María Galiana: «Soy el ídolo de ‘las maris’, es una pena; con lo que me habría gustado ser Lady Macbeth»

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Ella ya lo sabía y era conocido en la profesión. Pero María Galiana (Sevilla, 1935) sintió el placer de confirmar lo buena actriz que era al ver cómo muchos se sorprendían al descubrir que quien recogía un Goya por su papel de mujer analfabeta en Solas era en realidad una culta profesora de Historia y Arte que había pasado toda la vida desarrollando su vocación de docente. Igual de engañados tiene hoy en día a cuantos ven en ella el icono de abuela universal, porque ella ejerce ese papel solo de sus nietos «y un ratito». Su dulzura en la gran pantalla poco tiene que ver con el carácter seco que lleva a gala. Esa manera directa de disparar verdades a diestro y siniestro, refleja una claridad de ideas envidiable y la constatación de que se siente libre porque verdaderamente lo es. Pese a la aspereza con que se reviste a diario, en confianza baja todas las barreras para abrirnos la puerta a sus recuerdos. La mañana de nuestro encuentro, Lunes Santo en Sevilla, María llega con la fatiga propia de los problemas para caminar que acompañan su momento vital y el periódico bajo el brazo. El histórico hotel Alfonso XIII, símbolo de permanencia de la esencia sevillana en una ciudad efímera, nos acoge con olor a incienso para deshilar la madeja de toda una vida.

Fotografía: Juan F. López


Al final el Sevilla se llevó el derbi (3-2). Penitencia para un sábado de Pasión. ¿Sufres mucho viendo perder a tu Betis?

Tienes que tener en cuenta que yo soy absolutamente escéptica, incluso descreída. No creo mas que en dos o tres cosas: afectos, valores… En el Betis, por supuesto, tampoco creo. Eso no significa que no sea Bética. Pero no tengo ese especial pensamiento de que sea algo trascendente, porque no lo es; es solo un juego. Yo siempre pienso que lo más seguro es que perdamos. El Setién es muy lacio, pobrecito. Tiene un poco de gracia y es muy buena gente, pero se ve que no tiene los reaños suficientes para que sus jugadores sean capaces de llegar al final y luchar como lo hacen, por ejemplo, los del Sevilla. Siendo bética, no soy anti sevillista, aunque me alegro cuando el Sevilla pierde, como es natural. Ayer estuve pendiente de si el Getafe ganaban pa’ que lo echara de la Champion pero no pudo ser, porque empató. Ves, ese espíritu sí lo tengo. Pero no me pasa nada porque pierda. Yo tengo carnet y voy al palco con uno de mis hijos, que es muy bético. Cuando me junto allí con su pandilla se lo digo claramente: «Oye, oye, no os desmadréis. El Betis tiene que luchar siempre por la permanencia».

¿Es ese su sitio?

¿Y pa’ qué vamos a ver querer otro? Si eso no lo tiene más que el Madrid, el Barcelona y el pobre del Atlético de Madrid que anda ahí, rascando lo que puede.

Se te ve buena conocedora del mundillo balompédico.

Yo soy muy futbolera. Me gusta mucho el fútbol, pero como me gustan tantas cosas. Me gusta el fútbol, me gusta la ópera, me gusta muchísimo la música, en general. Me gustan todas las manifestaciones vitales.

En un año habrán pasado ya 20 de tu Goya. Con todo lo que supuso el premio, como máximo reconocimiento de la profesión, tampoco cambió tanto tu vida.

Para nada. Tampoco creo en los premios. Son totalmente vanidad de vanidades y todo vanidad. Mαταιότης ματαιοτήτων, τα πάντα ματαιότης! [Declama en griego entre risas] No me lo creo. Todos son clanes, conciliábulos, amigos… No quiero decir con esto que los premios no estén merecidos por aquellos que los reciben, pero hay muchos que no los reciben y en los cuales no piensan. No hay de verdad un baremo en el que estén todos aquellos que se lo merecen, sino los que más se han destacado. Por otra parte, hay una especie de indolencia y la gente que vota lo hace a aquello que parece que este año está pitando. Los académicos votan y un notario certifica que la persona a la que le dan el premio es la que ha ganado. Pero, ¿con cuántos votos?

No creo en los premios. Vanidad de vanidades. Todos son clanes, conciliábulos, amigos…

No se conocen.

Dime, por favor. A lo mejor, han votado 23 y a otro lo han votado nada más que 12; pero porque no lo conocen, porque no han visto la película, porque no les importa… Es una cosa absolutamente aleatoria. Yo he visto muchas películas en las cuales había una interpretación extraordinaria y ha pasado desapercibida porque esa no era la película de ese año.

Es importante una buena promoción o un buen padrino.

Recuerdo, por ejemplo, el caso de Mar adentro, de Amenábar, que luego ganó el Óscar a la película de habla no Inglesa. Esa cinta se llevó una relación de premios que, muchas veces, no se correspondían con la realidad. Me explico. Ese mismo año, Pilar Bardem hizo María querida, sobre María Zambrano, y bordó el papel protagonista llevando el peso de la interpretación. Nominada al Goya a mejor actriz, al final se lo dieron a Lola Dueñas porque estaba en Mar adentro. Lo hacía muy bien, pero era Ramona Maneiro, que salía muy pocas veces.

Aquella cinta se llevó catorce cabezones.

Vale, se lo dieron a Javier Bardem, merecidísimo, por supuesto. Pero luego les dieron también el premio a la mejor banda sonora y Amenábar… ¡estaba fusilando el Turandot de Puccini! Yo decía: «¡Pero qué banda sonora, si no hay música original!». O sea, que yo lo de los premios no me lo creo. Ahí tienes a actrices maravillosas perdidas en la noche de los tiempos, como mi niña Ana Fernández. Es todo muy aleatorio.

Quizá por esa visión que tienes de este mundo se te veía tan tranquila cuando saliste a recoger la estatuilla aquella noche. Parecía más nervioso tu marido.

¡Él estaba atacado! Pero es que mi marido [Rafael González Sandino] era un pozo de vanidad, sobre todo pensando en mí. La persona que más ha disfrutado con mis éxitos ha sido él, por la parte que le correspondía de ser el marido de. Aunque él, personalmente, también era súper vanidoso. Era un tío fantástico. A sus clases en la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Sevilla iba la gente sin estar matriculada, solo para oírlo. ¡Un show!

Tenía una personalidad fuerte.

Yo le decía: «Eres un pozo de vanidad. No hay quien te aguante». Pero cuando empecé a triunfar a él le parecía fantástico. Yo entonces le picaba: «Perdóname, Rafael. ¿Tú no te das cuenta de que ahora soy yo, como dice la Mazagatos, la que está en el candelabro?».

Y qué difícil es mantenerse en una industria tan efímera. ¡Cuántos buenos actores y actrices han quedado en el olvido!

¡Muchos! ¿Quién sabe ahora quién es, por ejemplo, Berta Riaza? O cualquiera de los que ya han muerto y que no eran conocidos por no salir en la televisión como Alfredo Landa y compañía. Maravillosos y extraordinarios actores y actrices en el olvido. Incluso los de Hollywood. Solo nosotros, los viejos, sabemos ya quién es la Bette Davis. ¿De qué te sirve la fama? Mañana te mueres y te olvidan. Ya se están muriendo mis amigos, los de mi edad. Cada día me entero de que se ha muerto uno, claro, como es lógico. Y no es que sean famosos, pero si lo fueran, nadie sabría quiénes eran. La vida es así.

Solo los viejos sabemos ya quién es la Bette Davis. ¿De qué te sirve la fama? Mañana te mueres y te olvidan.

Es mejor asumirlo.

Es que me da igual. Te digo la fama como tantas cosas. La gente se queda enmemecida por todo lo que sea rimbombancia, riqueza, admiración. No tienes más que ver cómo triunfan los dichosos programas de cotilleos. Y lo del Twitter, ¿qué me dices? La gente contando su vida todos los días: «Me voy a divorciar; no me voy a divorciar; me he comprado un no sé cuánto; no me lo he comprado…». No sé cómo a la gente le puede importar lo que te está pasando. Por eso estoy tranquila, porque a mí no me importa nada. ¡Ni el Rey que viniera por ahí me importa mí!

Eres la anti diva.

Absolutamente, pero anti, anti.

Se cumplen dos décadas de Solas. Pese a que ya tenías una larga trayectoria en el cine fue el título con el que tu nombre quedará siempre ligado a la gran pantalla. Y en breve (2021) otras dos décadas del primer capítulo de Cuéntame cómo pasó, la serie más longeva de la televisión en España.

Estoy de ser la abuela de España… ¡Qué horror!

¿Qué piensan tus nietos de tener que compartirte con todo el país?

Los tengo muy bien educados. Les digo que no se queden nunca a ver el capítulo, que es muy tarde, que ni se les pase por la cabeza. Ellos lo llevan bien. De lo único que presumen ante los compañeros del colegio es de que tienen una abuela que sale en la televisión. Pero nada más, porque esta abuela no les da carrete, en absoluto.

Va a ser difícil quitarse esa etiqueta.

No paran de preguntarme: «¿Y está usted muy orgullosa por ser la abuela de España?». Me entran ganas de decirles: «Pues no, mire usted». En primer lugar porque para mí ha sido muy frustrante que me dieran un Goya y luego no volver a hacer un papel de protagonista o semi protagonista en una película en la que yo fuera la madre. Cuando yo hice Solas, hace 20 años, tenía 63 o 64 años, edad para ser madre de cualquier persona de 40, de treinta y tantos años o de lo que sea. Ahora también podría ser madre de una de 50. Yo tengo posibilidades pero… ¡Qué me hayan encajonado en la abuela como si fuera Chanquete!

Además, es imposible evadirse de esa realidad. Cuando te paran por la calle muchas veces será para hacerse una foto con Herminia y no con María.

¡Madre míaaaaa! ¡Ay madre míaaaaa! Todas las marujas anoche en las bullas en Semana Santa tocándome. Y yo: «Mire, es que hace mucho calor. No me ponga la mano en la espalda, ¡por Dios!». Y ellas: «¡Ay señora, pero es por el cariño!». Y yo, con el vestido pegado: «Sí, mujer, ya lo comprendo». Claro, soy el ídolo de las maris. Una pena. Con lo que a mí me hubiera gustado ser Lady Macbeth.

Nunca es tarde para una revisión de los clásicos.

No, no creo ya. La bruja de Blanca Nieves es lo único que me falta.

Para mí ha sido muy frustrante que me dieran un Goya y luego no volver a hacer un papel de protagonista.

En teatro sí has tenido registros más diversos. Para muchos ponerse sobre las tablas es una forma más auténtica de ejercer la profesión.

Sí, eso lo dicen muchos actores y actrices, que como el teatro nada. ¡Cuento! Donde no puedes mentir es en el cine. Ahí se demuestra tu valía. Ponte tú a hacer lo que hace la Meryl Streep, a ver si te enteras. La tía lo mismo clava el papel en Mamma Mia! que en La decisión de Sophie. Yo digo que hay actores de cine, actores de teatro y luego están los ingleses. Para ser actor hay que ser inteligente.

Un buen ejemplo de actriz mayor la Streep.

No me digas que no. A mí se me caen las lágrimas cuando veo las cosas que hace. O la Judi Dench, la Maggie Smith… Y la Helen Mirren, ¿qué me dices? ¿No habrá papeles para viejas? ¡Es que en España no salimos de Chanquete!

Acabas de decir que para actuar hay que tener inteligencia. Hay muchos que creen que con vocación y esfuerzo se consigue.

Hay una equivocación y es pensar que vales porque te gusta mucho aquello. Te puede gustar horrores y no valer.

Tú vales para esto pero no quisiste dedicarte plenamente hasta que no te jubilaste de la que consideras tu verdadera profesión. Porque te defines más como docente que como actriz.

Totalmente. Terminé la carrera en el 59 y esa ha sido mi vida. El otro día estaba grabando y me entró un mono de café horroroso. No sabía por lo que era pero estaba deseando parar. Luego caí. ¡El recreo! 40 años tomando café a la misma hora. Hace poco me encontré con una chica, bueno mejor dicho una mujer ya muy mayor, y me dice: «Ya he cumplido 70 años, María. Fui alumna tuya en el Cristo Rey». ¡Qué alegría! Le di mi teléfono, porque dice que de vez cuando se reúnen las que quedan todavía.

Eres parte importante en la vida de muchas generaciones.

Son muchos recuerdos. Algunos sábados otra compañera profesora y yo nos llevábamos a las chicas a los pinares de la Puebla del Río. Te estoy hablando de los años 59 y 60. Cogíamos el tranvía en La Magdalena que hacía el recorrido por San Juan, Gelves, Coria y La Puebla. Todavía en Gelves se ve la estación, una casita muy graciosa al lado de la vía. Allí nos pasábamos el día con las tortillas de papa, los filetes empanados… ¡Los rapapolvos que me echó la madre superiora diciendo que estábamos tratando de secularizar a las niñas porque las llevábamos de excursión! Desde luego mi gran vocación ha sido la docencia. Yo no tengo vocación de actriz. Mis compañeros me escuchan esto y me dicen: «Cállate, no digas esas cosas». Pero es verdad.

Mi gran vocación ha sido la docencia. Yo no tengo vocación de actriz.

¿Qué tipo de profesora eras?

Muy amiga de mis alumnos. En Dos Hermanas, en los días de Santo Tomás, cuando se celebraban de verdad, hacíamos un partido de fútbol entre profesores y alumnos y yo hacía de portera. Me acuerdo de aquello perfectamente. También he ido a la discoteca Barrabás y a la discoteca 2001 y me he jartao de bailar con ellos. Desgraciadamente, eso se acabó hace mucho tiempo. He viajado siempre que he podido, los he llevado a Córdoba, a Mérida, Trujillo, Cáceres… Eran los tiempos en los que todavía se podía llevar a los alumnos a los hoteles y no pasaba nada. Ya no se puede, es horroroso porque no les importa tres pitos.

Disfrutaste del trabajo hasta su jubilación.

Me jubilé en el 2000 con 65 años. La anticipada de 60 no la pude coger porque, como tuve la posibilidad de hacer teatro con José Luis Gómez, en el año 90 pedí la excedencia. Por eso cambié de instituto, al Ciudad Jardín; la plaza no la perdía, pero perdía el destino. José Luis Gómez me llamó para un pequeño papel en Amor de don Perlimplin con Belisa en su jardín. Bueno, no me llamó, me propusieron los del Instituto del Teatro porque la Junta había dado dinero con la condición de que hubiera actores o actrices andaluces en esa producción. Estaba Merceditas García Bernal, que hacía a la protagonista Belisa, Juanjo Masías y yo. Era un papelín de nada pero, cuando me lo propusieron, dije: «Yo lo voy a intentar, a ver qué pasa».

Y salió bien. Pero añorabas las aulas.

Por eso volví en el año 92, porque la excedencia la concedían obligatoriamente por dos años. En el Ciudad Jardín estuve los últimos ocho años, del 92 al 2000.

El poso de tu figura de maestra hace que en algunas rutinas se note que has llegado aquí desde otros caminos.

Se nota. Te pongo un ejemplo. Ahora que estoy haciendo teatro, cuando acabamos la función mis compañeros están eufóricos y no conciben irse a la cama. Algunos se toman el gin-tonic pero otros ni eso. No les hace falta, simplemente no pueden dormir, están en una tensión permanente, es una catarsis. Yo después de la función me voy a dormir y frita hasta por la mañana. Tiene que ver con eso que tú me has dicho de mi tranquilidad. Esa la tengo en el estreno de la función igual; no me importa lo más mínimo. Seguramente desarrollé ese carácter con la famosa encerrona cuando hice las oposiciones del Instituto.

¿Te adaptas tú más a tus compañeros o ellos a ti?

Hay de todo. He trabajado dos años con Juan Echanove haciendo Conversaciones con mamá. En esa gira mis compañeros siempre insistían en saludar al público muchas veces. Yo ponía cara y ellos, que me leían el pensamiento, pensaban que ya estaba ahí la insoportable. Pero no, no, enseguida les decía: «Yo saludo todas las veces que queráis. Venga, vamos, otra vez».

Eres disciplinada.

Cuando representamos en Mérida La asamblea de la mujeres, de Aristófanes, Pedro Mari Sánchez, que tenía el papel de Blípero, hacía antes de la función una especie de vudú. Se ponían todos boca abajo, como los del rugby de Nueva Zelanda.

¿Una haka?

Algo parecido. Momento colectivo: «Uh, Uh, Uh…» [gesticula con los brazos]. A mí me miraban: «María, ¿tú…?». Yo les decía que a mí me dejasen en paz con su especie de conjuro: «¡Pero sois tontos o qué!». En alguna ocasión se ponían ya tan pesados que salí allí con ellos.

¿Y el resultado?

Te lo puedes imaginar. Yo soy una oveja negra.

O más pragmática.

Soy muy clara. A mí me importa que si hago cine me escriba una crónica divina el Carlos Boyero; y me importa muchísimo el Marcos Ordoñez, que me puso por las nubes en El Mago, de Mayorga. ¡Claro que me importa! Pero estas cosas y no las otras.

Soy capaz de ponerme con mucha facilidad en el lugar de otra persona. Eso es lo que me libra de método y de tontería.

Por eso mismo no te imaginaría nunca aprendiendo un método en alguna escuela de interpretación.

Yo tengo una capacidad de comprensión extraordinaria y creo que es por eso por lo que soy muy buena actriz, aunque hay cosas que se me escapan mucho de técnica. Aprendo todo lo que puedo y debería de aprender más, pero soy capaz de ponerme con mucha facilidad en el lugar de otra persona. Eso es lo que me libra de método y de tontería. Y tengo una gran capacidad de expresar.

¿Cómo fue la convivencia con Echanove en esa gira tan larga?   

Muy buena. Yo tenía mucho interés en trabajar con Juan, aunque tuve que aguantarle lo suyo… ¡Porque Juan tiene muchísimo que aguantar! [Risas] Es muy sibarita. Hicimos casi 400 representaciones y conozco toda España a través de los mejores hoteles y restaurantes: que si al Reina Cristina de San Sebastián, a Berasategui…

¿Eres amiga de la soledad?

Mucho. Mira, con El Mago estuvimos en el Teatro Valle Inclán del Centro Dramático Nacional hasta el 31 de diciembre. Cuando se acercaba la Nochebuena me llama mi hijo y me pregunta: «Mamá, ¿te vas a queda en Madrid? ¿Y qué vas a hacer sola?». ¡Cómo me conocen! Yo le digo: «Sí, sí, perfectamente. ¿Qué voy hacer? Pues nada, oír música y acostarme». Sí, esa fue mi Nochebuena, ¡y tan a gustísimo! Yo encantá. No pasa absolutamente nada. Los tópicos vamos a dejarlos de lado. Me gusta mucho estar sola.

Vamos a hablar de tu tierra, de esta Sevilla y está Andalucía que en estos días, como casi todo el año, se llena de miles de turistas en busca sol, capirotes, flamenco. Tú siempre que puedes trabajas por deconstruir el tópico.

Lo intento.

Manuel Chaves Nogales, que queriendo mucho a su tierra supo aportar un análisis crítico certero, hablaba en La Ciudad de lo efímero como parte de la esencia de este lugar.

Para lo bueno y lo malo. Vamos a ver, las comparaciones son odiosas, pero en este caso es real. Tú vas a Barcelona y ves cómo desde mucho antes pensaron lo que iba a pasar cuando acabasen los Juegos Olímpicos. Transformaron con criterio la ciudad. En el año 2002 o 2003 recuerdo estar sentada en la misma mesa con el alcalde Joan Clos y Juan Luis Cebrián y escucharles hablar de la rentabilidad que ya le habían sacado a hoteles, infraestructuras… Por aquel entonces en el espacio de la Expo de Sevilla no había todavía ni una facultad. ¡Aquello era un erial! ¡Me cachis en los moros! ¡Qué horror! Ahora se han hecho algunas cosas pero tampoco han servido para nada.

En el argumentario oficial el 92 fue el año en el que Sevilla se abrió al mundo.

A mí lo de la Expo me trajo sin cuidado, absolutamente. Fui dos veces: una para ver a Vittorio Gassman y la otra a una cosa de flamenco en el patio ese de La Cartuja. Fue la última vez que vi bailar a Rafael el negro, el marido de Matilde Coral, que ya murió. Por lo demás, yo decía: «No voy hacer una cola grandísima para ver El entierro del Conde de Orgaz. ¡Para eso voy a Toledo!». Es que mira que tiene mandanga la gente. Pero bueno, a la gente le gusta eso. Las maris se iban con los carritos de la compra. Yo nunca lo comprendí. Jamás hice una cola para ver un pabellón. Ni se me pasaba por la cabeza, ¡vamos! ¿Qué tenía yo que ver allí? Para que me dolieran los pies siempre había tiempo. Además, con un calor horroroso.

¡El centro de Sevilla parece Benidorm! Me recuerda cuando íbamos hace décadas a Torremolinos y nos extrañábamos al ver las calles ocupadas por los veladores.

Acabaste levantando tu casa en el centro de Sevilla, cerca de tus orígenes. Aunque mucho ha cambiado el panorama con el de tu infancia.

El centro está invivible, pero como el turismo parece que es la fuente de ingresos más importante los que vivimos aquí nos tenemos que aguantar ¿Qué vamos a hacer? Yo salgo de mi casa temprano para comprar el periódico, porque me gusta leerlo en papel todos los días, bajo Argote de Molina —bueno, la Cuesta de Bacalao, como le dicen ahora— [tuerce el gesto] y saludo a los camareros de los restaurantes, que ya me conocen. Hasta ahí, todo normal. Pero luego por la tarde repito el mismo camino, salgo a lo mejor a comprar al supermercado y veo las mesas de los restaurantes llenas de paellas prefabricadas. ¡Si esto parece Benidorm! Me recuerda cuando íbamos hace décadas a Torremolinos y nos extrañábamos al ver las calles ocupadas por los veladores. Pues así estamos ahora en Sevilla.

Has cambiado el gesto al nombrar la Cuesta del Bacalao.

Bueno, es que han cambiado mucho los términos. Ya sabes, las modas. En Semana Santa, por ejemplo, ya no se dice paso de Virgen, ya se le dice el palio. A La campana, le han quitado el artículo: «Entra en Campana». Pues en Campana entrará. ¡Tonterías! A mí me parece un horror. Fíjate mi madre, por ejemplo, que era una sevillana de las muy antiguas, nunca dijo Luis Montoto, siempre dijo la calle Oriente; y nunca dijo García de Vinuesa, siempre digo la calle La Mar, que es una referencia preciosa, porque es por donde se iban a embarcar. La calle Santander era la calle Carbón… Pero bueno, hay barrios que no han cambiado casi nada: la zona más cerrada de San Julián, enladrillada; la Puerta Osario; o la muralla de la Macarena, el único rastro que tenemos de muralla almohade en condiciones. Deberían rehabilitarla. La pared del dormitorio de un amigo mío que vivía al lado del Jardín del Valle y falleció el año pasado era un trozo de la muralla. Algo único.

¿Y qué permanece pese a las modas?

También muchas cosas. De Cháves Nogales, por ejemplo, me parece recordar que hay un pasaje en el que se ve a unos amigos en Semana Santa que están en una famosa taberna en el uno de San Román y entre tinto y tinto van comentando si estará saliendo esta o la otra y cuando se dan cuenta es ya el Viernes Santo por la mañana y entrando Los Gitanos enfrente le dice uno al otro: «¡Qué buena Semana Santa nos pasamos!».Y no se han movido de la taberna [risas]. Eso es muy sevillano también, la elucubración permanente.

Tú eres muy de Semana Santa.

Era de Semana Santa. Bueno, espera tú. Era, quizá no es el tiempo verbal más correcto. Tan pasado como «era» no, porque aún no me he bajado de ella. Pero ya me he bajado de los toros, por ejemplo, completamente; me he bajado de la Feria, completamente; y ayer, precisamente, le estaba diciendo a mi hijo el periodista: «Me estoy bajando de la Semana Santa».

¿Por qué?

De la Feria me he bajado porque no aguanto la música enlatada. Hemos llegado a unos extremos, no en Sevilla solo sino en la sociedad en general, en los que nadie que canta o toca un instrumento lo hace al natural, sin micrófono. El ejemplo lo puedes tener en lo que le pasó a Javier Perianes, pianista maravillosísimo. Montó en la Maestranza el concierto de las canciones de Lorca con Estrella Morente, que tiene una voz maravillosa y va ella… ¡Y me canta con micrófono! ¡Al lado del Piano! Me dije a mi misma: «Mariquita, se acabó, ya no vengo más». Yo estoy harta. Mi Juan Diego Flores, que lo adoro o mi Jonas Kaufmann, jamás en la vida lo harían. Hombre, si quieres a lo mejor que haya un poquito más posibilidades en algún recital, no en la ópera, se esconde un micrófono muy chiquinino en la corbata del escenario. ¿Pero un micrófono de pie así puesto pa’ cantar Los pelegrinitos?

Me he bajado de la Feria porque no aguanto la música enlatada. La gente ya no toca las palmas porque todo es una discoteca gigante.

¿Nostalgia de esas ferias de ayer?

Yo soy de una caseta y la sigo pagando. Tengo mis invitaciones y yo se las doy a mis hijos para que vayan. Antes tu estabas en tu caseta y a lo mejor, en un momento determinado, venía un amigo o una amiga tuya y te decía: «Vamos a echar un poquito de cante bueno, aunque sean sevillanas». Yo me llevaban antes los palillos. Ahora ahí están, guardaos en un cajón. ¿Pa’ qué los quiero? La gente no toca las palmas, porque como todo es una discoteca gigante, bailan todo así [gesticula con los brazos], como si fuera una película muda. Y, además, bailan veinte al mismo tiempo empujándose. No pueden esperarse o turnarse porque todos tienen que darle salida a lo que han aprendido en las academias. Antes esperábamos un buen rato a que los niños bailaran pero, a partir de una hora determinada, echabas el toldo y había unos momentos maravillosos. Ahora, aunque quisieras y lo lograras en tu caseta, con las casetas de al lado poniendo música a toda pastilla más de una vez tuvimos que ir a pedir por favor que bajaran el volumen porque no nos enterábamos de nuestra propia música. Pues ya no voy. Yo no lo puedo aguantar.

Fin a un ciclo.

Voy al Rocío hasta que llegue la música enlatada, porque todavía en El Rocío se pueden vivir momentos muy bonitos a la luz de las candelas. ¡Bueno! No, de las candelas no porque han prohibido también que se enciendan. Lo más bonito del Rocío que era la noche, al sereno, en medio del campo, con las candelas, también se acabó la candela. ¿Qué le vamos a hacer? Pues sin candela.

Pero sigue creándose una atmósfera especial.

En el campo, con una guitarra y la música al sereno, eso es maravilloso. Sigo yendo al Rocío, aunque este año no puedo ir porque me voy a Melilla a poner la función. Para resarcirme me he hecho un regalo a mí misma y cuando vuelva de Melilla me cojo mi AVE de Madrid a Barcelona y voy al estreno en el Liceo de Tosca, dirigida por Paco Azorín. En vez de ir al Rocío voy a ir a ver a la pobre muriéndose allí en el Castillo de Sant’Angelo.

Y en esos planteamientos de retirada decías que el de la Semana Santa, de momento, lo estás estudiando.

La Semana Santa me gusta mucho. La verdad es que este año estoy viendo menos sillitas [en referencia a la creciente y polémica proliferación de sillas plegables instaladas por particulares en la calle para ver pasar una cofradía].Yo tengo una sillita también porque, claro, con la edad tengo la espalda destrozada. El médico me ha dicho: «María, las lumbares. Ya se te ha agotao el código de barras». Pero sé dónde me puedo poner para no molestar. Por ejemplo, contra la pared de la antigua Diputación, en El Triunfo. Ese un sitio fijo.

Cómo amante de la música disfrutarás también de las bandas.

Ahora las hermandades no pagan bandas buenas. De música de Virgen, me refiero. Ayer vino una de Sanlucar de Barrameda, otra de Córdoba, de Málaga… Yo soy del maestro Braña. Después de la Banda Municipal de Braña no se ha oído nada igual. Ni siquiera la Sinfónica de Londres cuando la pusieron el Carlos Colón y el Gutiérrez Aragón en la película [Semana Santa de Sevilla]. Ahí metieron mucha cuerda, muchos violines… Y eso no era. Luego están las bandas de pueblo que, como son jóvenes, tocan con mucha vehemencia y todo marchas triunfales. Yo hago la Semana Santa de Tejera. Donde salga esa banda voy yo. Y consigo vivir muchos momentos especiales; como anoche, que me fui a la calle Gerona, porque la subterránea da la vuelta para doña María Coronel y le tocan La Madrugá. Por suerte hay lugares y momentos que todavía no han sido colonizados por los que te lo estropean sacando sus móviles. A ver si tenemos suerte, hace buen tiempo y se van todos esos un poco a la playa.

Por suerte hay lugares y momentos de la Semana Santa que todavía no han sido colonizados por los que te lo estropean sacando sus móviles.

La Semana Santa la mamaste en casa.

Sí, yo con mi padre era de las que iba por la mañana a ver los pasos. Y por parte de mi madre soy Medina y mi familia materna es de la Estrella. En mi familia esta vinculación ha sido importantísima. Un hermano de mi madre, Blas Medina, fue el hermano mayor que la sacó el año 32. Mi sobrino, que va en la manigueta trasera derecha de la Virgen desde que era chico y ya tendrá cincuenta y tantos años, tiene la documentación de los cabildos que se hicieron para tomar esa decisión. Su padre, mi primo hermano, el hijo del hermano mayor, fue el último número uno antes de morirse. Ahora lo es otro primo hermano mío que tiene mi edad: 83. Yo la veo siempre, al salir de la catedral y la sigo un poquito, hasta el postigo nada más, una chispita, para ver a mi sobrino en la manigueta trasera y para ver a mi primo, que es el último nazareno. ¡Con 83 tacos el tío sale hoy!

Aquella salida de la Virgen se sigue recordando como un momento histórico.

Mi tío, el hermano de mi madre, era un republicano totalmente agnóstico, por supuesto, que quería en su vida a la Estrella más que a nada en el mundo. Y se dijo: «¿Cómo? ¿Qué las Macarena y los Gran Poder y esos dicen que como hay Republica no va a haber Semana Santa?».

Y se echó a la calle la valiente.

No, la valiente no. La republicana la llamaban. Lo de la valiente lo inventó Franco. Eso viene del año 36 para acá. Los falangistas intentaron demostrar que no podía haber Semana Santa. Fíjate tú, cuando un comunista furibundo como Diego Martínez Barrio era quien presidía las cofradías. Y es que eso de la mezcla no se puede entender más que aquí: los creyentes, los no creyentes, lo agnósticos, los comunistas… Los primeros costaleros de la transición todo mundo sabía que eran del Partido Comunista. ¿Y el tío que más sabe de Semana Santa no es Isidro Moreno, que era del PTE [Partido del Trabajo de España]? Eso por ahí no se puede entender, es muy difícil.

Por eso la Semana Santa de Sevilla es única.

Hombre, es la fiesta de la ciudad, es la fiesta barroca, es la fiesta del Concilio de Trento y es la fiesta del dinero. Cuando Sevilla era puerto de Indias y había dinero, estando el Concilio de Trento boyante, ¿qué es lo que había que hacer? Pues sacar los santos a la calle. Eso es evidente [risas].

No todo el mundo puede llegar a entenderla.

Antonio Burgos, vecino mío de la Puerta del Arenal toda la vida, preparó un curso sobre la Semana Santa en la Menéndez Pelayo y yo me apunté inmediatamente, porque estaba muy bien estructurado. Había una serie de seminarios. Uno de ellos era, por ejemplo, sobre los Armaos y lo daba El Pelao, el capitán; otro hablaba de los costaleros y hablaba Rafael Franco, el Fatiga, que había llevado la cuadrilla de los ratones cuando salían por esa puerta de San Esteban sin nadie por fuera, a pelo, como recuerdo haberlo visto yo cuando me llevaba mi padre; sobre la saeta habló Antoñita Moreno, tonterías las precisas… Pero la teoría de la Semana Santa la dio Blanco Freijeiro, y habló del culto a Venus. ¡A todos los chupatintas cofrades estos que no entienden nada los hubiera yo mandado allí! Toda una lección de historia. El cardo, el decumano, la Alfalfa como el foro, la herencia romana clave en nuestra Semana Santa…

Las cofradías siguen creciendo en número.

Yo creo que se ha sobredimensionado. Hay un exceso. De nazarenos y de cofradías. Lo de las vísperas me parece horroroso. En El Palermaso de Antonio Garrido, que es un tío sensacional, sacan un paso de mentira con respiraderos que parecen de cartón. Pues con unos muy parecidos, con una malla de telita, he visto yo salir a la calle algunas imágenes. Eso no puede ser. ¿A dónde vamos? Es como jugar a las Cruces de mayo pero en grande. Y reconozco otro problema de nuestra Semana Santa: está sobreponiéndose lo sentimental. La Semana Santa no es una cosa pa’ contar, como ayer hacían por la radio, que sacaban a una persona recordando en una salida a un niño que se le había muerto con 16 años. Eso es muy personal, ¿usted comprende? Yo he llorado lo que no está en los escritos, pero no se le puede dar hilillo a eso, aunque sea una pena muy grande. Y te puedo seguir hablando del excesivo protagonismo de los costaleros cuando van fuera del paso con el costal que no ven, de los que ahora se preocupan tanto por modas en la forma de vestir las imágenes de las que nunca hemos sabido aquí y así no parar.

¿Te acompañaba Rafael en estos días?

La Semana Santa a él le gustaba pero no salía, era muy especial. Yo me iba a ver las cofradías y él solo me decía: «No me molestes cuando vuelvas si estoy durmiendo». Rara vez me acompañaba. Sí recuerdo una vez que se animó y esperamos ver pasar a la Macarena en la Alameda al principio de la calle Trajano. Cuando llegó, después de haberla esperado mucho, se quedó completamente embobado y mirándola fijamente solo pudo decir: «¡Qué disparate!». Fue su manera de describir que le era imposible expresar más.

Esa independencia que ahora pides que tus hijos respeten fue una actitud que viviste de manera muy natural toda tu vida en el matrimonio.

Totalmente. Rafael y yo compartíamos lo bueno, pero no nos generamos dependencias. Eso se veía en el día a día hasta el punto de, por ejemplo, tener dos televisiones, para ver cada uno el programa que quería. El respetó siempre mis decisiones, cuando me planteé la excedencia, cuando decidí dedicarme también a la faceta de actriz… Solo me pedía que lo pensara para estar segura.

Lamentablemente, las mujeres que se han considerado innecesariamente el centro de atención de su casa. no pueden ser feministas en la vida.

En España, a principios del siglo XX, solo uno de cada cien habitantes llegaba a los sesenta y cinco años, hoy, el 95% los supera. A nuestras generaciones nos va a tocar trabajar más allá de los 65 para garantizar las pensiones, pero tú eres un buen ejemplo de que querer es poder.

Pero yo soy el ejemplo de que no me escucho nada a mí misma. O sea, yo he venido de mi casa a aquí con los ojitos de la cara, como se suele decir, con un dolor extraordinario en la espalda, en las vértebras, las lumbares… Digo que no me escuchó porque todo el mundo piensa que estoy muy bien. No me quejo, pero me duele todo. Desde el año 2001 que llevamos grabando Cuéntame no he pedido una baja, no he dicho nunca: «No puedo ir». No tomo más pastilla que la de la tensión, porque por mi edad soy hipertensa. Ni siquiera un Ibuprofeno para el dolor. ¿Para qué? Si no me hacen nada.

El no estar quieta es quizá tu mejor medicina.

Yo conduzco y voy en coche a todas partes. Por supuesto, también a la playa. La filosofía de vida es muy importante. Yo estoy segura de que gente en las condiciones mías no sale de su casa o si sale, es con mucha, con mucha pega. Hay quienes se retiran del mundo con mucha menos edad e intentan además recoger lo que han sembrado. Sobre todo las madres que piensan: «Ahora que me cuiden a mí. Con lo que yo he hecho y las noches sin dormir que yo he pasado por ellos…». Pues yo prefiero que mis hijos hagan su vida y yo hacer la mía.

Es una manera de pensar no tan extendida.

Eso es porque la vida de muchas mujeres en este país ha girado nada más que alrededor del cuidado de los hijos. O porque se han considerado innecesariamente el centro de atención de su casa. Lamentablemente esas mujeres no pueden ser feministas en la vida. Son esclavas. Peor son las que dicen: «Piensa tú por mí, que es mucho más cómodo». Esas son los soldados rasos, que yo le llamo, que están encantados en el ejército, porque no hay cosa más cómoda que obedecer y que se equivoque el que manda. Esas tampoco pueden ser feministas nunca, porque tomar decisiones es una cosa muy dura. La libertad es una cosa dificilísima, porque te equivocas tú.

Nosotros te vemos feminista, libre y joven.

Eso es porque hago mía las palabras de Picasso cuando decía que uno es joven hasta que se muera.

Y, a veces, hasta después.*/

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