EL ALFABETO DE LAS LUCIÉRNAGAS

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No sé cómo hay que hablarle a un muerto. Aunque creo que los muertos entienden el poema. Creo que entienden el lenguaje de las flores, la poesía de la rosa. Creo que Ana podría entender, ahora más que nunca, que la rosa pincha en verano, penetrando en la yema del dedo y haciendo brotar la gota de sangre y que, por el contrario, muestra su incapacidad de herir en primavera ya que el agua de la lluvia debilita la espina y la convierte en hilo que no traspasa la piel. La piel a merced de la espina o la espina a merced de la piel. Y todo esto es para hablar de ella.

¿Cómo hablar a un muerto? Nadie lo explica mejor que el poeta chileno Jorge Teiller cuando dice que “para hablar con los muertos/ hay que elegir palabras/ que ellos reconozcan tan fácilmente/ como sus manos/ reconocían el pelaje de sus perros en la oscuridad”. Yo le diría a Teiller, que también está muerto, que cuando el dolor es un entrometido en la escritura, las palabras acaban eligiéndote; que siempre hay alguien al otro lado del papel y que, en este caso, Ana  reconocería a Puyi en la más oscura de las opciones. Porque Ana arrojaba luz cuando la luz era una entelequia. Ana caminaba con luz. Caminaba en sonrisa. Conocía la otra sintaxis. La sintaxis del corazón. Y todo esto es para hablar de Ana. Qué difícil se antoja. Y qué fácil lo hacía ella. ¿Sabes, Ana? Puyi ladró cuando te fuiste. Y todos le entendimos. Vio que te despedíamos con mucho amor y está tranquilo.

Cuando el dolor es un entrometido en la escritura, las palabras acaban eligiéndote.

Son las luciérnagas unos seres increíbles, capaces de hacer la más maravillosa de las alquimias. Producen el total de la energía en forma de luz y no de calor, a diferencia de un foco. O sea, que crean la luz más eficiente que existe… La eficiencia de la luz… Seguro que quien te conozca, sabe lo que quiero decir con todo esto… Todo esto es para hablar de ti, ¿sabes? Pero que me digan si me estoy equivocando, si se puede hacer de otro modo. Seguro que este lenguaje es el que mejor entiendes. El alfabeto de las luciérnagas, ¿verdad? Yo sé que asientes desde allí. Aunque no te vea. Y si no, ¿cómo hablar a un muerto? ¿Cómo decirte…?

Dejaste el día a medias. Es una de las pocas certezas que aprendemos durante nuestra estadía en este mundo: hay dos días que no completamos. El de nuestro nacimiento y el de nuestra muerte. Dejaste el día a medias y elegiste el camino celeste a las 17.00 de la tarde, la hora del poeta, la lorquiana, la de la luz que estalla a viva voz sobre los murales románicos de tu ciudad. No es fácil escoger las palabras, por eso que me escojan ellas a mí. Hoy fui a pasear al casco antiguo de tu ciudad. De nuestra ciudad. ¿Sabes, Ana? Hoy me pareció más antiguo que nunca. El Duero bajaba más lento, como a media asta. Como si el río trasladase un mar de cristales rotos. Descompuestos. Es la agonía de una ciudad que te vio convertirte en ejemplo. El ejemplo de seguir sonriendo cuando un hermano se va a los veintitantos, cuando pierdes a tus padres y estás luchando contra un cáncer. Es el alfabeto de las luciérnagas. No todos podemos entenderlo.

Son las luciérnagas unos seres increíbles, capaces de hacer la más maravillosa de las alquimias.

¿Y cómo hablar a un muerto? ¿Cómo hacerlo desde aquí? Te lo pregunto porque tengo otras preguntas por resolver. ¿Con qué prismáticos podremos buscarte entre las estrellas? ¿Qué hacer con tu silla en Navidades o en mi cumple? ¿Cómo puedo calmar a Pepa, Marisa, Mª Teresa, Herena, Tinín…? ¿Y a tu familia? ¿Cómo hay que sonreír? No sé… Descansa, Ana, descansa y ten por seguro que aquí seguiremos velando por ti. Por tu alfabeto. El alfabeto de las luciérnagas.

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