Alba Molina: «Ante tanta tristeza prefiero quedarme con ‘el beso’»

0

Sin perder la chispa de la niña que se emociona con cada novedad e invocando lo paradójico, en estos tiempos recios Alba Molina (Sevilla, 1978) vive uno de sus momentos vitales más serenos. De sufrir sabe lo suyo pero, gracias a un ejercicio de depuración del dolor, que le ha llevado años desde la muerte de su padre, ahora puede saborear la vida con un toque más dulce, que se cuela en las letras y los ritmos de su último trabajo, en el que explora decenas de caminos, desde el flamenco hasta el jazz, para contagiarnos con su duende de un halo de esperanza. Esta mañana nos encontramos con ella para dialogar tal cual es, transparente, en las formas y en las apariencias, sin maquillaje y enfundada en un chándal para salir pronto corriendo a su próximo destino, el encuentro con su gente y con su sur. Puede pregonar la libertad y hacerlo con todo derecho, porque ha optado por vivir instalada en ella.

Fotografía: Juan F. López


Tu padre nos enseñó que es más hermoso cantar que llorar… Aunque se cante con pena. En tiempos como estos, en los que el sufrimiento se ha instalado en la vida de muchos, nos regalas la novedad de tu música. ¿Cómo es el trabajo de concepción de un disco en medio de una pandemia?

En medio de toda esta incertidumbre, en la que no sabíamos si nos íbamos a morir todos o qué, solo me quedaba hacer música o no… ¡Y opté por hacer música! Poco a poco, fui desarrollando un disco que era como el estado de ánimo en el que me encontraba, bastante natural y fluido. No he vivido este proceso con angustia por no poder ciertas cosas. Ha sido bastante fácil, a pesar de que no me podía juntar con cualquier músico y desarrollar un tema. Al final, el resultado ha sido algo muy dulce.

Pese a esas distancias impuestas ha sido un trabajo coral con una nómina de compositores (Alejandro Sanz, Dani Bonilla, Antonio Vega…) y colaboradores (Lin Cortés, Andreas Lutz, Vicky Luna…) muy especial. Arte y amistad convergen con sentimientos y complicidad de años y el resultado es tan único que creo que si una discográfica buscara la fórmula desde cero no daría con ella.

Muchos me preguntan: «¿Es un camino que te has trazado? ¿Tenías ya esta idea?». ¡Y qué va! Estoy de acuerdo contigo en que si lo buscas así no lo encuentras. Ha sido súper natural. Mi hija vino a verme al estudio y cantó; mi niño igual; Andreas [Lutz] igual; con Lin [Cortés] es verdad que yo ya tenía muchas ganas de hacer algo con él y encontré un tema que encajaba, vino y lo hizo… Pero ha sido todo muy fluido. No había pensado de antemano las colaboraciones para tal o cual canción; todo ha ido surgiendo en el momento.

En medio de toda esta incertidumbre, en la que no sabíamos si nos íbamos a morir, solo me quedaba hacer música o no… ¡Y opté por ella!

En tu música nos llegan matices de los brillos del Guadalquivir y de las calles de nueva Orleans, de flamenco y de jazz. Todo ese eclecticismo en el que te mueves con tanta naturalidad te viene quizá de esa ausencia de prejuicios en la que te educaron. Eso no se improvisa.

En casa se escuchaba de todo, lo bueno para aprender y lo malo para saber lo que no hay qué hacer. Yo nunca he sido hija de otras personas así que no sé cómo lo viven otros, pero para mí la relación con la música ha sido, desde siempre, algo natural, igual que yo ahora a mis hijos los llevo a los ensayos, al estudio o a una prueba de sonido. Si es que verdad que con cierta madurez he entendido, de manera más consciente, el peso de todo eso que viví y me doy cuenta, por ejemplo, del significado de que a Tarantino le encante Lole y Manuel. De pequeña crecí en un ambiente muy divertido, porque mi casa siempre era una fiesta: mi abuela con mis tías… ¡Allí todo el mundo canta y todo el mundo baila! Y eso lo fui aprendiendo pero inconscientemente y ahora supongo que por algún sitio saldrá.

Con tus canciones te atreves también a dejar libre el sentimiento. Eso es algo que nos recuerda también mucho a tus padres. Otra cosa que has heredado de ellos es la libertad. Manuel hablaba de dejar siempre libre el sentimiento siendo fiel a la esencia y, cuando llegaron a considerarles herejes, resumía esa actitud mucho más gráficamente en «echarle cojones». Hoy quizá la tiranía de esos juicios está superada… Pero hay otras.

Supongo que sí, pero yo no tengo esa sensación precisamente porque me siento muy libre. Me gustan las coristas de O’Funk’illo y hago un grupo con ellas, que eran Las Niñas. ¿Nos vetaron? Bueno, eso me da un poco igual. Ni me gusta la política ni la entiendo… ¡Por la cuenta que me trae! Este tipo de política que se usa es un poco… Vamos a decir un poco extraña. Los puristas tienen su papel y es fundamental; guardar [la esencia] es muy importante. Pero, por otro lado, también pienso que la fusión es necesaria, como en todo.

Aunque amamos nuestra tierra, a veces hay que tomar distancia y relacionarnos con otros que no tienen delante un árbol que no les deje ver el bosque. En tus experiencias internacionales quizá lo hayas sentido.

Aquí la gente te apunta más con la pistola [risas]. Fuera son bastante agradecidos. También aquí se entiende más el flamenco o este tipo de fusión y eso da pie a más opiniones; pero fuera siempre he tenido la sensación de mucho cariño, aunque no entendieran ni la letra.

Nunca he sido hija de otras personas así que para mí la relación con la música ha sido desde siempre algo natural.

Paco de Lucía, que lo que buscaba era evolucionar y no revolucionar, siempre dentro del flamenco, decía que a él lo que realmente le gustaba era tocar la guitarra en la intimidad de su cuarto, sin presiones, sin responsabilidades. ¿Hay que pagar muchos peajes para vivir de la música?

Totalmente. Yo muchas veces digo que me gustaría que la música, como cualquier arte, no se comercializara. Lo que pasa es que, claro, está muy bien trabajar, que te paguen por lo que haces y que sea tu pasión. Pero lo veo una cosa tan pura que, en realidad, estaría bien que no se usara para ganar dinero.

Ahora te embarcas también en la tarea de producir tu propio trabajo. Eso puede dar también más espacio a tus ideas.

Aunque yo no produjera mis discos anteriores siempre me he metido mucho y he sido muy celosa de mi música. Me importa cualquier mínimo detalle, como la edición de una batería. Normalmente los intérpretes no se meten tanto en eso. Yo me considero más músico que cantante. Canto porque viene en el disco duro pero también me siento bastante libre en ese sentido a la hora de jugar.

Eres bastante inclasificable.

Me gusta eso… Me gusta mucho. Bastante inclasificable. Me define muy bien [risas]. Me gusta que lo digas.

Me gustaría que la música, como cualquier arte, no se comercializara. Lo que pasa es que, claro, está muy bien trabajar, que te paguen por lo que haces y que sea tu pasión.

No sé si, pese a todos los esquemas que has intentado romper como artista, has tenido que enfrentarte a otras etiquetas como mujer, como gitana…

No he sentido esos problemas pero por mi manera de ver las cosas. ¿Sabes qué pasa? Si yo te insulto y tú no recibes mis palabras, no te afectan. Si yo te regalo una cosa y tú no la quieres, si no te quedas con el regalo, sigue siendo mío y cargo yo con él. Con estos temas opino igual. Lo malo se queda en el que lo piensa o lo hace. A veces, cuando era más pequeña, quizá en el cole hubo algún momento en el que pude experimentar un pelín de racismo. Pero después… ¡Qué va! ¡No me dejo! Y lo que hubiera no debió de afectarme tanto cuando ya ni me acuerdo.

La familia es un pilar clave en tu vida. ¡Qué magia poder compartir con ellos también tu pasión y materializarlo en canciones compartidas!

Increíble y al mismo tiempo natural, como hablábamos antes. Con mi hija Lucía, que es más tímida, me costó un poco. Yo le decía: «Lucía, métete ahí y cantamos algo». Pero no acaba de convencerse. Hubo que insistir un poco: «¡Qué tontería! Pero si estamos solos el técnico, tú y yo». Al final lo hizo y lo hizo precioso, con esa voz. Mi niño Anyelo igual, cantó, pero a ese le cuesta menos. Él es más funky, como su padre. Con mi madre sí que lo preparamos un poquillo. A las dos nos gustaba mucho el tema Crazy he calls me, más conocido por Billie Holiday aunque lo han versionado un montón de gente. Ella siempre había querido cantar esta canción y, al ser tan especial, nunca cabía en otros discos. Cuando estaba pensando en este trabajo me acordé y creo que, al final, cierra bastante bien el círculo del disco que, siendo más de pop con connotaciones flamencas, las pinceladas de jazz que tienen todas las canciones se redondea con esta. Escuchar esta canción cantada por Lole no es ninguna tontería.

Con la muerte de tu padre iniciaste un camino de evolución personal que puede que esté alcanzando ahora una nueva meta.

Mi padre vive en mí, absolutamente, todo el rato, desde que me levanto hasta que me acuesto e incluso dormida. Hay veces que sueño que estoy con él y me levanto con la sensación de haber estado. Y le huelo. Y le siento. Ha sido difícil para mí y lo es. Todavía me acuerdo de mi padre con mucha pena. No creo que se vaya a ir eso. Sí que se aprende a vivir con ello. Es así y punto. Pero, en este momento sale de mí una cosa intrínseca. Me apetece… Tengo esta necesidad de estar más pequeña o más dulce. Inconsciente o conscientemente, no lo sé, pero lo necesito después de toda esta leña que ha sido cantar a Lole y Manuel durante años. ¡Mucha tela! Y no solo por la dificultad de tener que ejecutar unas canciones que estaban hechas a su medida.

Mi padre vive en mí, absolutamente, todo el rato, desde que me levanto hasta que me acuesto e incluso dormida.

Estaría orgulloso.

A mi padre le gustaba mucho Te quiero mucho y este tipo de bossa por las que yo siempre he andado y me hubiera gustado que lo escuchase, la verdad [piensa unos segundos]. Bueno, me hubiese gustado que estuviese aquí conmigo ahora mismo, qué tontería. Todo el rato me gustaría. A veces pienso: «¡Le voy a llamar por teléfono!» y cuando caigo me da un vuelco al corazón. Pero de alguna manera creo que está.

Ese viaje que emprendiste a su memoria ha ayudado a muchas personas de tu generación a volver a conectar con su arte.

Para la gente que conoce a Lole y Manuel sus canciones forman parte de su vida. Viene a verme gente mayor de 30 años y muchos salen de llorando, literalmente, porque les toca en un punto frágil que les genera recuerdos de su niñez, a veces melancolía. La gente que es más joven y me conoce más a mí por etapas como la de Las niñas y vienen a mis conciertos se acaban enamorando de estas canciones de Lole y Manuel porque son temas que te dejan completamente abducido. Incluso a mí y a José [Acedo, guitarrista], que estamos tocándolas en el escenario y fuera, estas canciones nos enseñan siempre algo nuevo, aunque vuelvas a ellas una y otra vez. Siempre son manantial fresco.

Hablas de ese momento más calmado, más dulce, más tranquilo… Diría incluso que más espiritual.

Estoy ya más mayorcita. Voy p’arriba o voy p’abajo, más bien. Sí, soy mas madura, estoy más tranquila. Tengo quizá menos prisa. No le doy tantas vueltas a las cosas. Creo que esto se llama madurez. Pero a la vez siento un montón de cosas de niña chica: arrebatos, amor, una pelea de niña pequeña… ¡Yo qué sé! En el fondo, me gusta darme cuenta de que no sé nada. Es algo súper bonito. Si ya lo sabes todo pues acuéstate. Envejecer, por llamarlo así, es muy interesante. Desde este mes tengo 42 años, más y menos. Cuando tienes 20, 25 o 36 la cosa va cambiando. Ahora tengo un poco echado el freno de mano. No me gusta dicho así, pero es cierto que voy un poco más lenta. Aunque hay momentos en los que me tengo que preguntar «¿Pero no ibas más lenta, chiquilla? ¡Qué te contradices sola!» [risas].

Nos compartes muchos sentimientos en un momento en el que un virus nos impide disfrutar la vida como nos gustaría y nos regalas besos cuando no podemos darlos.

Deseo que mis hijos sean libres y felices. Me encantaría que la gente que ha perdido a personas, familiares y amigos, encuentre, de alguna manera, un poco de consuelo. Me gustaría que el hombre, en general, se volviese un poco más compasivo, un poco más empático. Y me gustaría que todo esto fuese una realidad. Me gustaría también cantar, trabajar, que la gente pudiese disfrutar… Me gustarían muchas cosas pero, bueno, llega un momento en el que se pone uno triste hablando de eso. Así que prefiero quedarme con el beso.

Un beso que puede ser otra buena vacuna, en este caso para el alma. */

Comments are closed.