Antonio Carmona: «Necesitamos un cambio radical para el mundo gitano empezando por las mujeres»

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La primavera, que tiende a adelantarse a capricho en el corazón de cada cual, quiso procrastinar su aparición este año en el ambiente. Sin embargo, hoy apareció de sopetón y el hijo de Juan Habichuela llega a nuestra cita con una alergia de narices, algo que, como el mismo reconoce con cierta guasa, en su caso no es cosa menuda. Ha cerrado la puerta de casa sin coger las llaves, pero en lugar de encabronarse prefiere enfilar con una dosis de buen humor al asunto. Decía Marco Aurelio que conviene «hacerse la cuenta que la vida se consume de día en día y que se acorta la parte restante». Antonio, que ha lidiado con la parca cara a cara tiene claro que quiere disfrutar junto a los suyos lo que le quede de existencia. Los únicos excesos que se permite ahora son los de su corazón, y ese ahora late con más fuerza que nunca.

Fotografía: Juan F. López


Tú eres una persona de fe. «Todo tiene su momento y cada cosa su tiempo», dice el Eclesiastés. ¿Cuál es el tuyo?

Me da mucho gusto esta pregunta porque, efectivamente, soy un hombre de fe. Creo que la fe hace cosas maravillosas en la vida de cada uno. Justo de ese momento de la Biblia tengo hecha una canción que dice: «Hay tiempo para hablar, hay tiempo para estar callado…».  Hay tiempo para todo. Me he criado en un sitio donde la Palabra estaba en el centro. En mi casa, se hablaba mucho de Dios, por supuesto. Ahora, ¿en qué momento estoy? Pues, recuperado; ready, como dicen los americanos. Estoy como pa’ salir otra vez a tocar, a cantar, a disfrutar y a lo que me apetece más, que es reencontrarme con mi público.

¿Cómo se enfrenta uno a la vida después de torear a la muerte?

Cuando te dan ese tipo de cornada te deja bastante marcado. He visto como muchos amigos de cuando estaba en la UCI salieron más mal parados. Yo, gracias a Dios, salí bien, recuperado. No se complicó nada. Eso para mí es un triunfo. Ahora, tomarme un café o estar aquí, hablando contigo, me parece ya un lujo, algo fuera de lo común. Es duro estar metido ahí un mes y ver cómo te vas recuperando y, en cambio, otros no lo hacen. Todo el mundo no ha tenido la misma suerte que yo. Pienso mucho en eso.

No era tu hora. ¡Cuántas veces nos queda la sensación de que algunos emprendieron el viaje dejando mucho por hacer! Ray Heredia, Antonio Flores… ¿Qué cuentas te dejaría saldar antes de morir?

¡Muchas! Un momento que no me gustaría perderme es el que tienen ahora mis hijas en su vida. Ver su manera de escribir, de tocar… Están empezando a ir por todos los garitos. Mañana toca mi hija en Sevilla con muchos invitados: con Guille Furiase, con los hijos de José Manuel Soto… Son otras generaciones, pero tenemos mucho que aprender también de ellas. Lo que no me gustaría es quedarme con una conversación pendiente. Quiero ver cómo evolucionan mis hijas en la música porque yo he tenido mucha suerte al ir de la mano con mi padre, que ha sido mi mentor. No me hubiera gustado dejar a mis hijas en la estacada justo en el momento que están haciendo ellas su proceso.

La sangre tira. Leía esta semana que aumenta el número de ancianos abandonados por sus familiares en hospitales. Eso en tu cultura sería impensable.

Eso en nuestra educación no está; ni siquiera lo de dejar a los padres ahí, en sitios donde vayas a visitarlos. Ningún gitano que conozca ha dejado a sus padres, ni tan siquiera a una tía suya, ni a una hermana, ni a nadie. Me reí mucho cuando me puse malo porque tenía como 500 primos en el hospital. Estaban juntos, ahí agazapados. Me dije: «¡Coño, qué bien acompañado estoy!». Pienso que el ser humano no puede estar solo. Si se tiene familia, hay que estar ahí, pendiente cuando se necesite, ¿no? Esa noticia que comentas me da mucha pena, porque habla de abandono; y me provoca a la vez mucha incertidumbre sobre lo que puede pasar en este país con nuestros mayores. Entiendo que para muchas familias buscar a gente que los atienda es la única solución: «Oye, mira yo no puedo hacerme cargo de ti, que lo hagan profesionales». Pero en mi casa… En mi casa, no. No lo hemos visto ni creo lo vayamos a ver.

Tú estuviste al lado de tu padre hasta el final.

Mira, mi padre vivía en la casa de mi hermano Juan, una casa de 35 metros. En los últimos días estábamos todos [durmiendo] en unos colchones, ahí, esperando a que se muriera. No nos separábamos de él. Mi mujer dormía a los pies de él en una camita así, encogida [gesticula]. Se quitaba ella y me ponía yo así para ver, para oírlo respirar, para todo. Yo, qué te digo, tuve una manera de despedirme de mi padre con esa canción, con Mencanta, pero también me he despedido de él estando en el último suspiro. Y era lo que me apetecía. A alguno le parecía como, ufff, una cosa: «¡Joder! ¿Vas a estar ahí con tu padre? Pues que estén otros…». Sin embargo, nosotros estuvimos todo el rato cerca. No nos importaba lavarle, quitarle sus cosas, lo que fuera. Lo que hubiera hecho un enfermero pues lo hacíamos mí familia. Eso, pienso que también lo harán conmigo mis hijas, o lo hará mi familia, porque es lo que hemos visto.

Pude despedirme de mi padre con una canción pero también estando a su lado en el último suspiro

¿Cómo recuerdas a tu padre?

Tengo recuerdos de mi padre echándome unas broncas tremendas jugando al dominó [risas]. Fíjate que tenía alzhéimer, pero pal’ dominó se ponía a jugar él tío y sabía las fichas que tenía yo y las fichas que tenía el otro. ¡Y se pegaba unas inrritaciones conmigo! Yo le decía: «Mira, papá, a mí no me puedes hablar delante de la gente así en mí barrio». Y él seguía: «¡Si es que no sabes!» [risas]. Tengo ese recuerdo y, luego, la guitarra: «Dame la guitarra. A ver, hazme la seguidilla de tal; hazme la soleá de tal sitio; a ver, hazme una granaína…». Me estudiaba a ver cómo lo hacía y decía: «Esos son mis genes». Aunque mi música es súper loca, el flamenco lo llevo dentro y sé lo que es una seguidilla o una soleá. Me he criado con eso y sé hacerlo. Por eso he hecho esa fusión de flamenco, porque he conocido muy bien mis raíces y las he refrescado con otras culturas.

Lo de llevar el flamenco en las venas en tu caso es prácticamente literal

Yo me acuerdo de quedarme en las fiestas [dormido] en dos sillas y me despertaba a las nueve de la mañana y me estaban dando el desayuno y ellos seguían de fiesta. Tres días de fiesta [risas]. Parecían las películas de Kusturica: «Tucu, tucu, tucu, tucu, chapu, chapu, chapu, chapu…». Pues eso era… Vivían para eso, pa´ pasárselo bien y para cantar, pa´ bailar, comían, otra vez empezaban a cantar… Era una cultura de diversión y de pasarlo bien en cualquier momento.

Desde pequeño tuviste la suerte de estar rodeado de los más grandes. Los Flores, por ejemplo.

Yo tenía mucha relación con el padre y con Antonio Flores. Luego Mariola tenía mucha relación con Rosario, con Lolita y también con Antonio y con Lola. Pero yo tenía verdadera admiración por Antonio padre, porque era pa’ mí el Ronaldo de aquella época. Hacía chilenas con la música [ríe]. ¡No veas cómo cantaba! Y la hechura, la presencia. Cogía a Frank Sinatra y se lo llevaba a su rollo, la rumba. Era un transgresor y era el espejo en el que yo me fijaba. Mi padre era más flamenco, una persona seria que salvaguardaba la cultura. Sin embargo, el Pescaílla era como yo; picaba de la samba, picaba de lo latino… Pero nunca ha dejado de ser flamenco. La relación con la familia Flores ha sido especial toda la vida. Con Antonio padre siempre me llevaba muy bien hasta que llegaba el fútbol. El gitano era catalán y era del Barcelona [risas]. Yo soy del Atleti y mi padre era del Madrid… He tenido muy mala suerte con mis amigos y el fútbol. Era íntimo amigo mío pero no podía ver un partido de fútbol con él, porque si veíamos un Atleti-Barcelona volaban hasta las patatas.

El Pescaílla fue el Ronaldo de su época. Hacía chilenas con la música

Una relación de alto riesgo.

[Risas] ¡Era muy cachondo! Al Pescaílla lo conocí cuando tenía trece años. Yo estaba en Los canasteros [tablao flamenco]. Las tías más guapas de todo Madrid venían a verle y allí estaba Lola Flores mirando con una cara de pantera, pensando: «A ver quién se va a acercar a mi marido» [risas]. Éramos unos personajes todos. Luego estaba Antonio Flores, que llegaba y me decía: «Antonio, ¡qué tengo una idea para un tema!». Y nos pegamos una noche entera, pin, pin, pin, pin… Hasta que venía Lola Flores y abría la puerta de la habitación para decir: «¿Pero, todavía estáis con eso?». La suya era una casa con mucha vida. Eran muy graciosos, todos tenían unos cerillazos  que… [risas]. Lo pasábamos muy bien. Eran muy buena gente.

Al igual que el Pescaílla, también tu tío Pepe fue un transgresor. Un visionario, diría. Pero tuvo que aguantar mucha incomprensión.

Junto con Enrique Morente. Mi tío y Enrique Morente hicieron un disco que se llama Despegando y fue como cuando sacaron Lole y Manuel sus bulerías. ¡Los puristas se los cargaban! ¡Qué eso no era flamenco! ¡Qué eran herejes! Ellos hacían una soleá, pero la hacían a su manera. No la hacían como la Niña de los peines, ni nada de eso. ¿Acaso la tenían que hacer como hace cien años? Evidentemente, lo suyo tenía otro pulso, otra manera de verlo y otra visión. Y eso costaba mucho de entender a los flamencos. A nosotros [Ketama] nos pasaba también. Nosotros currábamos más de Despeñaperros pa’rriba que de Despeñaperros  pa’bajo.

El flamenco no estaba preparado para Ketama pero, al final, los mismos que nos criticaron reconocieron todo lo que habíamos hecho

Pero seguisteis vuestro propio camino, como tú ahora. ¿Fue Ketama un concepto adelantado a su tiempo?

Parece que el mundo del flamenco no estaba preparado para aquello. En Sevilla, Granada y Córdoba, la crítica fue terrible. Cada vez que íbamos o cuando hacíamos un disco, abríamos los periódicos y nos quedábamos los tres diciendo: «¡Se acabó! Ya no hacemos más». Tío, nos llamaron de todo. Pero, al cabo de diez años, esos mismos escribieron libros sobre nosotros diciendo todo lo que habíamos hecho y cuánto habíamos acercado el flamenco a un público nuevo.

Con el tiempo os dio la razón.

Nos dieron la razón totalmente. Pata Negra y nosotros íbamos por los sitios y los gitanos empezaban: «Pata palo, ton, ton, ton, ton…» [canta]. Mario Pacheco, que tenía la compañía de discos Nuevos Medios, nos decía: «Hay que ver; tengo a los Rolling flamencos, Pata Negra, y a los Beatles flamencos, que son Ketama». Nos reíamos mucho.

Tú has seguido buscando tu camino y en América has encontrado una buena fuente de inspiración.

Y muchos compañeros. Ahora acabo de hacer parte de la música de ¡Oh Cuba! y me he divertido mucho, porque tengo muchos lazos con Latino América. Mí padre traía discos de allí, de Benny Moré, de Rolando Laserie, de Celia Cruz, de Pete ‘El Conde’ Rodríguez, de gente de Fania All-Stars. Él me ponía esos discos y yo, a partir de ahí, decidí hacer mi propia música, mi propia fusión. Pero gracias siempre a mi padre, que fue el que me abrió la cabeza.

¿Cómo definirías tu estilo hoy en día?

Soy un comodín [risas]. Tú me pones a tocar ahora mismo música brasileña y te prometo que me pongo y lo pillo; música cubana, y lo mismo; o jazz.

Tienes buen oído.

Sí, tío. Yo oigo una música en el telediario y te la hago a los dos segundos. Tengo oído, pa´ dar y tomar. Oído y nariz [risas].

¿Qué futuro le espera al flamenco?

Hay una corriente donde la gente más joven va a ver el flamenco puro más que el tipo de música que hacíamos nosotros o el de La Barbería [del sur]. Ahora la gente se interesa más por todo lo ortodoxo.

¿No parece, a veces, que se valora fuera mejor que aquí nuestro patrimonio cultural?

En ese sentido los japoneses lo hicieron muy bien. En el momento en el que aquí el flamenco empezó a decaer un poco, Japón nos dio una puerta pa’ poder seguir currando. Supieron respetar nuestra cultura y nuestra música cuando aquí no se sabía muy bien. Porque, la cultura nuestra, acuérdate que era como para los señoritos. Llegaban los señoritos, se tocaba la guitarra, se brincaba un poquito y después el señorito se cogía al siguiente [risas]. Normalmente, todo estaba limitado a sitios muy pequeñitos. Y luego, nosotros, de repente, damos el salto y nos vamos a una gira con Prince o con Frank Sinatra. ¡Ha cambiado mucho! Ha evolucionado.

Pero, quién salvaguarda el flamenco.

Todo el que lo sepa hacer. Yo sé hacer este tipo de música porque anteriormente lo he mamado. Sé lo que es una seguidilla, una soleá y una granaína y he tocado con Camarón, con Paco de Lucía… ¡Con todos los grandes! Me he hartado de tocar flamenco. ¡Me salía por las orejas! Y, sin embargo, mi música es distinta. Pero, me considero un flamenco.

Igual que eres gitano aunque transgredieras también las normas al casarte con una paya.

Aquello fue muy difícil.

Pero, en cierto modo, has ayudado a cambiar cosas.

Por lo menos lo intento, para que vean que el mundo gitano y el mundo payo se pueden acercar, pueden convivir y no tiene por qué ser un drama. Entiendo que a la generación de mi padre y mi madre, que son como muy antiguos, eso les sonara a rayos: «Joder, macho, ¿te vas a casar con una paya? Que yo esperaba tío, que tú me trajeras una gitana». Pero yo es que desde que era muy chico veía cómo se llevaban a mis primas, con catorce y quince años, al otro lado de España y no se sabía más de ellas. ¿Sabes lo qué te digo? Y venían unas familias que no eran la mía. Y por cultura, tío, se hace así. Yo nunca vi eso, no era parte de mi personalidad. Decidí hacer mi propia vida y mi propia cultura. Y ahí estoy con mi mujer. Hemos hecho algo digno y bonito.

Intento que vean que el mundo gitano y el payo pueden convivir sin que sea un drama

Y ahora tienes dos hijas que integran lo mejor de las dos culturas. Pero todavía quedan aspectos en los que el pueblo gitano tiene que evolucionar.

La mujer. La mujer necesita mucha cultura, necesita abrirse al mundo, necesita viajar… El gitano de por sí es muy listo, muy observador, y tiene una capacidad enorme de supervivencia. Tú lo pones en cualquier sitio y se busca la vida. Yo creo que con cultura y estudios conseguiríamos un cambio radical para el mundo gitano. Y hay que empezar por las mujeres, hay que poner el foco en ellas. Pasar del «Oye no, es que tú nada más a tener hijos» a «No, es que tú puedes hacer tu carrera, tú puedes trabajar y puedes hacer 20.000 cosas más e incluso mejor que el hombre».

A tus hijas les ha tocado vivir una generación muy distinta a la tuya y más todavía a la de tus padres, en una sociedad mucho más abierta, mucho más tolerante, pero enfrentada también a nuevos miedos e incertidumbres.

Sí. Es muy duro ver las cosas que están pasando alrededor y tan deprisa. Parece que la cultura nuestra, la de mi época, la de Antonio Flores, la de todos nosotros, ya es historia. Nosotros éramos más hippies, vivíamos la vida de otra manera. Ahora aquí, tío, por una foto en la que te critican en Instagram, se tiran llorando dos días. Esas cosas a  nosotros ni se nos pasaban por la cabeza. En mi casa tenemos pautas como el respeto, el amor a la familia y la libertad, pero con sentido común. A mis hijas les pedimos que tengan sabiduría a la hora de hacer cosas, que luego no se arrepientan de lo que hagan.

Como decíamos al principio, todo tiene su tiempo y este es cada vez más el suyo.

El mundo ahora mismo me da mucho miedo, por mis hijas y por los que vengan en las próximas generaciones. Es una locura. Yo no estoy preparado para eso. Como mi padre tampoco estaba preparado cuando le ponía un iPad y le preguntaba si quería ver la granaína que había hecho en el año 45 con tal artista. «¿Cómo puede ser? ¿Dónde está eso?», me decía. Cualquiera le explicaba lo que es la nube [risas].

El mundo gira muy deprisa.

Sí, y yo cada vez busco más otras cosas, voy más por lo natural y por lo orgánico. Dame campo.

Y música.

Y música. Pero igual te digo. La música sale con una guitarra y con un cassette. Ahora el pro tools y todas estas cosas le quitan mucho tiempo a los flamencos. El otro día voy a los estudios y enseguida me empiezan a poner reverb. ¡Qué no! Pon la guitarra ahí y luego ya le pones tú lo que quieras. ¡Qué sea más natural, macho! Y no que si te pincho esto o lo otro. ¡No me pinches! Déjame hacerlo como antiguamente se hacían los discos, en una tarde y no ahora que se tarda un año en hacer un disco. ¿Tamos locos?

¡Qué no, Antonio! ¡Qué sabemos lo que queremos! */

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