Carmen Linares: «Soy feliz cuando canto hasta vaciarme. Te quedas como si hubieras hecho una sesión de terapia»

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Cantando a los sentimientos e intuiciones más radicales del género humano, al amor, a la vida y a la muerte, el flamenco, cuando es verdadero, transparenta y no engaña. Por eso, ponerse ante alguien que da razón de él conlleva desnudarse de artificios. Esta tarde venimos a encontramos con toda una Princesa de Asturias, sin título pero con premio (posicionado en un lugar preferente de su salón, junto a otros tesoros de la memoria en forma de vinilos y fotografías), pero quien nos recibe es una mujer sencilla, de sonrisa auténtica. El colorido de sus pendientes y el de las flores estampadas en su chaqueta compiten con la belleza de la flor de Pascua que tenemos al lado y que, gracias a sus cuidados, alcanzó la primavera. Con la misma soltura con la que intercala melismas y vibratos sobre el escenario, y quizá por eso de que las entrevistas le gustan más cuando son otros los protagonistas, Carmen Pacheco Rodríguez (Linares, Jaén, 1951) convierte esta conversación en una tertulia y nos regala un viaje por el álbum familiar de sus recuerdos al paso que se nos va descubriendo como la mujer que es, declinada en sus múltiples facetas de hija, esposa, madre, cuñada, amiga, artista…

Fotografía: Juan F. López


En los últimos tiempos se ha incrementado su presencia en actos y entrevistas. ¿Le es incómodo a una artista como usted, tener que dar razón del flamenco de palabra cuando lo que le apasiona es hacerlo con el cante, sobre un escenario o junto a una guitarra?

Ha sido de locos, pero es lo que tocaba. Para mí no era algo normal. Las entrevistas me encantan, pero para leer las de otra gente [risas]. El Premio Princesa de Asturias ha sido algo muy importante. Antes solo se lo habían dado a Paco de Lucía. Yo otros premios sí que podía esperarlos. He tenido algunos importantísimos, pero los veía casi dentro de lo normal. Pero el Princesa de Asturias… Me ha dado mucha alegría que este año haya recaído en María [Pagés] y en mí, representando al flamenco. Ha sido un reconocimiento muy importante a esta música.

No intuía entonces que pudiera llegar.

No. No sabía ni que había estado inclusive nominada otro año. Luego me lo han dicho; pero no, no sabía nada. Me pilló totalmente de sorpresa y fue una muy agradable, la verdad.

Estos premios reúnen a gente excepcional en disciplinas muy diversas. ¿Cómo fue la convivencia con el resto de galardonados en los días previos?

Nosotros con quien más hablamos fue con Juan Mayorga, a quien yo no conocía personalmente. He conocido a su familia y él a mis hijos, mi marido, mis cuñadas… Lo hemos pasado en grande. A mi cuñada yo nunca la había visto tan contenta. La organización lo hace todo muy familiar.

¿Pudo sentir también el calor de la gente de Oviedo?

Sí. Y fue algo excepcional. Es un premio que el propio pueblo vive mucho. Íbamos en el coche hacia el teatro Campoamor y parecíamos la reina [risas]. Me reconocían y me saludaban. Fue una cosa muy, pero que muy bonita. Hicimos un espectáculo especial para estos premios y estuvimos ensayando antes durante una semana. A veces nos esperaban en la puerta del hotel. Venían para hablar o pedirnos una fotografía. Ha sido muy emocionante. Y luego, claro, el encuentro con los reyes, a los que yo ya conocía de cuando eran príncipes. Estuvieron súper cariñosos con nosotros, muy cercanos. Ha sido algo muy bonito y que de verdad voy a llevar siempre en el corazón.

En el momento de la entrega, esa sonrisa y esa complicidad con María Pagés encima del escenario… Hipnotizaron al respetable.

Fue algo mágico.

Tienes que conocer las raíces del flamenco para luego poder volar. «Raíces y alas, pero que las alas arraiguen y las raíces vuelen», decía Juan Ramón Jiménez.

La mirada de la reina Letizia en el momento de su actuación fue también muy expresiva.

Cuando dicen que nos saltamos el protocolo, ¿no? Bueno, la verdad es que no nos lo saltamos porque nos dijeron que si queríamos hacer algo teníamos plena libertad. Nosotras no teníamos que decir nada, porque no hablan todos los premiados, pero desde la Fundación nos dieron la oportunidad de hacer algo de nuestra disciplina. ¡Y allí que nos lanzamos! Hicimos ese trocito de un poema de Juan Ramón Jiménez. Como María, con la alfombra tan gorda, no lo podía bailar, hizo con el mantón una cosa muy bonita, que le encantó a los reyes y a todo el mundo. Fue una pincelada, un guiño.

Pero quedó como uno de los momentos especiales de la gala.

Sí. Yo había visto que, otro año, la cantante de ópera Barbara Hendricks había interpretado un fragmento de una pieza y le propuse a María hacer algo similar. Pero porque previamente nos lo habían ofrecido. Si no a nosotras no se nos hubiera ocurrido.

El flamenco siempre se ha percibido como un arte muy puro y, por esa pureza, muy libre, fuera de lo institucional o de los circuitos más comerciales. ¿Dónde encajan premios como este?

Sirven para visibilizar, por supuesto que sí. Pienso que el flamenco tiene que estar ahí. El flamenco es una música que nos representa, que representa la cultura de España; es un arte muy significativo, muy peculiar y muy de aquí. No es de otro sitio. Tiene muchísima calidad y eso se tiene que visibilizar con este tipo de premios.


Hemos empezado por lo más reciente, el premio, pero nos gustaría echar la vista para entender a la persona y a la artista desde sus orígenes. Decía Antonio Machado en su poema El tren que para todo viaje iba ligero de equipaje. El mundo ferroviario ha estado presente en su vida desde que nació por la profesión de su padre. No sé si de pequeña, cuando veía pasar esos vagones y cantaba en casa pensaba cuán lejos la llevarían los trenes que iba a coger en la vida.

Cuando yo veía pasar los trenes era muy niña. Me fui de Jaén con 12 años. Pero tengo recuerdos muy bonitos. Era una estación muy pequeña, una pedanía de Linares. Las locomotoras que pasaban eran de carbón, porque yo soy muy mayor ya [risas], y allí se hacía el cambio de máquinas, con lo cual paraban muchos trenes y había una cantina. ¡Era una estación que tenía mucha vida! Todas las familias de esa pedanía eran ferroviarios. Yo veía los trenes: «Este va a Córdoba, este va a Sevilla…». E imaginaba historias. Pero en ese momento no pensaba en ser artista. Era una niña que cantaba con mi padre, porque mi padre tocaba la guitarra y era muy aficionado al flamenco. Para mí era una diversión. Cuando ya empecé a plantearme ser artista fue cuando nos fuimos, primero a Ávila, porque trasladaron a mi padre allí, y luego a Madrid. Estando en Ávila gané un concurso en Radio Madrid. Me vine en el tren con mi padre y gané un premio de flamenco con 14 años. Él siempre me alimentó esa afición muy suavemente. A él le gustaba muchísimo el flamenco y a mí me hacía ilusión cantar porque él estaba muy contento y siempre venía conmigo.

¿Madrid supuso un punto de inflexión?

Cuando me vine a vivir a Madrid ya entré en contacto con el mundo del flamenco de verdad. Aquí estaban los mejores y ya empezó mi carrera de otra manera. Comenzaron los viajes. Mi primer contrato fuera de España fue en Francia, en Biarritz, y luego en Italia. Después me fui a Estados Unidos con una gira que era cantando para el baile. Como sabéis, para nosotros esa es una faceta importante. Antes de ser solista estuve diez años cantando para el baile. Pienso que es algo necesario y que a mí me ha servido para viajar, para conocer mundo. Luego ya he viajado cantando sola. Pero me lo he pasado muy bien con una compañía de danza. Imagina eso con 20 años.

Una aventura y un continuo descubrir.

En Estados Unidos me he recorrido la América profunda en un autobús, que es como se hacían las giras del baile. Esto fue en el 73, o sea que fíjate. Pero esa es la carrera de un artista: viajar, subirte al escenario… Y ahí es donde se aprende el oficio. Esto es una profesión.

Soy de las pocas que sigue yendo a ver actuar a otros compañeros. En esta etapa de mi vida no es ya por aprender sino por el propio placer. Siento el flamenco muy dentro de mí y lo necesito.

Pienso en esos lugares de la infancia que recreaba. Muchas grandes figuras del flamenco han surgido de epicentros del arte como Triana, San Fernando… Pero su caso nos lleva a esa pequeña pedanía donde todos eran ferroviarios y la mayoría, creo, familia.

Absolutamente. Allí vivían dos hermanos de mi padre que estaban casados con dos hermanas, con lo cual en mi calle éramos todos primos. Luego vivía allí también una hermana de mi madre y otro tío mío. O sea, media pedanía éramos Pacheco y Rodríguez.

Y en ese micro mundo se da el caldo de cultivo para que emerja su arte.

Sí, se daban las condiciones. Cuando era niña las canciones que yo cantaba con mi padre eran cosas que escuchaba en la radio. Me gustaba mucho Enrique Montoya, Marifé de Triana, Valderrama… Luego a muchos pude escucharlos ya personalmente aquí en Madrid y a través de discos.

Con el tocadiscos familiar.

Sí, el tocadiscos famoso que le tocó a mi madre en un concurso de la radio [risas]. Bueno, estaba predestinada. Todavía lo tengo con una maletita. El otro día, mi hija lo vio y dijo: «Mamá, ¿esto qué es?». Digo: «El Iberofón». ¡He aprendido tanto con ese tocadiscos escuchando las antologías! Yo creo que ahí Dios hizo un poquito un milagro, porque mi padre no me podía comprar un tocadiscos. Mi madre todas las semanas escribía a un concurso de radio. Estamos todavía en Ávila y nos tocó el tocadiscos. Imagínate en un saco así de cartas [gesticula] y salió la nuestra. Recuerdo que el locutor dijo: «Me alegro que le haya tocado a esta señora porque ha mandado un sobre pequeñito y no ha querido jugar con ventaja». Claro, todo el mundo, con mucha picardía, mandaba sobres más grandes para decir la respuesta. Pero mi madre lo que tenía era uno pequeñito, de esos de tarjetita de visita. Y ese fue el que mandó ese día.

La radio ha estado siempre muy presente en tu vida.

 Era la ventana que teníamos al mundo. Luego llegó la televisión y cambió todo. Pero la radio fue algo muy importante para mí y lo sigue siendo. A mí me encanta la radio, porque te permite estar activa, haciendo cosas mientras la escuchas. Es una compañía increíble.

La música, en general, es transmisión de sentimiento. Pero en el caso del flamenco la conexión con la vida, con sus penas o alegrías, es mucho más visceral. El flamenco no engaña. ¿Cómo se hace para dotar de la esencia propia lo que ha compuesto o ya ha cantado otro? Imagino un esfuerzo físico y mental intenso.

Claro. Decía Pepe el de la Matrona: «El flamenco es la emoción de la tristeza y la emoción de la alegría». Esas dos cosas, porque hay veces que te dicen: «Es que el flamenco es muy triste». Bueno, algunas cosas. Algunas letras son tristes y otras, no; y algunos cantes lo son y otros, no. Está todo el cante festero, los tangos, las alegrías, las bulerías, las sevillanas, que para mí es flamenco también, y muchos más. Y luego hay otros cantes más tristes, porque en la vida ahí hay tristeza y hay alegría y se canta a todo: al amor de pareja, al amor de madre, al amor de hermana, a la vida, a la naturaleza, a las flores, a la cárcel… ¡A todos los sentimientos! ¡A todo lo que te emociona! Y la emoción también es alegría. Hay cosas muy alegres que te emocionan muchísimo.
Por eso lo definió muy bien Pepe con eso de la emoción de la tristeza y la emoción de la alegría.

Lo más normal es dedicarse a unos palos concretos. Pero usted los ha tocado casi todos.

Bueno, yo creo que alguno no habré tocado. Por ejemplo, dentro de la soleá hay muchísimos estilos y no creo que conozca todos. Pero sí, tengo un buen repertorio. Me he preocupado de ello porque no quiero perderme cosas. Cuanto más sepas de tu arte y de lo que tú vives, de tu profesión, mejor. No es solo conocer los cantes sino saber un poco de dónde vienen, quién los cantaba. Es difícil, pero lo importante es transmitir. Enlazo con la pregunta anterior. Tienes que conocerlos y luego hacerlos tuyos, para poder transmitir cuando cantas en un escenario lo que sientes y que las personas que te están viendo lo capten. Conseguir eso y que se emocionen es para mí la finalidad de un artista.

Precisamente porque cada artista lo hace suyo me surge la duda de si existe la medida de la perfección en el flamenco. Cuando alguien lo hace mal aunque uno no sea experto puede notarlo pero…

[Interrumpe] Se nota. Y es que, además, el flamenco mal hecho es… ¡Ayyyy! En otras músicas a lo mejor lo haces mal y bueno. Pero como el flamenco se haga mal es horroroso [risas].

Pero, en sentido contrario, cuando se hace bien, ¿cómo se mide? Cada artista tiene un sello particular y quien quiera imitar a Carmen Linares no lo va a conseguir porque solo hay una.

Bueno, casi todos cuando empezamos, siendo jóvenes, imitamos siempre a alguien. Pero claro, lo lógico es evolucionar y encontrar tu voz para ser tú. Una imitación te sirve para aprender pero luego ya tienes que llevarlo a tu terreno y hacerlo con el instrumento que tú tengas. Es importante desarrollar tu propia personalidad. Eso es lo que más se valora en el arte, que seas único.

En estos últimos tiempos se habla mucho de preservar el arte por los ataques en museos a piezas de incalculable valor. Si tuviera que crear una especie de arca de Noé para poner a salvo a los mejores artistas flamencos, ¿a quién metería de cabeza?

¡Uy! Es que son muchos. Ten en cuenta que no es solo el cante. Es el baile, la guitarra… Si me pongo a dar nombres no acabamos. Cada uno ha aportado lo suyo hasta llegar a lo que tenemos hoy. Para hacer mi carrera artística, antes de que yo existiera, ya hubo otra gente que hizo mucho. Aunque el flamenco es un arte relativamente joven, ha habido grandes maestros y muchísimas personas que sin serlo han ofrecido su estilo personal, por ejemplo con una forma especial de bailar un fandango o de tocar la guitarra. Y eso yo también lo considero y lo valoro. Por eso te podría decir nombres pero se me iban a quedar en el tintero muchos.

Tendríamos que hacer diez arcas entonces.

Sí. Pero vamos, de los antiguos todos: Chacón, Manuel Torre, La Niña de los Peines, Vallejo, Marchena, Pepe de la Matrona, Barea, Rafael Romero, Antonio Mairena…. Y ya si seguimos Fosforito, Camarón, Morente, Paco de Lucía, Manolo Sanlúcar. O sea, no hay arca para tantos. Y ahora hay gente joven maravillosa.

Ha hablado antes de la importancia no solo de entender el arte sino también de comprenderlo. Saber interpretar un cante pero conocer también de dónde viene.

Conocer la tradición y la historia del flamenco es importantísimo.

Para poder innovar, y usted lo ha hecho en cierta medida, hay que beber de las fuentes.

Creo que no hay otra fórmula para evolucionar. Y no solo en el flamenco. Picasso sabía dibujar perfectamente y conocía la pintura de épocas anteriores. Aquí es lo mismo. Tienes que conocer las raíces del flamenco para luego poder volar. «Raíces y alas, pero que las alas arraiguen y las raíces vuelen», decía Juan Ramón Jiménez. Así titulé uno de mis discos que le dediqué, Raíces y alas.

La primera vez que escuché a Miguel Hernández cantado por un flamenco fue con Enrique Morente. Él me hizo ver que los poetas se podían cantar así. Fue un precursor.

¿Hay edad para el flamenco?

Para aficionarse a él no no. A lo mejor no has tenido ocasión de conocerlo antes pero, de repente, te lo encuentras en tu vida y sucede. Y a partir de ahí, cuanto más conozcas el flamenco más te va a gustar, porque es algo que te llega al corazón. Para dedicarte como profesional es otra historia. Cuanto antes empieces mejor. Muchos guitarristas comienzan desde niños, aprendiendo a colocar los dedos para alcanzar luego esa maestría. Pasa lo mismo cuando un bailaor ha ido adquiriendo la técnica desde pequeño. Eso se nota. Porque, al final, lo llevas tan dentro que te olvidas… Sale solo. Paco de Lucía, que empezó con seis o siete años a tocar, no tenía que pensar en nada, simplemente brotaba. En el cante es igual. Si empiezas a trabajar la voz de mayor te costará más trabajo alcanzar un buen nivel, aunque depende de cada persona, claro. Hay gente que ha empezado más tarde y ha echado muchas horas… Pero es un arte muy difícil que requiere su tiempo. Ahora va todo muy deprisa.

¿Hoy se fuerzan todos los plazos y se quema antes la carrera de un artista?

Ahora quieren que, de repente, una persona con 20 años ya sea figura y con 25 pegue un pelotazo. Eso es muy difícil. Un pelotazo se puede pegar haciendo otro tipo de música y con muchas campañas de marketing detrás. Pero hacer un profesional conocedor de este arte y que alcance la categoría de maestro requiere de otros tiempos y otras dinámicas.

La gente ahora tiene más medios.

Pero también más presión por esta aceleración de tiempos. Sí es cierto que ahora hay más posibilidades de aprender con Spotify y tantas plataformas que te ponen al alcance de las manos acceder a todo lo que quieras. Aprietas un botón y ahí está. Yo, al principio, cuando viajaba en las giras tenía que llevar en una maleta la ropa y en otra el tocadiscos con los vinilos, porque necesitaba escucharlos todos los días. Ahora solo tienes que sacar el teléfono. Pero bueno, también tenía su encanto. Y te exigía un esfuerzo, tanto para escuchar música en los discos como para moverte e ir a ver cómo se cantaba en directo y aprender también, y mucho, de ese contacto en vivo. Creo que, precisamente porque no teníamos esa facilidad para escucharnos unos a otros, había más relación entre los artistas y te apetecía ir a ver a alguien a un teatro, a un tablao o donde actuara.

¿Y sigue haciéndolo hoy en día?

Por supuesto. Muchos me dicen que soy la única artista que va a verlos. Pero es que no puedo perderme nada de lo que me gusta. Miro la programación y veo que actúa Eva la Yerbabuena. Pues sí estoy voy a verla, claro; porque quiero saber lo nuevo que ha hecho. En esta etapa de mi vida no es ya por aprender sino por el propio placer. Siento el flamenco muy dentro de mí y lo necesito. Cuando canto y veo que consigo transmitir y vaciarme soy muy feliz. Te quedas como si hubieras hecho una sesión de terapia. Pero, al margen de eso, necesito ver a otros artistas y disfruto muchísimo.

Ha mencionado ya antes a Juan Ramón Jiménez. La relación entre flamenco y poesía ha sido siempre un viaje de ida y vuelta muy prolijo. Usted es cómplice también de que, en algunos casos casi un siglo después, la voz de poetas claves en nuestra historia siga muy viva.

En España hay poetas maravillosos. Lorca ha estado siempre muy presente en mi vida a través de canciones que escuchaba de niña y cantaba con mi madre, como La tarara o Los peregrinitos. Pero no sabía lo importante que era. Cuando luego escuché ese disco de las canciones tocadas al piano por él y cantadas por La Argentinita me impactó muchísimo. Siendo ya profesional, la primera vez que escuché a Miguel Hernández cantado por un flamenco fue con Enrique Morente. Él me hizo ver que los poetas se podían cantar así. Fue un precursor. Hizo la Elegía a Ramón Sijé, La nana de la cebolla, El niño yuntero… Y me abrió los ojos a otro mundo. Una cosa es cantar las canciones que Lorca recogió del pueblo y armonizó al piano y otra que tú le pongas música a un poema de Lorca u otro autor.

¿Cómo es ese proceso?

Muy emocionante. El último disco que he grabado ha sido homenaje a Miguel Hernández y he puesto mucho de mí. No es algo fácil. En el caso de Juan Ramón Jiménez, ese disco me lo compuso Juan Carlos Romero. Muchos de los versos de Juan Ramón no tenían la métrica para encajar en un estilo de cante. Y los dos nos pusimos al servicio de la poesía. La intención no era que encajaran por narices. Hay veces que hay que hacer una música especial y esta era una de ellas. Por eso fluye todo, porque está bien hecho, con un sentido musical.

Arte que alimenta al arte.

Es como magia. Logramos que el poema tenga el carácter del cante. Hay veces que viene casi dado y otras que hay que encontrarlo. Cada caso es distinto. Lees un poema y piensas: «Esto son unas alegrías, esto es una toná…». Por ejemplo, para Con tu voz, que fue lo que canté en los Premios Princesa de Asturias, el carácter del poema y la métrica pedía una toná. Pero cuando ves que una métrica no encaja de manera natural en una soleá o en otro estilo tienes que iniciar esa búsqueda hasta dar con la solución. Y yo tuve la suerte de que Juan Carlos Romero me hiciera esa música que es una maravilla.

Y a la fórmula de verso y música se le acaba por sumar la voz.

Es el toque final. En el caso de Miguel Hernández, Luis Pastor tenía ya poemas musicalizados y me los dio para que hiciera con ellos lo que quisiera. Yo lo llevé a mi forma. Yo tengo una voz y él otra, pero la matriz me la ha dado él y estaba muy contento. Cuando lo estrenamos cantamos juntos. El pianista Pablo Suárez me ha hecho también dos temas del disco y el resto ya lo he adaptado yo.

Me parecería estupendo que se enseñara flamenco en los colegios. Es necesario que se promueva la música, pero también la cultura popular. Y el flamenco lo es.

Flamenco y poesía comparten esa capacidad de conectar con lo más hondo.

El flamenco es en sí ya poesía popular. En una estrofa se puede contar una vida. Y eso es insuperable. Ahora bien, un poema de autor suma y le da categoría al flamenco. Y aquí, de poetas maravillosos vamos sobrados. A veces pienso: «Qué diría Juan Ramón Jiménez si escuchara esto». Una sobrina suya me dijo: «A Juan Ramón le gustaría muchísimo tu disco». Y eso me dejó sin palabras.

Parece un ejercicio complicado. No deja de ser un intento de hacer tuya la vivencia de otro.

Pero es que en muchos casos son vivencias universales, que todos hemos compartido. Por ejemplo, yo hice sus Remembranzas en unos cantes por alegrías. Ahí, él recuerda cómo cuando era niño su pueblo le parecía un mundo mágico; y veía las casas como palacios y catedrales los templos. Con el tiempo, he vuelto a la pedanía y he dicho: «¿Pero por esta ventanita me asomaba yo?». Era un ventanuco minúsculo, pero yo sacaba la cabeza como si fuera un ventanal. ¡Madre mía! ¡Qué chiquitito era todo en realidad!

La nueva ley del flamenco que se promueve desde el parlamento andaluz contempla una aproximación a este arte desde la etapa escolar.

Me parecería estupendo que se enseñara flamenco en los colegios. Es necesario que se promueva la música, pero también la cultura popular. Y el flamenco lo es. Sería un gran acierto inculcar aunque fueran una nociones básicas y luego ya que los niños elijan si quieren continuar. Pero al menos que lo conozcan y que lo respeten. Sería un acierto.


Parece que la ley abordará también aspectos como el de la jubilación. Esta es una profesión en la que, desgraciadamente, no existe la estabilidad laboral. 

Cada carrera es distinta. Pero hay casos muy tristes de gente que nunca cotizó a la Seguridad Social y ha acabado sus días muy mal. Muchas veces el flamenco ha ido por otro lado. Bien por ignorancia, porque hace 40 años las cosas eran muy distintas, o por necesidad en ese momento, hubo quien cobró sus actuaciones en B y lo que hizo fue caer en una trampa. Eso luego se volvió contra ellos. Cuántas veces he ido a homenajes a artistas que se han quedado sin nada y no tenían ni para comer. Nos hemos juntado los de siempre y con lo recaudado a lo mejor le ha dado para poner un puestecillo. En el mundo del flamenco somos una familia y somos muy solidarios.

Ese es uno de los lados menos idílicos de una profesión cargada de renuncias y de sacrificios.

Muchos, por ejemplo, no pueden permitirse coger una baja laboral aunque estén mal. Yo misma, cuando presentamos La Parrala en Huelva, después de haber estado dando mucha tralla en los ensayos, me quedé sin voz el día del estreno. Fui al médico y me puso una inyección para poder actuar aquella noche. Eso no te cura, te quita la inflamación en el momento y ya está. En mi vida me habré puesto dos o tres veces Urbason, algo que no es bueno pero claro, sirve para una emergencia. Es mejor bajar los tonos; pero a veces ni así se llega. En mi caso no tenía que cantar ya al día siguiente, pero cuántos tienen que volver a subir al escenario aun estando mal.

En algunos momentos ha sido muy difícil ser mujer y poder dedicarte al flamenco. Yo he tenido mucha suerte. En la época en la que empezaba muchas no cantaban porque sus padres, hermanos o novios no querían que fueran artistas.

Hablemos de las peñas flamencas.

Mi marido fundó en Ávila una con un médico: la Peña Don Antonio Chacón. Creó mucha afición en la ciudad y organizaban encuentros y jornadas de flamenco.

¿Siguen teniendo hoy la misma vigencia que en esa época?

Ahora hay menos y con la pandemia han cerrado muchas. Pero las peñas han tenido mucha importancia. En mi época eran el lugar de trabajo de los fines de semana durante el invierno. En verano estaban los festivales de Andalucía, pero en invierno los artistas sobrevivían en las peñas. Cantaban casi siempre viernes, sábado y domingo. Yo he cantado muchísimo en Granada. Allí hay muchas peñas y buena afición. Han hecho una labor bonita. Es una pena que muchas se hayan perdido igual que otros tantos festivales han desaparecido.

Los tablaos están también de capa caída.

Su época dorada fue aquí, en Madrid, cuando yo trabajaba en Chinitas. Allí estaban los mejores artistas

¿Quizá, en algún momento, se instrumentalizaron demasiado para enfocarse en el turista?

En ese momento de apogeo podían contratar a artistas de primera línea. Cuando yo cantaba en el cuadro flamenco de Torre Bermejas estaba de figura Camarón o La Perla de Cádiz. Luego, en Chinita estaba Morente. Nosotros hacíamos un cuadro de atracción y él cantaba solo. Y en Zambra, Rafael Romero. Como te digo, había dinero para contratar a primeras figuras. Pero luego ya vino una crisis fuerte y empezó a cantarse más en teatros. Los tablaos quedaron más para el turista.

¿Y ahora?

Ahora hay menos figuras pero en algunos también hay buenos profesionales. Alguna vez he ido, por ejemplo, al Corral de la Morería. Allí tienen una buena programación y se cena muy bien. Pero son los menos. La mayoría se ha orientado más hacia el turista.

Decía Enrique Morente que las mujeres saben más de flamenco porque tienen mejor oído que los hombres y carecen de prejuicios.

[Risas] ¡Qué gracia! Es que Enrique era tan inteligente.

Y sin embargo han sido las grandes olvidadas. Por ejemplo, apenas hay memoria de las mujeres guitarristas y tocaoras hubo muchas y buenas.

La tía Marina Habichuela, la Antequerana… No hay memoria. Es verdad que en algunas fotos y libros que yo he visto casi todas las mujeres sacaban guitarra, cantaban y se acompañaban ellas. Lo que pasa es que constancia sonora apenas hay. En algunos momentos ha sido muy difícil ser mujer y poder dedicarte al flamenco. Ahora la cosa está mejor y yo he tenido mucha suerte. En la época en la que empezaba muchas mujeres no cantaban porque en su casa sus padres no querían que fueran artistas y menos de flamenco. El mundo del flamenco era como el Coco.

No fue el caso de su padre.

Mi padre era todo lo contrario. A mi padre le encantaba. Me decía: «Si a ti te ha dado Dios ese don no lo puedes guardar». Y me llevaba a ver a los artistas y a participar en los concursos. A él le gustaba tanto el flamenco que veía como un privilegio el que yo cantara. Fíjate la diferencia. Y hay mujeres que cantaban bonito y en su casa, o bien su padre o un hermano, porque siempre era un hombre, se oponían. Y luego no te quiero decir ya nada de los novios.

Aunque todavía hay territorios por conquistar, afortunadamente estas circunstancias se ven más como algo del pasado.

Ahora una niña de 17 o 18 años dice que quiere cantar y se echa pa’ lante. También habrá oposición, pero mucho menos. Me ha hecho gracia lo que has dicho que dijo Morente, que tenemos menos prejuicios.

¿Lo confirma?

Yo creo que es verdad que la forma de cantar de una mujer es más abierta. El hombre siempre ha tenido que hacer el cante muy machote. Y las mujeres no. Al decirme eso me has dado qué pensar… Somos más lloronas y si tenemos que expresar dolor lo expresamos. El hombre es más retraído en ese sentido. A lo mejor se refiere a eso, a que tenemos más libertad a la hora de cantar,  llorar o reír. Puede ser eso [lo que quiso decir]. Es un descubrimiento que hemos hecho hoy.

Tiene todo el sentido. El hombre siempre ha sido menos afín a mostrar sus sentimientos.

Como más retraído, ¿verdad? Y a la hora de cantar y a la hora de bailar, pues también. El hombre ha sido siempre más serio y la mujer más barroca.
Somos más expresivas en ese sentido y tenemos otra forma de cantar.

Hacer un profesional conocedor de este arte y que alcance la categoría de maestro requiere de otros tiempos y otras dinámicas distintas a las que marca hoy la industria.

¿En qué nuevos trenes anda subiendo? ¿Cuáles son los planes de presente y de futuro de Carmen Linares?

Pues mira, ahora ha salido una edición especial en vinilo con una selección de la Antología de la mujer en el cante. Lamentablemente no está toda porque hubieran tenido que ser tres y la casa de discos no lo vio. Yo creo que si alguien se lo compra con un formato tan especial es por coleccionismo y es para tenerla entera. Pero claro, era o eso o nada.

Por eso muchos optan por la autoproducción.

Los tres últimos discos los hemos hecho nosotros con nuestro sello, con lo cual hacemos lo que nos da la gana. Elegimos las portadas que nos gustan y ponemos el dinero que haya que poner, porque tenemos claro que cuanta más producción haya, mejor será el disco. La antología está muy bien editada y se hizo con muchos medios pero no tenemos los derechos. Afortunadamente tengo los recursos para poder producir mis propios discos en un buen estudio, con mi sello. Eso me ha permitido sacar el vinilo en homenaje a Miguel Hernández o el disco-libro de Juan Ramón Jiménez como yo quería. Las casas de discos son muy importantes pero este tipo de trabajos, que son como pequeñas joyas, no siempre tiene cabida ahí.

¡Cuánto han cambiado las cosas en este mercado!

¡Mucho! Antes grabábamos el disco entero y luego se iban sacando singles. Ahora es al revés. Está todo más orientado al consumo. Y lo de las redes sociales es otra muestra. Vivimos en un tiempo de usar y tirar. ¡Pero es lo que nos toca! Yo tengo Instagram porque hay que estar en el mundo, pero no sé ni cómo funciona. Me ayudan a manejarlo. A veces mi hijo me graba un vídeo y luego ellos lo cuelgan. Todo lo más que manejo en ese sentido es el WhatsApp y basta. ¿Para qué quiero más?

Para nada. Jamás se oyó hablar de likes en un cante. */

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