Alejandro Simón Partal: «A veces ensuciamos la poesía de tanto intentar definirla»

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Una tarde de otoño, un forzado entorno lírico (patente en el hilo musical y en las paredes) y un poeta que desborda honestidad. Alejandro Simón Partal (Estepona, 1983) se bebe la vida a relámpagos, con fuerza, porque no quiere pasar por ella de puntillas. Ha decidido no ser solo poeta sino vivir como tal, trascendiendo al oficio como vía para alcanzar la plenitud. La timidez de su mirada contrasta con la radicalidad de sus obras, en las que se desnuda sin pudor porque nada tiene que esconder. En nuestro diálogo su rostro transita de la sonrisa de quien cree en la bondad a la dureza del que encaja un presente mejorable. Pero siempre aflora la esperanza. Porque si aceptamos que hay futuro, no puede ser sino mejor.

Fotografía: Enrique Domínguez Nájera


Alguna vez te he escuchado decir que para ti la poesía no es un género literario sino más bien una forma de ver el mundo. Antonio Gala veía la actitud poética como un procurar estar ante las cosas con una posición de aprendizaje, de pregunta, de perplejidad…

Pues sí, comparto esa idea. Al principio la poesía para mí era intentar escribir los mejores poemas posibles. El poeta Sánchez Rosillo dice una cosa que me gusta mucho: «No tengo teorías, tengo poemas». A veces, de tanto hablar intentando definir la poesía, la ensuciamos. La poesía es como el amor, o existe o no existe, o es buena o es indiferente. Intentar abordar qué sentido tiene la poesía es como cuando hablamos de una persona de la que estamos enamorados. Casi siempre, las palabras lo que hacen es limitar el deseo, lo que podemos sentir. Pero comparto y sigo pensando que es, como tú decías, una forma de estar en el mundo, de vivir, de relacionarnos con los demás.

Vivir como un poeta.

Me gustaría seguir viviendo como poeta aunque no escriba más poesía. Antes estaba obsesionado con los poemas. Ahora estoy obsesionado con la vida más que con escribir. Para mí escribir es una parte muy pequeña de mi vida. Hay escritores que defienden que no podrían hacer nada si no escribieran. Yo podría vivir perfectamente sin escribir. Pero, aunque no escriba muchos más poemas, porque no creo que lo haga, sí que me gustaría seguir viviendo como poeta, porque es una forma de vivir éticamente y de considerar a los demás.

En ese sentido, decía Pere Gimferrer que quien de verdad es poeta no deja nunca de serlo.

Sí, es para toda la vida, pero hay que trabajarlo también. No puedes aceptar simplemente que eres poeta y ya está. La poesía no tiene tanto que ver con el poema como con una forma de estar en el mundo; y esa forma hay que trabajarla, como la inocencia y como muchas otras cosas. No es concebible decir que eres poeta y, por ejemplo, no tener empatía, no estar atento al acontecimiento, a quien sufre… No digo que la poesía tenga que ser ética, ni mucho menos, pero sí que se es poeta para toda la vida si se tiene un compromiso social, humano, con la palabra hecha vida.

La poesía es como el amor, o existe o no existe, o es buena o es indiferente.

Tú comenzaste a dar salida a tus inquietudes en forma de poemas pero el lenguaje en tus escritos de otros géneros, como la novela o el ensayo, desprenden también poesía.

Hay muchas personas que han leído La parcela y lo han visto así. Curiosamente, yo intentaba el efecto contrario, esconder toda la parte de poesía, porque no me gustan mucho las novelas de prosa poética. No es un género que me interese. Me gusta la literatura cruda, sin demasiadas filigranas, sin dobles vueltas, saltos mortales y metáforas y metáforas. Porque, al final, como decía alguien, varias metáforas juntas son una avería. Quería que fuese una novela breve, muy concreta y que se leyese de una forma agradable, amable, ancha. Y es en esa anchura donde aborde varios caminos. El escribirla de una forma muy cuidada es quizá lo que tiene que ver con la poesía. Hay también algunas imágenes que creo que sí que tienen una fuerza poética. Pero intentaba que no fuera la novela de un poeta. Porque los poetas que escriben novela siempre están como pidiendo perdón por ello. Parece que la poesía es una especie de condena para no poder salir de ahí. A mí me gusta el teatro, me gusta escribir ensayos, me gusta hacer performances, conciertos o recitales con amigos músicos… Es decir, no quiero vivir toda la vida anclado en la faceta de poeta que, al final, lo que hace es aprisionarme.

Cansados de las complejidades del mundo y, a la vez, del bombardeo de mensajes sin sustancia, tu forma serena de ver la vida y celebrar lo cotidiano, lo sencillo, que no tiene que ver con lo simple, le reconcilia a uno consigo mismo y con lo que nos rodea.

Muchas veces estamos obsesionados con romper los límites del más allá, con trascender. Nos puede la ambición. Pasa también al escribir novelas. Vemos historias con muchas tramas, muchos personajes… Mi obsesión, sin embargo, viene con cuidar el más acá. Como lector, me gusta leer historias que sean complejas pero no necesariamente enrevesadas. Esta novela [La parcela] está planteada así. Es una historia sencilla, entre un profesor y un refugiado que se encuentran. Quería que quedase todo lo más diáfano y concreto posible.

No quiero vivir toda la vida anclado en la faceta de poeta y que me presione.

En tus obras, no sé si de forma intencionada, das respuesta o encarnas muchas inquietudes y circunstancias que otros individuos hemos podido vivir o sentir en un momento dado. En estas páginas desnudas tu yo más íntimo pero, a ratos, y no sé si eres consciente de ello, esa intimidad se constituye en una categoría universal.

Cuando veo a alguien leyendo estos poemas, algunos inéditos, me ruborizo y pienso: «¿Cómo lo he podido hacer?». Uno, cuando escribe, desaparece. Escuchas tu voz interior y lo que haces es traducirla. Yo lo veo así, de verdad. Lo contrario sería vivir deshonestamente. Soy muy exhibicionista quizá a la hora de escribir y, a la vez, muy reservado en mi entorno más íntimo. Son realidades que, en principio, pueden chocar: mi parte de escritor y mi vida reservada. No se trata simplemente de esconderse. Al final, los libros son una manifestación de ti mismo. Reinaldo Arenas decía que eran una forma de vivir, de pasar la vida manifestándose. Y es así. Lo que quiero decir está en los libros. Parto de imágenes, de situaciones que he vivido y que me arrastran y me empujan a la hora de traducirlas al poema. No necesariamente todo es autobiográfico. Hay historias que son ficción, porque la poesía es ficción. Pero también es autobiográfico. La ficción es autobiográfica y lo autobiográfico tiene parte de ficción. Todo está entrelazado de alguna manera.

A través de las letras tienes el poder de poner en negro sobre blanco su historia. A veces puede doler. A veces puede sanar.

Sí, pueden ser las dos cosas. Escribir la novela, por ejemplo, me sirvió de alivio para cerrar heridas, para poner nombre a lo que para mí no tenía nombre; y me ayudó a aprender a llevar el duelo de la enfermedad y después la muerte de mi padre. Pero sucede no solo con la historia propia. Al final la vida de uno no deja de ser como la del común de los mortales, con sus alegrías, sus penas, sus divorcios, sus muertes… Yo me alimento también de lo que le rodea a los amigos. Muchas veces me lo apropio para no comprometer a otra persona. Pero siempre confío y creo en que la literatura tiene una virtud sanadora, tanto para el que escribe como para quien la lee. Muchas veces puede ser dolorosa y sanadora al mismo tiempo, dependiendo de quién lo reciba y de quién lo escriba. La persona que vaya a leer mis poemas puede experimentar algo totalmente distinto a lo que yo he sentido a la hora de escribirlos. Al final, la literatura vale para entenderse uno mismo y también para que el lector pueda llegar a entenderse de una manera inesperada.

¿Ese proceso de autocomprensión surge ante algo que lo desencadena?

Para mí sí. Escribir ha nacido siempre de un fulgor interno, de un ímpetu o de un dolor. Pero, ojo, me gusta el tema de dolor pero no me gusta la victimización. Creo que tendemos a victimizarnos y la literatura también tiene que aprender a ver todo con una cierta distancia.

En tus textos fluye la naturaleza. El agua de tus versos refresca, el sol quema y enciende las pasiones. No voy a robarle a Alberti la pregunta de qué cantan los poetas andaluces de ahora, pero entiendo que tu tierra y tu gente han labrado el ser que ahora eres.

Sorprendentemente sí, porque de adolescente estaba todo el tiempo queriendo huir de mi tierra. Para mí era un espacio de conflicto. Después, con el tiempo, me he reconciliado. De hecho, he aceptado vivir allí. Vivo casi todo el año en Estepona, un lugar que ha experimentado una gran transformación. Es una ciudad muy amable, la recomiendo con ahínco. Y sí, el mar también ha sido muy importante. Desde Málaga, en la parte de Estepona, se ve perfectamente cómo acaba Europa y dónde empieza África. Lo decía un verso de Manuel Alcántara: «En esta orilla se acaba España. ¡Qué bien termina!». De pequeño yo no era muy playero pero, desde siempre, la visión de África para mí fue lo exótico, lo inesperado, lo desconocido. Secretamente, sin darme cuenta, esa imagen me ha acompañado y me ha llevado a trabajar mucho la imaginación.  Andalucía está llena de lugares para la intimidad del día a día: las señoras de mi calle que salen a la puerta a tomar el fresco; la sierra… Todos esos espacios me han ido conformando como persona y siento ahí mis raíces, aunque no sea una persona que defienda el territorio, como sí hacen otros compañeros que han desarrollado quizá un compromiso mucho más hondo en ese sentido. Pero sí, me siento parte de ese espacio. No creo que el espacio necesite de mi reivindicación -soy muy poco de pegarme golpes en el pecho en ese sentido- pero sí que creo que el espacio me hace bien. Cada uno tiene unas raíces y es importante pertenecer a algún sitio, aunque sea para huir de él.

Es importante pertenecer a algún sitio, aunque sea para huir de él.

El filósofo Jose Antonio Marina diferencia entre felicidad, con minúscula, relacionada con la satisfacción de los deseos, y Felicidad, con mayúscula, como un anhelo, una utopía de la inteligencia. En algunos versos revelas: «Si te digo que fui feliz puede que no sea cierto. Quizá no haya sido feliz pero sé que este es mi tiempo».

La felicidad tiene muy mala prensa ahora. Es raro, evidentemente, hablar de felicidad cuando estamos en esta situación de guerra y masacre. Parece frívolo, pero es todo lo contrario. La felicidad es una decisión, decía un poeta; una forma de estar, de compromiso con la vida. No hablo de simplemente lo happy, sino de una felicidad basada más bien en la serenidad, en el agradecimiento, en salir y reconocer que muchas veces, casi siempre, tenemos mucho más de lo que merecemos. Me gusta la felicidad por la vía negativa, la felicidad que no es tan festiva, que no es la del frenesí, pero sí la que evita los males y sufrimientos innecesarios. Casi todo lo que nos atormenta, en el fondo, son problemas menores. Cuando llega un gran problema nos damos cuenta de qué bien estábamos. La felicidad también tiene que ver con la renuncia, con dar un paso atrás. Como te decía antes, en esta época desaforada en la que todos tenemos que hacer cosas importantes y trascender, y ser poetas, y montar una empresa… Ser feliz también pasa por aceptar y renunciar. La decisión de volverme en su momento a vivir a Estepona y dejar Madrid fue, aparentemente, un suicidio, dar un paso atrás.  Pero se trataba de vivir la vida de otra manera, sin tener que demostrar nada a nadie.

La felicidad también se construye a base de decisiones.

Me preocupa ver cómo estamos creando una sociedad cada vez más competitiva. Supuestamente es un camino para una felicidad pero creo que está claro y hay casi consenso en que no es así, esto no funciona. Creo en la felicidad. Creo que es una decisión que hay que tomar y hay que trabajarla. Entiendo todo lo que supone la no felicidad, pero lo digo en ese contexto que te comentaba, el de la vía negativa. Evitar los males innecesarios y los sufrimientos. Intentar hacer el bien, no hacer daño y acompañar tanto a los que se alegran como a los que sufren.

En un momento de tu vida decides retar al folio en blanco. ¿Cuándo detectaste la necesidad de escribir?

Yo realmente fui un poeta tardío. Algunos compañeros míos empezaron a publicar a los 18 o 19 años. Yo lo hice con 26. Leía poesía pero no conocía nada del mundo editorial ni de los premios. Estando en Sevilla, en la Feria del Libro le pedí la tarjeta al editor de Renacimiento, una editorial que publicaba -y publica- autores que me gustan mucho. Les envié mi texto y… Aquella fue mi primera vez. Ni me presenté a premios ni nada de eso. Echo de menos ese tiempo de escribir como si no fuera a ser publicado, como si no hubiese nada después, como si no esperase nada. Eso ahora ya, en mi caso, es difícil. Pero me parece que los poetas más jóvenes están demasiado pendientes de estas dinámicas, de los premios, de buscar ir de la mano de este o aquel poeta para abrirse puertas… Me da pena, porque lo más bonito de la poesía es vivir en la poesía, no de la poesía. Que la poesía te acompañe. No hay que perderse eso por otras cosas que, en el fondo, son efímeras y no van a valer para nada. Lo único que vale, como decía al principio de nuestra conversación, son los poemas. Si los poemas son buenos, van a permanecer y andarán su camino. Si son malos, por mucho que tu padrino sea fulanito de tal o hayas ganado un premio, no va a servir de nada. Lo importante es el trabajo; el compromiso; entregarse en cuerpo y alma a la poesía; morir en la poesía; hacerlo como un ejercicio de muerte, realmente; decir «quiero hacer esto porque necesito escribir poemas» y no pensar en qué guay es este mundo en el que ahora publico y me llevan de presentaciones. Eso es una añadidura.

Echo de menos ese tiempo de escribir como si no fuera a ser publicado […]. Lo más bonito es vivir en la poesía, no de la poesía.

A la escritura llegaste por la lectura.

Sí. Me fui a Sevilla muy joven para jugar al baloncesto. Fue también una forma de huir del pueblo. A mí me gustan mucho las ciudades y el baloncesto fue el camino más rápido para llegar a una. Se me daba bien. Soy alto. Aunque, curiosamente, soy muy alto para la vida pero muy bajo para el baloncesto [risas]. En Sevilla tuve una profesora que se llamaba María Elena. Ya falleció. A ella le gustaban mucho los comentarios de texto que yo hacía y me recomendaba muchas lecturas. Con 15 y 16 años empecé a leer las biografías de algunos poetas. Me gustaba mucho ver la decadencia. A esa edad todos somos un poco malditos y el dramatismo de las biografías y los gestos de los poetas me llevaron después a sus textos. Fue primero el gesto el que me llevó al texto y no al revés. Me pasó con Cernuda. Más tarde pasaría casi todos los días por delante de la casa familiar donde nació para ir a la facultad.

¿Te sientes entonces más lector que escritor?

Para mí fue muy importante la educación de la lectura y sigue siéndolo. Realmente, la de escritor, como comenté antes, es una parte muy pequeña de mi vida. Mi novela es muy fina. La obra de teatro que escribí también. Y he hecho una antología de 40 y pocos poemas. Paso mucho más tiempo en el otro lado, el de lector, que en el de escritor. Y me gusta sentirme extraño como escritor cuando me presentan como tal. Lo soy, porque es a lo que me dedico y me tengo que definir de alguna manera, pero me sigue pareciendo una extrañeza.

Como poeta o como lector, la palabra es el motor que mueve tu vida. La gente hoy tiene miedo a la palabra. Muchas veces nos escudamos en la tecnología para no hablar. Preferimos el mensaje a la llamada y hemos cambiado la quedada para enseñarnos las fotos del verano por una exposición continua de nuestros veranos, nuestras primaveras y nuestros inviernos en las redes.

Volcamos sobre la palabra lo trascendente. Si tu hermana te tiene que decir «vente a casa, tu padre acaba de ser ingresado» no te va a mandar el emoticono de una ambulancia y unas palmitas. Te llamará y te dirá: «Javier, vente a casa». Pasa lo mismo cuando alguien te quiere comunicar que se va a casar o que tiene un cáncer. Cuando hablamos de algo que nos revienta la vida, que nos descoloca, usamos las palabras más lentamente, no hablamos con prisa. El emoticono y toda esta forma de comunicarse es una manera de no decir nada. Yo, en conversaciones del día a día, también los uso. Pero es una vía para no implicarnos emocionalmente con los demás. El uso de las imágenes, los memes y todo eso, es una forma de pasar de puntillas por la vida. La palabra, la poesía, es justo todo lo contrario, es el ejercicio de no pasar por este mundo como si fuera un carrito de la compra; es aplastar los pies en la tierra y saber dónde estamos pisando.

La poesía es todo lo contrario a pasar de puntillas, aplastar los pies en la tierra y saber dónde estamos pisando.

Palabras frente al individualismo.

Exacto. Estamos viviendo un individualismo feroz. La soledad nos está machacando. Nos estamos volviendo majaretas. Quizá deberíamos volver a compartir piso, a vivir en sociedad. Fíjate que se ha considerado como éxito social el vivir solo. Si tú vives con tres es que eres un pringao o eres muy pobre. Y, realmente, casi siempre estamos mejor acompañados que solos. Hay gente que está aburrida en su casa deseando que alguien le visite y está pagando 1.000 euros por el hecho de tener un espacio propio, por si algún día liga o viene alguien. Hay que deconstruir cosas que no nos llevan a la felicidad y que no nos están haciendo bien.

Se intuye al leerte que hay en ti un hombre profundamente espiritual.

La vuelta a la espiritualidad ha sido muy importante para mí. Aunque ahora hay poetas jóvenes que no esquivan esa posibilidad, durante muchos años se ridiculizaba cualquier gesto que tuviera que ver con la fe, con la religión; por muchos motivos, aunque creo que el principal es el utilitarismo, la rentabilidad y el consumo. La posmodernidad no dio espacio a la fe porque la fe es también renuncia. La fe necesita silencio, necesita escucha, y eso no mercadea; por eso creo que tuvo mala prensa. Y la fe, al final, no hay que defenderla. Yo no veo que tenga que imponer lo que pienso. No hay que reducirlo a esta cosa de si Dios existe o Dios no existe. Es que a mí me da igual que exista Dios porque lo importante no soy yo todo el tiempo, no es la obsesión del yo: yo creo, yo pienso, yo… No, simplemente lo importante es qué hace en mí eso en lo que yo creo. Y a mí creer me hace mejor que no creer. Ser persona creyente es una gracia que tengo y a la que no voy a renunciar por lo estrictamente palpable.

Pero no todos se abren a la trascendencia.

A mí casi todo lo que me mueve en la vida, y creo que eso lo compartiremos todos, es lo que no se puede tocar: el amor, el deseo, el sexo, la alegría, la felicidad, la angustia, la pérdida, el llanto… Lo que nos conforma en este mundo es lo que no podemos tocar. No estamos aquí para comprarnos un BMW 525. Eso nos puede producir un momento de alegría, pero nunca será el destino. Nuestro esfuerzo va siempre dirigido hacia algo que va más allá. La cuestión no es trabajar y conseguir dinero para comprar una casa o un coche, sino qué vamos a vivir en esa casa, a dónde nos va a llevar ese coche… No es algo palpable. Y creo que eso es la fe, reflexión. Wittgenstein decía que la oración es simplemente la reflexión sobre el sentido de la vida. San Juan de la Cruz decía que Dios reinará solo en los corazones humildes y desinteresados. La mejor poesía viene de los santos. San Juan o Santa Teresa son dos caminos que aún siguen alimentando a las nuevas generaciones como Angélica Liddell o Pablo Messiez en el teatro. Hay una vuelta a la fe porque necesitábamos sentirnos parte de algo. Necesitamos que nos alivien, que nos tranquilicen. Creo que la vuelta a la fe viene por ese individualismo que nos ha llevado a este estado desolador y por eso cierta literatura o cine mira a esa parte trascendental. Si no la vida se convierte en algo de Mercadona.

Ser persona creyente es una gracia que tengo y a la que no voy a renunciar por lo estrictamente palpable.

¿Cómo cultivar el asombro desde lo sencillo, en lo cotidiano, cuando parece que hace tiempo que perdimos ya la inocencia?

Es difícil, ¿no? A lo mejor la única forma de cultivar el asombro es no pensar que el asombro tiene que ver con novedad. Asombrarse no es sorprenderse. En una conversación con Fernando Savater, hace unos meses, me decía que los asombros son ya repetidos. Pero que nuestros asombros sean repetidos no significa necesariamente que sean predecibles, porque nuestra vida depende de lo inesperado. Si supiésemos lo que vamos a hacer todos los días de aquí a los próximos dos años sería para morirnos. El asombro es simplemente ese sentimiento de dependencia de lo inesperado; y lo inesperado no tiene que ser necesariamente novedoso, pero sí transitar caminos que te vayan ampliando como persona.

¿Basta entonces con rebajar las expectativas?

Hay que trabajar los asombros, sí, pero no como una misión antropológica, sino desde el estar en la escucha, en la atención; mirar, levantar la cabeza y mirar; y no pensar tanto. Paul Valéry decía: «Lo que pienso estorba lo que veo». Me parece muy interesante, porque la poesía, igual que la música, igual que otras artes, no nace del conocimiento, nace de la intuición. Hay muchísimos profesores y profesoras que dan Literatura en secundaria y son incapaces de escribir un poema. Sin embargo, a la vez, hay chicos que de repente te pueden escribir un poema buenísimo o una canción.

El asombro es dependencia de lo inesperado; y lo inesperado no tiene que ser necesariamente novedoso, pero sí transitar caminos que te vayan ampliando como persona.

En el poema ‘Días por venir’ presientes el momento donde la plaza vuelva a ofrecer comodidad y la primavera regrese a las montañas. Volvemos a hablar de regresar a lo sencillo, sin filtros. Pero frente a eso gravitan alrededor noticias desesperanzadoras que nos pintan un porvenir deshumanizado. ¿Qué esperas del futuro?

Vivimos días muy complicados, muy duros, de mucha incertidumbre, de mucho dolor. Pero creo que tenemos que entender el futuro con la fe de que va a ser necesariamente bueno; de que lo injusto no tendrá la última palabra y lo bueno prevalecerá; de que al final se acabará imponiendo el sentido, la humanidad como orden. Que lo humano reconozca lo humano. Toda persona es sagrada. Si lo viésemos desde ahí, desde esa parte que es de nuevo fe, se aliviarían muchos de los problemas. Un compañero, Pedro Villarejo, amigo poeta de Estepona, tiene una frase muy bonita que yo se la repetía a mis alumnos cuando daba clases y me la hago saber: «una persona es mucho más importante que lo que yo pueda pensar de ella». Todo humano merece esa condición de respeto. Creo que, desde ahí, el futuro será bueno. El ser humano es esperanza. La salvación es lo común de todas las religiones y es algo que debemos interiorizar y defender que vamos a salvarnos. Hay que tener la esperanza, la alegría y la confianza de que el futuro será necesariamente bueno, porque para que exista futuro, que existirá, solo puede ser bueno.

Que no perdamos la esperanza. */

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