«Acabo de llorar. Los agricultores de Módena recolectando uva y cantando óperas de Verdi. El mundo no está perdido». La conmovedora frase llega un domingo de octubre en forma de mensaje vía WhatsApp desde el teléfono de mi amigo Higinio, que está viendo en televisión un documental sobre cocineros de jefes de Estado. El chef protagonista del reportaje, al servicio de un mandatario del centro de Europa, viaja hasta la región italiana de Módena para hacerse con el mejor vinagre balsámico y el vino más apreciado de los viñedos de la provincia.
A Higinio, que es persona de elevada sensibilidad, no se le escapa esta escena, realmente fascinante, del documental: los vendimiadores, con sus cestas de mimbre, cantan el coro Va, pensiero de la ópera de Verdi Nabucco bajo el dorado sol del otoño italiano. «Ciertamente el mundo no está perdido, quedan resquicios de belleza», piensa Higinio. La escena bien la podría haber filmado Luchino Visconti (1906-1976), el director de ópera, de teatro y autor de cine que, como persona también de elevada sensibilidad, vivió rescatando resquicios de una belleza decadente que tiene la luz del dorado sol del otoño lombardo.
Gracias al mensaje de Higinio me reencuentro con el universo viscontiano, al que tengo abandonado desde los años de la facultad. Nacido en Milán, muy cerca de esa Módena de los vendimiadores cantantes, en el seno de una familia de la más antigua aristocracia lombarda que hundía sus cimientos en el Renacimiento, Visconti me regala la excusa para ponerme a escribir. Mientras, escucho de fondo la música de la banda sonora de El Gatopardo, compuesta por Nino Rota. No la hay mejor para esta ocasión: se trata de una de las más hermosas partituras escritas para cine. Rota, nacido también en Milán solo cinco años después de nuestro protagonista, puso música a varias películas de Visconti.
En El Gatopardo, posiblemente la película más popular de su producción que además es una obra maestra, Visconti nos dejó «un legado de reflexión y una biografía velada», según dijo José Luis Garci. El Gatopardo tiene imágenes que son verdaderos iconos del siglo XX. Las protagonizadas por Burt Lancaster como el Príncipe don Fabrizio Salina, Claudia Cardinale en el papel de Angélica Sedara y Alain Delon como Tancredi Falconeri están grabadas en la retina de generaciones enteras. Forman parte del acervo cultural del gran público. Cardinale fue, como recordó Terenci Moix, «la actriz preferida del genial Luchino Visconti». Según Moix, en la escena del vals con Lancaster, la actriz italiana alcanzó la inmortalidad. Junto a estos actores, Anna Magnani, Silvana Magnano, Rommy Schneider y el joven Helmut Berger, fueron otras de las figuras protegidas por el director milanés a lo largo de su carrera.
Visconti, como gran creador, como figura cuasi inclasificable, es mucho más que El Gatopardo o Senso, dos películas en las que puso sus conocimientos como director de ópera y su sentido teatral al servicio del lenguaje cinematográfico. Humanista, esteta, perseguidor de la belleza, devoto fiel del culto a la belleza física, (como vemos al adaptar Muerte en Venecia) aunó en su personalidad la herencia de su origen aristocrático con sus inquietudes políticas, cercanas al Frente Popular francés y al marxismo. Para algunos, algo contradictorio. Por eso también encontramos al Visconti de La terra trema, Rocco y sus hermanos u Ossessione, enmarcadas dentro del movimiento neorrealista. Y como director vinculado al cine literario, ya que muchas de sus películas fueron versiones de reconocidas novelas, Visconti se manifestó devoto de Mann, de Shakespeare, Chejov o Lampedusa, entre otros escritores, y del compositor Verdi, cuya música tan presente está en muchas de sus producciones.
El crítico de cine francés André Bazin escribió que, en La terra trema, los pescadores sicilianos (verdaderos pescadores y no actores profesionales), «consiguen parecer príncipes del Renacimiento». En el hipotético caso de que los vendimiadores de Módena que cantan coros y arias de Verdi bajo el dorado sol del otoño hubiesen participado en una película de Visconti, ¿qué le habrían parecido a André Bazin? ¿Quizá miembros de la familia Salina, con la triste belleza trágica y decadente en sus rostros? ¿Quizá ardorosos seguidores camisas rojas del Garibaldi del Risorgimiento? Eso, por desgracia, nunca lo sabremos, pero seguiremos reflexionando y emocionándonos con El Gatopardo y toda la belleza del universo viscontiano.