Cuando Felipe IV encargó el Salón de los Reinos del Palacio del Buen Retiro de Madrid planteó, paralelamente, un conjunto iconográfico que mostrase a los embajadores visitantes la grandeza de un reino belicoso, fuerte e invicto. Para ello hizo colgar lienzos de gran tamaño en este lugar, que sería utilizado por el monarca como salón del trono. La denominación de Salón de los Reinos hacía referencia a los escudos de los 24 reinos que formaban la monarquía española en este tiempo. Además de lugar de recepción, fue aquel también un punto privilegiado desde el que la familia real se asomaba a ver los diferentes espectáculos organizados en los patios del conjunto palaciego.
Han pasado los siglos pero parece que la genética ha permanecido inalterada en este lugar hasta el día de hoy. Hace unos días se publicaba la noticia de que el espacio será intervenido por los equipos de Norman Foster y de Carlos Rubio. El proyecto, que resultó ganador entre ocho propuestas finalistas, hace un importante ejercicio de síntesis de muchos conceptos aparentemente contrarios: tecnología y patrimonio, interior y exterior, cerrado y abierto, público y privado… Los arquitectos han conseguido hacer de los espacios intermedios espacios principales, algo complejo en la arquitectura histórica. Frente a todo ello, la sala del trono de Felipe IV sigue siendo el centro del edificio, el gran espacio noble, la sala del trono, el lugar de la apariencia.
Pero la importancia del fallo de este concurso no radica exclusivamente en la obra en sí. El proyecto subraya un antes y un después en la arquitectura contemporánea española por el contexto temporal en el que se ubica. Si pudiéramos hablar de postcrisis, este sería el primer gran concurso llevado a cabo tras el importante tiempo de recesión económica que tanto ha vapuleado a la profesión del arquitecto. Parecía, o al menos algunos ingenuos así lo creíamos, que tras la crisis un nuevo orden de buenos arquitectos anónimos sería el fiel reflejo de una sociedad contenida. Si los star system han sido sinónimo de tiempos de exceso y descontrol económico, ¿qué planteamiento de contemporaneidad habita en el elenco de finalistas de este concurso? Posiblemente estemos anhelando un tiempo pasado en el que, cual esposa de Lot, se nos convirtiera en sal, pero preferimos correr el riesgo. Tristemente volvemos a un nuevo comienzo del que conocemos el fin.
En una reciente entrevista al Pritzker británico le preguntaban sobre la vanguardia que iba a cobrar el edificio tras su intervención, a lo que respondía que lógicamente sí, que tras la aplicación de «los nuevos enfoques contemporáneos» el museo estaría en la vanguardia museística internacional. ¿Cuáles son esos «enfoques contemporáneos» que hacen que un espacio museográfico clásico y patrimonial obtenga la vanguardia que parece ser que ahora no tiene? ¿El actual museo del Prado no es vanguardista? ¿Qué requiere una pinacoteca para serlo? El espacio museográfico es radicalmente importante para observar bien una obra, pero creo que la vanguardia de contemplar un cuadro de Zurbarán o Carducho no radica en el espacio en sí, sino en la capacidad de emocionarse de la sociedad que lo observa. Y realmente para esto, ni el cambio del espacio museográfico, ni de la tecnología aplicada podrán conseguirlo.
Ahora ya solo nos quedará preguntarnos si volverá La rendición de Breda al Salón de los Reinos para desde ahí mostrar al mundo el espejismo de un país culturalmente importante. Realmente sería magnífico, ya que al menos, si no conseguimos emocionar a la sociedad contemporánea con la historia de esta importante sala, si podremos rendirnos ante su impresionante belleza.