pregunto pensando en Pepa Fernández, con la que colaboras cada fin de semana en Radio Nacional: ¿Hay más oyentes que escuchantes en la vida?
Lamentablemente, hay más oyentes que escuchantes (risas).
Me temía la respuesta.
Pero bueno, un escuchante no vale más que un oyente, pero es más válido.
Un escuchante no vale más que un oyente, pero es más válido.
La última pregunta va a ser quizá previsible pero seguro que la respuesta es reveladora. ¿Qué viñeta, que noticia, te gustaría poder llegar a publicar?
(Muchas risas, silencio reflexivo y más risas) Que se me viera a mí y dijera: «¡He resucitado!» (carcajada). ¡Qué gilipollez! Ten en cuenta que yo estoy en una edad que tengo toda la muerte por delante, no como vosotros.
Eso nunca se sabe. ¡Larga vida a los dibujantes! */